Hace unos años, mi marido y yo nos encontramos a un conocido que tenemos en común en un restaurante. Este hombre joven –que seguro que se considera progresista– se pasó todo el encuentro ignorándome completamente. Solo habló con mi marido. Ni siquiera me miró cuando le hice una pregunta directamente.
Aunque sería tentador ver en esto una simple grosería, este tipo de desprecio es habitual para la mayoría de mujeres. Quizá te pase cuando vas a comprar un coche y el vendedor solo habla con tu acompañante masculino. O cuando conoces a alguien durante un encuentro laboral y solo se presenta al hombre con el que estás. O, si eres Angela Merkel, quizá el gran misógino presidente de EEUU se niegue a darte la mano o incluso evite mirarte durante toda una rueda de prensa.
Oímos hablar mucho sobre el sexismo explícito como los silbidos por la calle o la discriminación, pero las humillaciones menos evidentes pueden enfurecer tanto o más. En parte, porque son difíciles de explicar si nunca las has sufrido.
La serie de Netflix de Aziz Ansari, Master of None, tiene un episodio brillante dedicado a esto mismo. El protagonista de Ansari, Dev, pasa la mayor parte del episodio dándose cuenta del nivel de sexismo con el que las mujeres tienen que lidiar. Desde hombres siguiéndoles a casa y guiñándoles el ojo en el metro, hasta comentarios lascivos en redes sociales. Pero cuando su novia, Rachel, señala que su director solo se presentó a los hombres que estaban sentados en la mesa –ignorando a las dos mujeres que también estaban ahí– se resiste un poco a creerlo. Seguramente, dice, ha habido algún tipo de malentendido. El director tenía prisa o Rachel le está dando demasiada importancia al asunto.
Cuado Dev finalmente admite que quizá la interacción fue sexista, Rachel le explica por qué lo que ha pasado es tan hiriente: “Hay muchas cosas pequeñas y sutiles que me suceden a mí y a todas las mujeres, incluso en nuestro pequeño mundo progresista. Y cuando, especialmente mi novio, me dice que estoy equivocada sin haber podido conocer de ninguna manera mi experiencia personal, es insultante”.
Cuando tuiteé sobre Trump ignorando a Merkel y lo común que era para las mujeres lo que acababa de pasar, docenas se sumaron a los comentarios. Una dijo que tanto ella como su marido eran periodistas pero que los hombres, por lo general, solo le preguntan a él sobre su trabajo. Otra comentó que en su equipo las jefas eran mujeres pero que los hombres buscaban al becario para resolver sus dudas.
Lo que queda asumido, por supuesto, es que las mujeres en la habitación no son lo bastante importantes como para prestarles atención o darles conversación. Es un fenómeno que he notado que aumenta según las mujeres se van haciendo más mayores, y todavía más invisibles.
Está claro que este tipo de comportamiento no se hace siempre conscientemente. Tengo una amiga, por ejemplo, que entrevistó junto a su ayudante (que era hombre) a un solicitante de empleo y simplemente fue ignorada. El candidato solo le hablaba a su compañero (no consiguió el trabajo).
Pero solo porque algo no se haga por desprecio no significa que escueza menos. Tanto si eres una líder mundial como una persona desconocida en una habitación, ser reconocido es el mínimo respeto que se espera. No es mucho pedir que reparen en ti.
Traducción de Cristina Armunia Berges