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I’m nothing, la vida rutinaria de un poeta bajo arresto domiciliario

I’m nothing

Daniel Moreno

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Vale que lo importante es la obra, lo que llega al consumidor. Sin embargo nadie puede negar que existe cierto morbo en descubrir quién hay detrás, unas veces por saber más de la obra y otras por pura farándula, aún a riesgo de cometer el error de superponer creador a creación. Por eso os pido que busquéis en Google el siguiente nombre: Edu Verz. No pocos medios hemos escrito nuestras pequeñas mierdas -expresión verzinskiana- sobre el que viene a ser uno de los developers más carismáticos del panorama indie nacional por aquello de que, sea como sea el encuentro, es difícil que te deje indiferente.

Al principio cuesta saber si Edu Verz da miedo, si merece la pena dejarse llevar por la admiración cuando empieza a hablar o si todo lo que estás recibiendo es humo, una elaborada cortina tras la cual habitan inseguridades. Su juventud, sus pintas de chaval de barrio que parece no tener nada que ver con el ecosistema del desarrollo, su forma de expresarse sin filtro aparente y, sobre todo, aquello que transmiten sus juegos protagonizados por seres mitad animal mitad humanos, sirve para acrecentar esa leyenda de inadaptado que no se deja atar por los convencionalismos.

Por eso es importante señalar que más allá de sus pintas y de su lenguaje destaca su norma de entender los videojuegos como una herramienta para transmitir. Simplemente no le salen juegos que se conformen con ser divertidos, que solo pidan darle a tres o cuatro botones para avanzar, saltar y matar al dragón –algo que por otro lado no tiene nada de malo. Verzinsky pide que te sumerjas en sus obras siendo consciente de su trasfondo, queriendo explorar sus posibilidades o al menos estando dispuesto a que dicho trasfondo te encuentre a ti.

Así ha creado títulos que nos ponen en la piel de un dictador, de un chalado en un manicomio, de un soldado que tiene ante sí la disyuntiva de apretar o no el gatillo para eliminar a sangre fría a un supuesto traidor. Sus obras nos permiten incluso utilizar la psicología contra otros jugadores, usando tretas para que voten lo que a nosotros nos viene bien en un juicio. Es decir, gracias a sus juegos podemos ser manipuladores, despiadados, excéntricos, piadosos, pragmáticos... todo lo que nuestra vida perezosa y anodina no nos deja ser. Evidentemente ello implica que sus juegos no sean aptos para cualquier clase de público.

Si con todo esto he conseguido captar vuestra atención, por favor, seguid leyendo. Si aún y así no os he convencido de que merece la pena, puedo mentiros diciendo que además es el hijo ilegítimo de Elvis Presley. En fin, el caso es que el pasado fin de semana, tras no pocos intentos infructuosos, pudimos encontrar un hueco para que me enseñara vía Skype su última creación, I'm nothing, según él una especie de Tamagotchi en el que tenemos que velar por el bienestar de un poeta bajo arresto domiciliario.

Protagonizado como viene siendo habitual por un simpático híbrido de animal y humano, esta vez con cabeza de castor (imagino que por aquello de que a todos nos caen bien, es fácil empatizar con un bicho tan mono), resulta que no hay un claro objetivo más allá de evitar nuestro ingreso en prisión o la posible muerte de nuestro héroe, algo para lo que tendremos que ceñirnos a un plan aparentemente sencillo: establecer una rutina que nos permita seguir creando poemas, sabiendo que cada mañana viene el cartero con nuestro cheque y cada dos días nos visita el policía para comprobar que todo está en orden.

No es fácil vivir entre cuatro paredes, con sólo una tele y dos emisoras de radio para encontrar la inspiración, viendo como los alimentos de la nevera se pudren poco a poco mientras la luz viene y va tras la ventana. Pero en I'm nothing es fácil, muy fácil, perder la noción del tiempo hasta el punto de que lo que debería ser sencillo, establecer una mera rutina, se convierte en todo un desafío. Si fallamos nuestro personaje comenzará a desfallecer, a sumergirse en una profunda depresión que se verá reflejada en los poemas, escritos por cierto por poetas profesionales.

Si trabajamos demasiado no podrá con su alma o puede que incluso sus textos se vuelvan reiterativos si no conseguimos estimularle. Sufrirá si no le alimentamos, igual que puede meterse en problemas si vamos a la compra en un momento inoportuno, justo cuando tocaba visita policial. Si no le dejamos dormir no será productivo, y si no trabaja no recibirá dinero con el que comprar comida. Bienvenidos al difícil engranaje de la vida misma.

I'm nothing genera sensaciones encontradas. Por un lado está el magnetismo propio de su planteamiento. No hablo ya de su esquema de 'Tamagotchi ilustrado', si no del mero hecho de ponernos en la piel de un poeta aislado del mundo, que mantiene contacto con su novia por carta y cuyo único nexo con el exterior son, por orden de importancia, el policía, el cartero y el tendero. Todo esto suena tan bucólico que dan ganas de llorar mientras juegas.

Hablo más bien de su potencial, del abanico de ideas que Edu Verz guarda en su cabeza para completarlo. Por ejemplo me dejó caer la posibilidad de introducir un componente social, de forma que los jugadores puedan intercambiar poemas escritos por ellos mismos. Tan sólo es una idea por otro lado compleja de implementar teniendo en cuenta los medios de los que dispone, pero que suena realmente fascinante. También podemos imaginar otros muchos factores que podrían entrar en juego, como la posibilidad de nuevos eventos aleatorios capaces de alterar nuestra rutina, una enfermedad que requiere de la compra de medicamentos o una visita inesperada que pueda afectar a la forma en la que nuestro poeta percibe la realidad.

Aún es pronto para saber cómo acabará todo esto, si I’m nothing encontrará su público o si se quedará en un valiente experimento. De momento Verz busca críticas, busca que a poder ser le destrocen el juego, y desde luego hoy por hoy no estoy en condición de complacerle, aunque no niego que el batacazo emocional puede ser enorme si I'm nothing no termina de alcanzar el suficiente equilibrio y profundidad como para hacer justicia a la idea que lo sustenta.

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