Cuando Madrid tuvo una ley de casas baratas y las constructoras la usaron hasta para hacer palacetes
“Todos los días de diario a las ocho de la tarde, el portero cierra las verjas de las calles Francos Rodríguez y Leñeros, en Tetuán, y el pasaje de Bellas Vistas queda blindado. Los coches nunca han podido pasar, pero desde 2009 las personas que van andando se ven obligadas a dar un rodeo por la calle Numancia hasta las ocho de la mañana del día siguiente, cuando las vuelve a abrir. Desde el pasado mes de junio, además, la situación se repite de lunes a viernes de una a tres del mediodía, porque el portero sale a comer y los vecinos no quieren que entre nadie.
Isabel García lleva más de diez años batallando contra el cierre de una calle que de la noche a la mañana apareció privatizada, para uso y disfrute exclusivo de los habitantes de los chalés de alrededor. “Cerraron y la gente protestó, pero no pasó nada”, cuenta. “Vieron que funcionaba y que les venía fenomenal que no entraran coches. Pero cuando apareció el cartel diciendo que cerrarían los fines de semana dije: hasta aquí hemos llegado. Es un atropello a lo público. Me enfadé y empecé a recoger firmas”.
Hasta la fecha, su lucha no ha dado resultado. Cruzar esas verjas que hacen frontera es entrar en una especie de oasis en mitad de la ciudad. A ambos lados quedan los edificios de viviendas de uno de los distritos más humildes de Madrid, pero dentro hay palmeras, torreones, parcelas de más de 500 metros cuadrados con jardín propio, piscina y casas que alcanzan los 4.000 euros el metro cuadrado cuando salen a la venta. “Si te fijas, hay hasta palacetes. Eso no es una casa barata”, continúa Isabel.
La de Bellas Vistas es una de las 36 colonias que quedan en la capital. Construidas hace más o menos un siglo −en la década que fue de los 20 a los 30−, en Madrid llegó a haber 52, con cerca de 5.500 viviendas unifamiliares que entonces estaban a las afueras, lejos del centro y fuera del término municipal. Pero Madrid creció, empezó a construir en altura a su alrededor y las colonias quedaron como pequeños reductos, pulmones en los que la vida parece de pueblo y que hoy, con todos los servicios a mano, están entre las viviendas más caras y lujosas de la ciudad. Quizá lo más curioso es que se construyeron al amparo de las Leyes de Casas Baratas, que nacieron para mejorar la vida de los obreros y terminaron sirviendo a los intereses de la burguesía, que justo entonces empezó a interesarse por el negocio de la construcción.
“Los grandes terratenientes eran los que tenían el suelo, así que aprovecharon la Ley de Casas Baratas para ponerse las botas”, explica Paloma Barreiro, historiadora y autora de una tesis doctoral sobre casas baratas y vivienda social. “El Ayuntamiento les llevó el alcantarillado, alumbrado, agua y tranvías. Y en 1941, con Franco, esos terrenos se anexionaron a Madrid”.
Casas para obreros
Hace 111 años, en 1908, el Instituto de Reformas Sociales aprobó el primer proyecto de lo que más tarde serían dos leyes de Casas Baratas y una de Casas Económicas. Su intención era sacar a los trabajadores de las viviendas precarias en las que se asentaban.
“El obrero no tenía nada. Vivía dentro de la ciudad, en sotabancos o buhardillas, o estancado como podía en la periferia, en Vallecas o Tetuán. Y, como ahora, no tenía un trabajo estable”, continúa Barreiro. “En Europa hubo una corriente reformista que trató el tema de su alojamiento. El Instituto de Reformas Sociales legisló sobre las horas laborales, para que los niños no trabajaran... Y vio que tenía que legislar sobre vivienda, como ya hacía el norte del continente. En Inglaterra, Holanda, Bélgica o Alemania detectaron el problema y los ayuntamientos se preocuparon de comprar terrenos y construir viviendas sociales en régimen de alquiler. En el sur, España incluida, hubo una política muy diferente que se arrastra hasta hoy”.
Hasta entonces, las únicas iniciativas de vivienda obrera en Madrid habían venido de la beneficencia y las ideas de la precursora feminista Concepción Arenal. Gracias a su impulso, varias leyes permitieron la creación de La Constructora Benéfica, que, financiada por varios socios, dio a los trabajadores casas higiénicas y económicas. Compraron terrenos en Pacífico, en la calle Caridad, y en Tetuán. Algunas de estas siguen en pie: son casitas de ladrillo visto en las calles Avelino Montero Ríos y Tenerife, cuya construcción data de 1883. Fracasaron porque estaban mal conectadas y los obreros no podían ir a trabajar.
Tras el proyecto de 1908, la primera Ley de Casas Baratas se aprobó en 1911. Los socialistas discutieron sobre el nombre: eran para obreros, pero ¿debían ser 'casas obreras' o no? Al final, prefirieron llamarlas 'casas baratas' para no excluir a la clase media-baja y no separar tanto al rico y al pobre, o capitalista y obrero. Por 'casa barata' definieron que fueran aisladas, en el poblado o en el campo, para familias y sin posibilidad de subarrendar habitaciones. La calificación de 'barata' la concedería el Ministerio de la Gobernación a través de la junta local, que solía estar integrada por la clase dominante. Y el salario mínimo anual para acceder a una eran 3.000 pesetas anuales, “una cantidad desmesurada, ya que los obreros no tenían capacidad de ahorro y el trabajo estable era muy raro”, explica Barreiro.
De cara a los constructores, la ley era suculenta. Las casas baratas estarían exentas de impuestos durante veinte años, e incluso los contratos de compra de terreno quedaban exentos del impuesto de transmisión de bienes. Y aunque la ley fomentaba la creación de cooperativas para que accedieran a créditos, los propietarios ya estaban ahí. “Los terrenos eran propiedad privada y no se expropiaban. Así, o las cooperativas compran terrenos o son los propios dueños, grandes terratenientes, los que crean cooperativas”, continúa. La falta de una ley de expropiación, como en Bélgica, Alemania, Holanda o Inglaterra, fue otro de los motivos del fracaso de la ley.
Con todo, con la primera Ley de Casas Baratas se construyeron varias colonias que aún siguen en pie: la de la Prensa en Carabanchel, donde aún queda más de una casa con torreón y su característica entrada art decó, y las promovidas por la constructora Fomento de la Propiedad alrededor de la calle Alfonso XIII, en Chamartín, con criterios especulativos más de una vez. Por ejemplo: varios socialistas de la época fundaron la Cooperativa Obrera para la Adquisición de Viviendas Baratas y le compraron terrenos. Curiosamente, al mismo tiempo hicieron campaña a favor de la propiedad. Un texto publicado en El Socialista en 1915 lo dejaba claro: “Sí, señores, somos socialistas y aspiramos a tener cada uno nuestra casa, por el mismo motivo que aspiramos a apoderarnos de los medios de producción”.
“Las casas no eran tan buenas. Pero los dueños de la tierra, gente noble o los propios jesuitas, presionaron al Ayuntamiento para poner tranvías, alcantarillado e infraestructura. Eso revalorizó los terrenos. Hicieron un gran negocio”, indica Barreiro. Ambas constructoras recibieron, además, cuantiosas subvenciones del Estado. Y, como sus propios nombres indican, fomentaron la propiedad frente al alquiler.
“No más proletarios, todos propietarios”
Hay un lugar común que llega hasta nuestros días y que dice que España es un país de propietarios y que, si pudiéramos, todos compraríamos en vez de alquilar. La historia de las casas baratas nos deja ver el origen del dogma, que el catolicismo social reprodujo durante la primera mitad del siglo XX diciendo que la propiedad era un derecho natural y un medio del obrero para mejorar su situación. O, como afirmó un cardenal en 1945: “no más proletarios, todos propietarios”.
“En España, la propiedad privada se defendió con uñas y dientes”, añade la historiadora. “Los socialistas no se daban cuenta de que lo importante es el valor del suelo, de que debería ser del Ayuntamiento para construir en alquiler”. Aunque algunos se llevaban las manos a la cabeza cuando veían que, en lugar de viviendas colectivas se construían “hotelitos” - del francés hôtel, tal y como se llamaba antes a los chalés - a las afueras, no fue hasta la tercera ley de casas baratas en 1931 cuando se solucionó. Ese año se construyó la primera colonia de vivienda pública real en la capital: la de Salud y Ahorro en Usera - hoy llamada Moscardó, como el barrio.
Las frases de los escépticos con la ley tienen casi un siglo, pero suenan terriblemente actuales. “Todos los proyectos se reducen a ofrecer a cada familia cooperadora un hotelito con jardincillo. Para que el coste no sea excesivo se planean en las afueras, donde no hay comunicación con el centro y, si la hay, se lleva una cantidad de dinero que, junto a la vivienda, permitiría a la familia vivir en un cuarto de la población. Los que se quedan sin casa son los más pobres”, escribía un autor en El Socialista en 1922. “¿No sería más barato hacer casas de varios pisos y arrendarlas, de forma que el inquilino pueda cambiar de casa si el trabajo se lo exige y hasta abandonar la población sin perder nada? Deberíamos fomentar el espíritu cooperativo en vez del viejo instinto de la propiedad”.
En realidad, el “viejo instinto de la propiedad” no procedía solo del catolicismo sino que el propio reformismo le daba cancha. “El concepto es tener al obrero atado. Hazle propietario, ahuyéntale de la taberna y organizaciones obreras y que pase el resto de su vida pagando vivienda... Como ahora”, continúa Barreiro. “Los europeos, en cambio, tienen la idea de que no se pueden tener casas baratas si los terrenos no son municipales. Eso se empieza a hacer ahora aquí, con las VPOs”.
Como de aquellos polvos vienen estos lodos, hoy España es uno de los países europeos con menos porcentaje de vivienda social en alquiler sobre el total: un triste 1%, solo por encima de Grecia. En los Países Bajos esta cifra alcanza el 35% y en Austria un 21%. De hecho, la actual escalada de precios y burbuja en las ciudades españolas ha provocado que varios artículos se fijen en Viena y en sus medidas para mantener en cinco euros el precio del metro cuadrado del alquiler. Su objetivo es que dos tercios (el 66%) de las nuevas viviendas de la ciudad sean de protección oficial, de forma que sea el mercado privado de viviendas el que tenga que adaptar sus precios para competir contra el público.
Las casas de los más ricos de España
Entre los constructores que mejor aprovecharon las leyes aparece un nombre: el del vasco Gregorio Iturbe, que promovió la que hoy es una de las zonas más caras y con mayor renta media -más de 110.000 euros anuales- de España, El Viso. Iturbe compró terrenos cerca de Fuente del Berro y de Ventas y construyó varias colonias - Prensa y Bellas Artes, Iturbe IV y Parque Residencia - que tuvieron tanto éxito que le hicieron repetir en la década de los 30, cuando la ley ya no era de casas baratas sino de casas “económicas”. De ahí nació El Viso, que hoy queda al sur del Bernabéu y al este de Castellana. Se llamó así por las vistas que tenía a la sierra de Guadarrama.
“Fue un señor muy listo del capital vasco que introdujo el concepto de estandarización de la vivienda. Dentro de lo malo, hubo cosas buenas: la construcción se mecanizó. Hacía todas las casas iguales, buscando el máximo aprovechamiento con costes mínimos, y dirigidas a la clase media profesional”, dice Barreiro. El ministerio de trabajo de entonces, ya en la dictadura de Primo de Rivera, promulgó la tercera Ley de Casas Baratas en el 24 y la de Casas Económicas en el 25, dejando claro que no iban dirigidas solo a los obreros y aprovechando la ley para favorecer a grupos sociales (funcionarios, periodistas, artistas o militares) que mostraban su apoyo al régimen.
“Es la ideología en ese momento, muy corporativa. Se dan cuenta de que hay que hacer una ciudad gremial y los van colocando en las ciudades. Es un concepto clasista, pero de agrupación, para que haya paz social”, dice Barreiro. De ahí nació, por ejemplo, la colonia de Los Pinares, también entre las más caras de Madrid. Construida por una cooperativa de periodistas, las parcelas son de 600 metros cuadrados y las casas están entre 120 y 250.
“Estilo de vida pueblerino” para privilegiados
Mientras que la dictadura de Primo de Rivera consolidó los negocios inmobiliarios, la crisis de 1929 hizo que el Ayuntamiento de Madrid acometiera por fin la construcción de casas ultrabaratas, ahora sí, en régimen de alquiler. Durante las siguientes décadas llegaría, bajo el régimen franquista, el Instituto Nacional de Vivienda y los poblados dirigidos: Entrevías, el Pozo del Tío Raimundo, Orcasitas o Fuencarral. Los arquitectos de entonces bebían de las ideas de la Bauhaus y estudiaron con empeño cómo hacer “vivienda mínima”, o cómo distribuir habitaciones para toda una familia en pocos metros cuadrados (60) y que siguieran siendo dignas.
Las casas de las colonias, por su parte, fueron quedando encajonadas mientras la ciudad crecía a su alrededor y nadie se preocupó por ellas hasta los años 80, cuando se catalogaron y protegieron.
José María Ezquiaga, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, tenía entonces poco más de veinte años y acababa de salir de la escuela. “La mayor parte de las colonias estaban recogidas como viviendas unifamiliares. Y el Ayuntamiento modificó la ordenanza para que se pudieran construir bloques”, explica. “Imagino que creía que los habitantes de las colonias, propietarios, lanzarían cohetes de alegría porque iban a poder especular con los terrenos y construir varias alturas. Pero lo rechazaron, porque estaban muy felices de residir en Madrid con ese estilo de vida. Se organizaron y el Ayuntamiento aceptó conservarlas. Fue mi primer trabajo profesional. Movilizamos a un ejército de estudiantes para hacer un plan especial de protección, con planos de cada casita”.
Que estén protegidas, bien ubicadas y mantengan el estilo de vida “pueblerino” es lo que atrae a nuevos compradores. La inmobiliaria Rústicas Singulares se ha especializado en ellas y cuenta que, en las más selectas, las casas se venden a partir de 5.000 euros el metro cuadrado. “Entre los vendedores hay de todo. Queda gente antigua, pero cada vez menos. En su época eran accesibles para profesionales, pero han cambiado de manos y se han incorporado compradores que las han rehabilitado y vuelto a vender”, explica su jefa de comunicación, Ana Vela. “Entre los compradores hay madrileños, artistas, pilotos, extranjeros que vienen por trabajo y quieren vida urbana pero como si tuvieran un chalé... No suele haber grandes grupos, aunque sí pequeños inversores que compran tres o cuatro. La rentabilidad en alquiler depende de la casa, pero si tienes que rehabilitarla estará en torno al 5%”.
“Lo interesante de las colonias no es que fueran vivienda óptima para obreros, sino que se han convertido en un oasis y a Madrid le viene muy bien. Son pequeños pulmones y testigos de una época histórica. Valió la pena mantenerlas”, dice Ezquiaga. “Por aquel entonces no eran baratas, pero tampoco tan caras como un piso en Serrano. Piensa en un Madrid sin coches, en vivir en Chamartín cuando no había Castellana. Tenías que ir en tranvía o andando hasta el centro. Eso era una aventura y lo que las hacía baratas”.
De que casi todas las colonias son hoy un espacio de privilegio, aislado de los problemas de la ciudad, apenas cabe duda. Algunas han intentado que el Ayuntamiento peatonalice todas sus calles; otras, como Los Pinares, las han cerrado a los coches. “Fueron pioneras en crear áreas para residentes. Como estaban en la frontera, todo el mundo dejaba su coche ahí y se convertían en aparcamientos”, continúa Ezquiaga. Otras, como la de Bellas Vistas en Tetuán de la que hablábamos al principio, han intentado cerrarse en banda y privatizar el espacio. De momento, lo han conseguido de ocho de la tarde a ocho de la mañana y los fines de semana.
“Esta gente pagó sus casas y eran propietarios que estaban al margen de lo que pasaba fuera. Han quedado para clases sociales altísimas”, añade Barreiro. “Creo que ahora habría que terminarlas, que construir los remates, estudiarlas y coser la ciudad”. Un ejemplo claro de “falta de cosido” es también Bellas Vistas, donde la colonia y los edificios de viviendas del barrio están separados por un muro que se está cayendo y del que nadie quiere hacerse cargo.
¿Y respecto a qué hacer ahora, un siglo después, cuando los problemas del trabajador son parecidos y la política de vivienda la dicta un mercado que se ha hecho con las viviendas sociales y que rechaza cualquier intervención para intervenir en el precio del alquiler? “Una política del Ayuntamiento, cogiendo edificios del centro, el ensanche y la periferia y dándolos en régimen de alquiler. Es facilísimo. El Ayuntamiento [que lo ha intentando tímidamente pero no lo ha conseguido] tiene que tener dinero para comprar esas casas. Esa es mi propuesta”, concluye Barreiro. “Pero para eso tiene que haber concejales de urbanismo que se lean los libros: si no, se repiten los mismos errores”.