En el desfile alternativo del 12 de octubre no hay palco de autoridades, salvas ni toque de corneta. Si alguien llega un poco tarde, no se desata un conflicto institucional y el combustible que se consume no es el de los aviones militares en procesión, sino el de los generadores que alimentan los altavoces de las agrupaciones de música y baile folclórico que avanzan por las calles. Por noveno año y tras el parón de 2020 por el coronavirus, cientos de personas desfilaron por Madrid ante un público de miles, en una marcha reivindicativa, pero también festiva, para afirmar que la efeméride no debería ser tal.
“Con este jolgorio queremos mostrar que a pesar de 500 años de imposición seguimos vivos y somos parte de la sociedad. Tenemos sus apellidos, pero seguimos llevando nuestra sangre”, explicaba la portavoz de la Plataforma Descolonicémonos, Nélida Molina, que encabezaba la marcha vestida con el traje mapuche, portando junto a sus compañeros una pancarta con el lema “12 de octubre. Nada que celebrar”. La mención a los apellidos está de actualidad, además, tras la reciente burla del expresidente José María Aznar al líder mexicano, Andrés Manuel López Obrador, comprensivo con las quejas indigenistas, a cuenta de sus apellidos castellanos. “España tiene que repensar este día. Tiene muchas otras fechas [que sirven] como día nacional. Y lo hace demostrando su fuerza, armamento e imposición, lo que entronca con un concepto colonial, genocida, racista y patriarcal”, abundó Molina.
Coreando lemas como “la madre tierra no se vende, se defiende” o “fue un genocidio, no un descubrimiento”, la cabecera más política venía seguida de múltiples grupos folclóricos, vestidos con trajes tradicionales, especialmente de Bolivia y Perú, que bailaban al ritmo de la morenada o el carnavalesco pujllay, expresiones de indigenismo andino difíciles de encajar con la reciente tesis de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que considera este reclamación de respeto “el nuevo comunismo” . “Claro que es reivindicativa, pero queremos mostrar también que estamos integrados”, explicaba antes de lanzarse a bailar Moisés, de la fraternidad de los Intocables, cuyo emblema incluye una bandera boliviana y otra española a la misma altura. El hombre llevaba un vistoso e intrincado traje típico y sudaba profusamente, pero conforme avanzaba recibía los aplausos de las múltiples familias que se habían acercado a ver el desfile.
“Es una fiesta de las naciones”, explicaba una asistente veterana a una turista sorprendida ante el revuelo montado en la Puerta del Sol, que arrancó hacia las 17.30. La comitiva era nutrida; pasada media hora del inicio y mientras la cabecera circulaba por la calle Mayor, la retaguardia todavía no había empezado a moverse. Estaba la morenada Gran Poder, la agrupación Pujllay Masis y decenas de otras, incluida una de percusión africana, que se adentraron en la Plaza Mayor ante la perplejidad de muchos visitantes extranjeros sentados en las terrazas en una tarde de las de ir en manga corta.
Idólatras a pesar de todo
Las reivindicaciones políticas eran variadas. Algunas, irónicas, como una pancarta que rezaba: “Extirpación de idolatrías a mí. Resistimos”, en referencia al agresivo proceso evangelizador a partir del siglo XVI. Un panel de un colectivo peruano reclamaba la redacción de una nueva Constitución, un anhelo que el gobierno entrante del país ha enfriado recientemente. Otro grupo, brasileño, exigía paralizar el proyecto de ley con el que el gobierno del país pretende reducir los derechos de la Amazonia indígena para favorecer a los terratenientes agrarios, y acusaba de genocida al actual dirigente, Jair Bolsonaro. Había también reivindicaciones por la libertad palestina o llamadas directas al mestizaje: “No hay como mejorar la raza, basta de jerarquías”, rezaba un cartón.
La marcha tuvo un carácter muy festivo, sin casi presencia policial, apenas emborronado por la aparición de un sujeto que en la plaza de la provincia empezó a vocear vivas a España y a hacer el saludo falangista. Algunos jóvenes fueron a increparlo, pero el personal de organización contuvo el conflicto y el provocador acabó marchándose.
“Ni olvido ni perdón, queremos reparación”, proseguían los cánticos de protesta, que acompañaron a la marcha por la Plaza de la Provincia y la de Tirso de Molina hasta la de Nelson Mandela, en Lavapiés. Al término, se leyó el manifiesto, avalado por más de un centenar de asociaciones, con 13 reclamaciones, empezando por el fin del 12 de octubre como fiesta nacional y el derribo de las estatuas de Cristóbal Colón, pasando también por el respeto a los derechos de los pueblos indígenas desde el punto de vista cultura y del comercio internacional, así como contra el acoso militar a sus territorios y, en España, la derogación de la Ley de Extranjería.