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The Guardian en español

Vecinos de Yenín, otra vez en zona de guerra: “La historia se repite 20 años después”

Tanques israelíes en una calle del campamento de refugiados de Yenín.

Bethan McKernan y Sufian Taha

Yenín (Cisjordania) —

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En el centro de Yenín y en la entrada principal del campo de refugiados de la ciudad, el suelo tiembla por el estruendo de las explosiones. Ráfagas de ametralladoras y artillería ahogan el sonido de los gritos y de las sirenas de ambulancias.

Las calles están llenas de casquillos de bala y cristales rotos, el aire está impregnado de gases lacrimógenos y de humo negro provocado por los neumáticos en llamas, quemados para bloquear el acceso y dificultar la visión a los soldados israelíes.

Asolada por la pobreza, en el norte de la Cisjordania ocupada, la ciudad de Yenín ya fue testigo de algunos de los peores combates de la segunda intifada, el levantamiento palestino que comenzó en 2000 y terminó en 2005.

Veinte años después, los combates a gran escala han regresado a las calles de la ciudad, abriendo heridas para las viejas generaciones y haciendo despertar a los más jóvenes.

Las Fuerzas de Defensa de Israel lanzaron a primera hora del lunes la que está siendo su mayor ofensiva en Cisjordania en 20 años: la operación “Casa y Jardín”. Desde entonces, libran una batalla encarnizada en el claustrofóbico campo de refugiados de Yenín, similar a un gueto y que hospeda a unas 11.000 personas.

Al menos 10 palestinos han muerto en los primeros ataques destacados con drones en los últimos 15 años en Cisjordania y combates sobre el terreno con hasta 2.000 efectivos israelíes.

Las excavadoras, otro sello distintivo de la segunda intifada, han arrasado o provocado daños en viviendas, coches y calles del campamento. Según el Ejército, son necesarias para limpiar las carreteras de artefactos explosivos improvisados.

En el caluroso hospital de la zona reina el caos. Con la luz que va y viene, y el suelo lleno de manchas de sangre, las personas que han acudido en busca de refugio fuman por fuera de las salas o trataban de dormir en los pasillos menos ajetreados. En la morgue yacen los cadáveres de las víctimas, mientras sus familiares vagan por la zona llorando desconsolados.

“Es uno de los peores días que he tenido”, dice el doctor Mahmoud Baslit, que lleva cuatro años trabajando en el hospital público de Yenín como cirujano ortopédico. De los 35 heridos atendidos en el hospital tras el ataque, diez necesitan una operación, según Baslit.

“Somos el centro médico más cercano al campo, estamos a solo 200 metros de la carretera, pero a algunas ambulancias los soldados no las han dejado pasar; sabemos que hay muchos más heridos dentro [del campo] que no podemos asistir”, denuncia.

Las Fuerzas de Defensa israelíes negaron en un email remitido al periódico The Guardian haber obstaculizado el trabajo de los médicos palestinos.

Foco de resistencia

En Yenín está uno de los mayores campos de refugiados que se crearon en Cisjordania para acoger a los palestinos expulsados de sus hogares tras la creación del Estado de Israel en 1948. Durante mucho tiempo, ha sido un foco de resistencia contra la ocupación israelí del territorio palestino.

En la actualidad, sigue registrando altos índices de pobreza, delincuencia y desempleo. En sus calles estrechas son frecuentes los tiroteos entre fuerzas israelíes y grupos militantes palestinos. La Autoridad Nacional Palestina (ANP), considerada por muchos de los propios palestinos casi como una subcontrata de Israel, no tiene presencia ni legitimidad en Yenín, donde está alcanzando la madurez una nueva generación de combatientes que no siempre acatan las órdenes de las facciones palestinas tradicionales.

El campo de refugiados es el epicentro de la nueva ola de violencia entre Israel y los palestinos. Según el Ejército israelí, en los últimos dos años se han originado en Yenín 50 agresiones con disparos contra israelíes y 19 sospechosos se han refugiado allí. En marzo de 2022 y como reacción a una ola de atentados terroristas palestinos, Israel lanzó la Operación Rompeolas sobre Yenín y sobre la cercana ciudad de Nablús.

En los 15 meses transcurridos desde entonces, las dos ciudades han sufrido incursiones de las tropas casi cada noche, además de algunos de los peores derramamientos de sangre registrados en décadas en Cisjordania.

Muchos jóvenes del campamento con los que The Guardian se había reunido en visitas anteriores dicen no tener otra opción que la de empuñar las armas para defender su casa de las incursiones israelíes.

Pese a los intentos israelíes de “cortar la hierba”, como se denomina su táctica, la situación sólo ha empeorado y los ataques palestinos son cada vez más letales: el mes pasado mataron a cuatro israelíes en una gasolinera de Cisjordania.

El peor año desde 2005

En lo que va de año, han muerto al menos 133 palestinos y 24 israelíes. Eso significa que 2023 podría ser el año con más muertes en Israel y Cisjordania desde 2005, año en el que concluyó la segunda intifada. El año pasado, hubo dos operaciones sorpresa israelíes en la bloqueada Franja de Gaza, en las que murieron un total de 83 palestinos y un israelí.

Los combates en Yenín han aumentado varios grados de intensidad en las últimas semanas. Por primera vez en dos décadas, el Ejército israelí se vio obligado en junio a mandar un helicóptero militar para rescatar a una unidad de combate terrestre que se había encontrado con una resistencia inesperadamente feroz y artefactos explosivos improvisados similares a los utilizados en 2006 en el Líbano, según el propio Ejército.

Otro hecho inédito ha sido el lanzamiento la semana pasada desde Yenín de un cohete casero hacia Israel, algo que recuerda al incremento de arsenal logrado en Gaza por el grupo palestino armado Hamás.

La operación de esta semana tenía como objetivo terminar con el centro de mando que, según Israel, opera dentro el campo de Yenín, usado como refugio y centro de armamento, comunicaciones y planificación.

Pero en el hospital de Yenín tres personas que habían sobrevivido a un ataque con dron relatan que, tras los bombardeos iniciales, los israelíes parecían estar atacando al azar. “Le dieron a alguien que estaba de pie a cinco metros de mí”, cuenta un bombero de 37 años del campo de refugiados, Abu Ayham, que estaba trabajando como parte del equipo de socorro tras los daños causados por los ataques israelíes.

La mitad inferior del cuerpo de Ayham está cubierta por heridas de metralla. Los médicos aún no han tenido tiempo de examinarle bien, pero el personal del hospital le adelantó que iba a necesitar cirugía y no podía usar las piernas.

En la misma habitación donde se recuperaba el bombero, Jihad Hassan cuida a su hijo herido: “En la segunda intifada a mí también me alcanzó un cohete en la pierna”. “Ahora mira, 20 años después, mi hijo está aquí, casi en la misma cama, y con la misma herida; la historia se repite”, lamenta el hombre de 63 años.

¿Por qué?

No está clara la razón que ha motivado una operación de tal envergadura en Yenín en este momento. Los medios de comunicación israelíes sugieren que llevaba tiempo planeada y que la ejecución se había retrasado hasta después de la fiesta musulmana del sacrificio, o Eid al Adha, la semana pasada.

La considerable presión política a la que está sometido el Ejército va en aumento, mientras los poderosos socios de extrema derecha del nuevo Gobierno israelí lo critican públicamente por no hacer lo suficiente para frenar el terrorismo.

Los ánimos entre sus votantes también se están caldeando, con colonos que se erigen en vigilantes y se toman la justicia por su mano, con medidas de mayor alcance y mayor envergadura que antes. Por ejemplo, las marchas de cientos de personas hacia las aldeas palestinas, hasta ahora sin recibir ningún castigo por ello, para incendiar casas y coches cada vez que un israelí es asesinado.

En gran medida, la violencia en Cisjordania se limita por el momento a Yenín y a Nablús. Ni el Gobierno de la ANP ni la mitad de la facción palestina que la integra, Al Fatah, están a favor de una vuelta a los combates a gran escala y, mientras, la sofisticada tecnología israelí de vigilancia está dificultando la organización para la nueva generación de militantes.

Por su parte, las tropas israelíes han insistido en que su objetivo no es mantener presencia terrestre en el campo de Yenín ni en ningún otro lugar de Cisjordania, supuestamente bajo jurisdicción de las autoridades palestinas.

El actual derramamiento de sangre aún no ha desembocado en una guerra total, pero los acontecimientos del último año hacen pensar en un nuevo capítulo de un conflicto que dura décadas y en el que nunca se sabe qué chispa prenderá la mecha. Sea lo que sea, para los habitantes de Yenín, su vida cotidiana es en una zona de guerra.

Traducción de Francisco de Zárate

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