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Walther Bernecker: “La RDA mitificó las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española”

El profesor alemán Walther Bernecker es el experto alemán en historia de España por excelencia

Carmela Negrete

Walther Bernecker es el experto alemán en historia española por excelencia. Este hombre simpático y tranquilo ha dedicado buena parte de su carrera académica a estudiar la “historia de la revolución social en España”, como reza una de sus primeras obras sobre el tema, así como la guerra y la transición. El profesor, que trabajó veinte años en la cátedra de ciencias románicas de la Universidad de Erlangen-Núremberg antes de jubilarse, no oculta su simpatía por proyectos como la revista Grasswurzelrevolution, una publicación mensual anarcopacifista a la que contribuye con varios libros editados por su editorial, mientras por otro lado acude a actos organizados por la casa real.

El experto de 61 años recuerda con una sonrisa por qué en los 70 decidió escribir su tesis sobre el sindicato anarquista CNT: sus colegas de estudio, muy influidos por la revolución del 68, como él mismo, terminaban siempre hablando de la revolución anarquista en España y de ahí su interés. Para hablar con propiedad, asegura, se recorrió unos archivos que aún custodiaba con recelo el régimen franquista. Conversamos con él a la salida de una charla sobre la transición española y la ley de memoria histórica que ofreció durante la apertura de una exposición sobre la guerra civil española en la Casa de los Derechos Humanos y de la Democracia de Berlín.

¿Qué opinión le merece la ley de la Memoria Histórica de 2007?

Esa ley tuvo que luchar desde un principio no solo contra la derecha española que la tachaba de ser “un enorme error”, reprochando al entonces presidente de Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero el “abrir viejas heridas” y pretender “revisar” los resultados de la Transición, sino que también se abrió un frente contra ella desde la propia izquierda. Representantes de asociaciones y partidos izquierdistas criticaban que la ley se quedaba muy por debajo de sus exigencias. No obstante, muchos de los críticos de la ley se contarían finalmente entre sus mayores beneficiarios.

Por primera vez en la historia postfranquista, la dictadura de Franco fue declarada un régimen injusto, las indemnizaciones financieras se ampliaron a todos los grupos no considerados hasta la fecha, se facilitó el acceso a los archivos que documentan la represión franquista, el Estado se comprometía a apoyar activamente la exhumación de los “desaparecidos” de la guerra, todos los símbolos del régimen todavía existentes en edificios públicos tendrían que ser retirados, el Valle de los Caídos quedaría clausurado para todo tipo de actos políticos y se podrían recurrir los juicios sumarísimos ante los tribunales competentes.

Entonces le parece bien.

Considerando todos estos aspectos, no hay duda de que la Ley de Memoria Histórica representa un serio cambio de paradigma en el tratamiento oficial del pasado franquista. Pero el Gobierno de Zapatero no parecía tener mucha prisa por implementarla, pues tardó once meses después de su puesta en vigor en aprobar los primeros decretos, y el siguiente Gobierno de Mariano Rajoy eliminó del presupuesto prácticamente todos los recursos necesarios para hacer efectiva la implantación de la ley. Por lo tanto se puede afirmar que la Ley de Memoria Histórica fue y es necesaria para poder enfrentarse de forma crítica con el pasado, pero su mayor déficit fueron y son, hasta el día de hoy, los escasos progresos en su implementación. Solo el reciente Gobierno de Pedro Sánchez está introduciendo algunas reformas y empezando con una implementación más rigurosa.

¿Cree que es correcto que se saque a Franco del Valle de los Caídos?

Sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, desde una perspectiva histórica y moral de un Estado de derecho, es absolutamente necesario. Cuando Franco firmó el 1 de abril de 1940 el decreto de construcción de ese monumento fue, inequívocamente, en homenaje a los caídos “por Dios y por España”. Por lo tanto, en su forma actual, con Franco enterrado allí, ese lugar sigue y seguirá enfrentando a los españoles. Lo que parece adecuado hacer es convertir el mausoleo en un monumento a todas las víctimas de la guerra civil. Durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero, se encargó a una comisión de expertos pactada entre todas las fuerzas políticas un informe sobre el futuro del Valle de los Caídos con la idea de transformar su vieja significación y convertirlo en un lugar de memoria reconciliada. Entre otras cosas, el informe reclamaba la exhumación de los restos de Franco del templo.

Entonces usted aboga por la primera propuesta de Sánchez.

Si se quiere simbolizar el sellado del pacto reconciliatorio de la Transición en un lugar, una buena decisión sería sacar a Franco de ese mausoleo y transformar el Valle en un memorial de todas las víctimas de la Guerra Civil. Este “nuevo” memorial no reabriría viejas heridas, como afirman muchos opuestos a cualquier tipo de reforma, sino muy al contrario, las cerraría. La memoria a la que se debe aspirar, tiene que ser una memoria reconciliada, algo que en este momento está lejos de existir. El Valle es, hoy por hoy y con el significado que le ha dado Franco, una anomalía, impensable en cualquier otra democracia.

La reconciliación y la Transición son temas muy debatidos en este momento. Podemos y otros partidos de izquierda llaman a su resultado el “régimen del 78”. ¿Le parece acertada esta expresión con sus connotaciones?

En los últimos años está aumentando el número de los detractores de la Transición. En mi opinión, los que la menoscaban y menosprecian, lo hacen por desconocimiento o sectarismo. Claro que resulta algo ridículo “sacralizar” la Transición como si hubiera sido algo exento de faltas o errores. Pero no se debe olvidar que la Transición, como cualquier otro período histórico, solo puede ser valorado correctamente si se considera el restrictivo contexto político-social en el que se realizó. Y los años que siguieron a la muerte del dictador no fueron una fase de plena libertad política, y mucho menos libre de amenazas militares, sino que todas las decisiones tuvieron que ser tomadas en consideración a lo que era factible (y no, en primer lugar, deseable), justo para no dificultar el avance de la Transición o, incluso, amenazar lo ya logrado.

Conseguir inmediatamente una ruptura radical y sistemática con el régimen franquista, era imposible considerando la correlación de fuerzas en aquel entonces. El poderío político y, más si cabe, el económico y social del franquismo a lo largo de la primera década después de 1975 era aún muy fuerte.

¿Cree necesaria entonces una nueva transición ahora?

Si se consideran las múltiples limitaciones a las que estaban expuestos los líderes políticos de la época que querían conducir al país a un Estado democrático de derecho, inserto en las Comunidades Europeas, los resultados de la Transición son plenamente satisfactorios. Las críticas provienen de una postura basada en la utopía de un Estado y una sociedad cuasi perfecta. Pero no es acertado ni analíticamente correcto comparar una situación real y factible con un tipo ideal al estilo de Max Weber. Y menos adecuado es hablar de los años en los que está en vigencia la Constitución de 1978, como de un “régimen”, ya que esta denominación sugiere un sistema represivo o incluso dictatorial.

España cumple todos los criterios de una democracia liberal. Esto no impide abogar por una reforma de la Constitución, pues muchas de las decisiones tomadas bajo las condiciones de 1978, políticamente todavía muy ambivalentes, hoy parecen desfasadas y deberían ser modificadas. Casi todos los constitucionalistas concuerdan con esta afirmación. Ahora bien: con la situación política actual de crispación, será difícil (por no decir imposible) lograr un consenso como el que se logró en los años de la Transición, pues hace 40 años todos los implicados sabían que se estaban jugando el futuro del país, y que solo se podría avanzar en ese proceso si todas las partes estaban dispuestas a compromisos. Las fuerzas convergentes eran más fuertes que las divergentes, y esto ha cambiado notablemente.

Dentro de poco se publica un artículo suyo en una revista de investigación sobre el papel de las brigadas internacionales en la RDA, cómo se llama la revista, cuándo se publica y cuáles son las conclusiones principales?

El CEDOBI (Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales), de Albacete, está preparando, para conmemorar el 80 aniversario de la salida de las Brigadas Internacionales del territorio español, un tomo colectivo que está a punto de aparecer. Contribuyo en dicha publicación con un ensayo sobre el tratamiento de la Guerra Civil y de las Brigadas Internacionales en la República Democrática Alemania (RDA) hasta su desaparición en 1990.

El caso germano-oriental es paradigmático de una “memoria dictada”, y su análisis permite reconocer cómo ésa instrumentalizaba a las Brigadas Internacionales. En la poca historiografía producida en la RDA sobre la Guerra Civil Española, las Brigadas Internacionales fueron mitificadas, y en esta visión ortodoxa comunista el ejército de la RDA continuaba la “tradición revolucionaria militar del movimiento obrero alemán”. La historia debía proporcionar tradiciones militares como razón de estado a un estado sin historia propia. El culto interbrigadista de la RDA sirvió para la construcción de una legitimación antifascista.

Los interbrigadistas eran la base ideal para construir la identidad de una sociedad socialista. El legado de las Brigadas Internacionales permaneció inalterado hasta el ocaso de la RDA en 1990. Los excombatientes participaron activamente en la construcción de dicho mito interbrigadista como parte esencial del mito antifascista, en el que se basaban y legitimaban a la RDA.

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