Criticar al presidente Barack Obama es cometer los siguientes pecados capitales: blasfemia, ingratitud y falta de realismo. El que antaño fue el país de las leyes Jim Crow (que propugnaban la segregación racial) se convirtió en la cuna del primer presidente afroamericano, el comandante en jefe más progresista desde Richard Nixon (en palabras de Obama). Divertido, encantador, con una frescura capaz de eclipsar a los demás políticos, es el principal representante del poder de los Estados Unidos. ¿Podrían los estadounidenses votar a alguien más progresista?
Y, sin embargo, es difícil no afirmar que, coincidiendo con el último discurso del Estado de la Unión de Obama, la sociedad estadounidense sigue siendo injusta y profundamente desigual, con una democracia que exhibe con orgullo pero que responde a los intereses de los ricos y poderosos. Este polvorín convierte a alguien como Donald Trump, con sus aires de payaso y sus opiniones prácticamente fascistas, en el candidato republicano con más posibilidades, y también, con un poco más de suerte, a un hombre de 74 años de Vermont que se describe como socialista, Bernie Sanders, en una amenaza real para la maquinaria Clinton.
Con ello no quiero subestimar los logros de Obama. La falta de un sistema de salud universal convertía a los Estados Unidos en una desconcertante aberración impropia de un país desarrollado. No se puede desdeñar el Obamacare, que amplió significativamente la cobertura sanitaria. El giro de 180 grados realizado por Obama en relación con sus declaraciones públicas sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo representa otra victoria (incluso si se debe al sacrificio y a la lucha de los activistas que defienden las minorías sexuales de Estados Unidos). Su reciente y apasionada defensa a favor de limitar las armas en el país y su lucha contra la amenaza del cambio climático también se merecen el reconocimiento del público.
Sin embargo, es importante escuchar las peticiones de la mayoría de los estadounidenses. Cuando se cumplen seis años desde que llegó a la Casa Blanca, los niveles de pobreza son más elevados que cuando el sistema financiero tambaleó. En los últimos cinco años, la pobreza infantil se ha reducido pero no la de los afroamericanos, que se ha mantenido intacta.
La recuperación económica ha beneficiado a los inmensamente ricos, entre los que se incluyen los responsables de la crisis, pero ha esquivado al estadounidense medio. Evidentemente, esto guarda relación con la estructura que ha tenido la economía del país desde la presidencia de Donald Reagan. Consideremos los hechos siguientes: según el Economic Policy Institute (Instituto de Políticas Económicas), un grupo de reflexión cercano al movimiento sindical de EEUU, entre 1979 y 2007, el 1% más rico concentraba el 53,9% del aumento de ingresos en el país.
A menudo se insinúa que los ingresos medios de los hombres dejaron de crecer en la década de los setenta del siglo pasado, compensado en parte con la entrada masiva de mujeres en el mercado laboral. El cálculo depende de todo tipo de variables, como por ejemplo el índice de precios que se elija. Incluso el cálculo más optimista, que resalte la subida salarial de los hombres universitarios, tendrá que rendirse a la evidencia de que aquellos que finalizaron sus estudios en el instituto soportaron entre 1979 y 2013 una caída de sus ingresos.
Si bien fue Reagan el que creó este modelo, lo cierto es que Obama no ha podido cambiarlo. Según Emmanuel Saez, un profesor estadounidense de Economía, en el lapso de tiempo comprendido entre la toma de posesión de Obama en 2009 y 2013, los ingresos brutos del 1% más rico han pasado de 871.000 dólares a 968.000 dólares, mientras que para el 99% restante no cambiaron.
Sí, el 1% más rico sufrió más pérdidas durante el desplome (y qué duda cabe que han recuperado lo perdido). También es cierto que deben tenerse en cuenta las cotizaciones de los trabajadores al sistema sanitario y que Obama ha creado un sistema impositivo más progresivo que el de Bush. Pese a ello, el engranaje económico está pensado para favorecer a los más ricos. Una mujer con un trabajo a tiempo completo se lleva a casa la misma nómina que tenía en 2007, mientras que la nómina de un hombre es ligeramente más baja que antes.
En 2014, el salario por horas tras la inflación disminuyó o se mantuvo estable para la mayoría de los trabajadores del país. Tal vez sean más productivos que los trabajadores de otros países, pero no consiguen que este mérito se refleje en el balance de sus cuentas corrientes.
Y ya no hablemos de política exterior. Todos recordamos la loca incursión de Bush en Irak, que contó con la oposición de Obama. Sin embargo, ahora analizamos con menos detenimiento los errores geopolíticos del presidente, mientras el Estado Islámico avanza por la costa de Libia, envuelta en el caos. Sin olvidarnos de los drones, descritos por ex militares estadounidenses como “sargentos reclutadores” del EI, o del incumplimiento de su promesa de cerrar Guantánamo y su incapacidad para garantizar una paz justa en Palestina.
A lo largo y ancho del mundo occidental, el descontento popular es capitalizado por la derecha populista y xenófoba o los nuevos movimientos progresistas de izquierdas. Para demasiados estadounidenses en apuros, de clase media o pobres, Trump se ha convertido en la solución a sus problemas, con críticas a todo el mundo menos a los poderosos. Con independencia de que Bernie Sanders sea o no nominado, lo cierto es que trae un mensaje de esperanza para curar las enfermedades que tiene Estados Unidos.
La campaña popular de Sanders consiguió 73 millones de dólares sin el apoyo del “Gran Capital”. Con las elecciones a la vuelta de la esquina, Hillary Clinton se encuentra en un callejón sin salida con Sanders en Iowa, y en New Hampshire es él quien está ganando. Su movimiento podría transformar el Partido Demócrata.
Con todo esto no pretendo convertir a Obama en el chivo expiatorio. Incluso el presidente más bienintencionado tendría dificultades cuando se enfrentara a lo que los investigadores de la Universidad de Princeton describieron el año pasado como “oligarquía”, en un país donde el patrimonio neto de un senador en 2013 era de 2,8 millones de dólares. Sin embargo, son menos los estadounidenses que se identifican como conservadores y los jóvenes son mucho más progresistas que sus padres. Movimientos como Black Lives Matter y Occupy han vuelto a poner sobre la mesa temas de los que ya no se hablaba.
La presidencia de Obama no ha logrado construir el país justo que los ciudadanos merecían. Sin embargo, la historia de los Estados Unidos siempre ha reservado un sitio de honor para los movimientos populares que vencen las injusticias. Podría haber llegado su momento.