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Erdogan lanza a Turquía a una “limpieza” tras frenar el golpe de Estado

Seguidores del presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan lanzan proclamas en la plaza Taksim en Estambul, Turquía, tras el golpe de Estado militar

elDiario.es

J.L.S. —

El golpe no se consumó pero el impacto sí tendrá consecuencias. Turquía trata de definir su rumbo tras 24 horas de inestabilidad provocadas por un alzamiento militar que en la noche del viernes quiso derrocar al gobierno presidido por Tayyip Erdogan. La noche dejó 265 muertos, entre los que hay 104 militares sublevados y 160 civiles, según fuentes oficiales.

El día después también deja otras importantes secuelas: Erdogan está impulsando medidas extraordinarias para hacer una “limpieza” entre los sospechosos de sublevación para “hacerles pagar el precio más alto”. El golpe se convertirá a la postre, ha dicho Erdogán, en “una bendición de Dios”.

Esta determinación ya se ha traducido en medidas concretas, tomadas a la mañana siguiente del golpe fallido y con las calles aún sumidas en la incertidumbre: Turquía ha suspendido de sus funciones a 2.745 jueces de diferentes tribunales; ha detenido a más de 6.000 personas, entre ellos 2.800 militares o un miembro del Tribunal Constitucional y se ha desecho de integrantes del Consejo de Estado; también ha cambiado a los consejeros del Consejo Superior de Jueces y Fiscales. Con el sistema judicial abierto en canal, el Gobierno turco también ha deslizado la posibilidad de reinstaurar la pena de muerte para aplicarla sobre los “traidores”.

¿La razón medidas tan generalizadas? Erdogan asegura que el líder del complot en su contra es el teólogo islamista residente en Estados Unidos Fethullah Gülen y que mantiene a todas estas personas en una estructura paralela al Estado para conspirar contra él. Gülen, líder de un movimiento intelectua y religioso que en su momento ayudó al partido de Erdogan a deshacerse en parte del poder laicista del Ejército, vive exiliado en Estados Unidos, afirma no tener relación alguna con el golpe y ha rechazado el uso de la violencia para derrocar gobiernos. “No creo que el mundo se tome en serio las acusaciones en mi contra”, ha dicho en Financial Times, donde también deja caer que el golpe ha podido ser “una escenificación” de Erdogan.

Ningún militar de alto rango o figura pública ha reivindicado la autoría política o el liderazgo del golpe. La incógnita sobre su origen queda sembrada en ese triángulo complejo de identidades políticas, entre el poder de Erdogan como representante de la nueva élite confesional, la influencia del Ejército como baluarte de la tradición laica fundacional de Turquía y la figura también islamista de Fethullah Gülen, a quien Erdogan ha señalado desde el principio.

Tan claro tiene Erdogan que su objetivo es cazar a Gülen que se ha atrevido a exigir a Estados Unidos su extradición. “Si EEUU es un aliado, nos entregará a Gülen”, ha dicho este sábado tras una sesión extraordinaria en el parlamento en la que ha conseguido que todos los grupos políticos firmen el mismo texto de condena. Este tono confirma el respaldo a la advertencia de su primer ministro, Binali Yildirim, que dijo antes que “cualquier país que apoye a Gülen, está en guerra con Turquía”. El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, ha dicho que se lo plantearán si hay pruebas suficientes de que está detrás de lo ocurrido. De momento, sin que se haya confirmado que se trate de una baza negociadora, se ha suspendido el acceso a una de las bases militares desde la que los marines estadounidenses suelen operar en la zona.

Líderes internacionales como Angela Merkel han acompañando sus palabras de condena al golpe de estado con advertencias veladas a Erdogan. “Especialmente cuando se trata con los responsables de sucesos trágicos [como los del golpe de Estado], el Estado de derecho se pone a prueba”, ha dicho. El presidente francés Françoise Hollande también ha previsto “represalias” tras el golpe.

Como ya sucedió durante las masivas protestas en Taksim y el Parque Gezi, cuando Erdogan convoca, las calles se llenan. La respuesta popular al llamamiento del presidente y sus aliados sociales evitó la victoria del golpe: miles de personas aparecieron en los lugares clave donde el Ejército se mostraba más fuerte. El goteo de imágenes y testimonios sobre el terreno auguraba una masacre militar: helicópteros disparando desde el aire contra la población, aviones zumbando sobre Ankara o Estambul, la televisión pública tomada y desconectada de la emisión, el parlamento bombardeado, el gran aeropuerto de Ataturk tomado. Y, en todos ellos, sin embargo, los civiles han acabado por hacer retroceder a los soldados, a veces incluso huyendo.

Especialmente llamativo fueron los episodios de tensión en el puente sobre el estrecho del Bósforo, bloqueado por los militares, que disparan mientras filas gruesas de personas intentaban abrirse paso frente a ellos. Tras los disparos, la multitud se dispersaba, pero volvía a intentarlo de nuevo, entre ráfaga y ráfaga. Finalmente, a las 8 de la mañana los militares que quedaban en la zona tuvieron que abandonar su posición y entregarse con las manos arriba.

Erdogan, criticado por su estilo autoritario, por censurar el uso de redes sociales durante las protestas en su contra y por tener una de las tasas más altas de encarcelamiento de periodistas del mundo, enarboló desde el primer momento de amenaza la bandera de la defensa de la democracia y de las nuevas herramientas para defenderla. Primero a través de la aplicación de videoconferencia FaceTime y luego a través de SMS o los resquicios que quedaban conectados a Twitter, él personalmente y sus fieles fueron extendiendo la sensación de que la madrugada ahogaría el golpe si la afluencia de gente crecía en la calle.

Aún más importantes fueron otras fórmulas de difusión: los altavoces de decenas de mezquitas de Estambul o Ankara se sumaron a la convocatoria. Como cuenta Lluis Miquel Hurtado en El Mundo, contra el golpe de Estado se han sumado en las calles ambientes muy diferentes entre sí, incluyendo los de los ultranacionalistas islamistas turcos, una de las bases sobre las que Erdogan ha construido su poder contra otra parte de la sociedad que defiende las raíces laicistas del país.

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