Las Torres de Colón llevan medio siglo erigidas sobre la plaza madrileña del mismo nombre. Pero su madurez, cinco décadas de vida, no ha mitigado la polémica que generan desde que se construyeron en los años 70. Reformadas en varias ocasiones, la última intervención sobre este ejemplo único de la arquitectura suspendida en España ha vuelto a sembrar la discordia. La historia de la pareja de torres de la capital, de 117 metros de altura, está marcada por vaivenes empresariales y peleas entre arquitectos.
La actual propietaria del edificio, Mutua Madrileña, ha presentado un proyecto para transformar las torres que modificará el skyline de la ciudad con cuatro nuevas alturas para instalar oficinas. El estudio pintado sobre el papel contempla la desaparición del emblemático enchufe, que no estaba en el proyecto original y que se añadió en una reforma posterior; la eliminación de la escalera y el ascensor entre torres, y el fin de la piel naranja que envuelve los rascacielos. La inversión alcanza los 65 millones de euros.
En el Palacio de Cibeles, sede del Gobierno municipal, han dado vueltas durante los últimos años varios planos para reformar el emblemático conjunto. El arquitecto original, Antonio Lamela, fallecido en 2017, dejó un proyecto póstumo que llegó a presentar a la anterior corporación a través de su hijo, Carlos Lamela, uno de los profesionales del star system de la arquitectura madrileña. Muñidor, entre otras, de la polémica reforma de Canalejas.
Sin embargo, el diseño final, presentado esta semana, nace de las manos de otro técnico, Luis Vidal, contratado por Mutua Madrileña. Su proyecto para las torres pasó por el filtro del Ayuntamiento de Madrid en las últimas semanas de mandato de Manuela Carmena. La Comisión para la Protección del Patrimonio Histórico, Artístico y Natural calificó como “viable” la actuación, que incluye el desmontaje del remate que corona el conjunto. Sus planos se parecen bastante a la reforma que pensó Lamela padre con dos nuevos volúmenes superiores aunque la silueta que proponía el arquitecto original es más esbelta.
Sin embargo, el estudio Lamela, que está detrás de la Asociación para la Protección de las Torres Colón, considera que el proyecto “altera” la esencia de los edificios por la “propia unión de las torres en un solo edificio”. “Es una clara e irreversible desfiguración de una obra esencial del patrimonio arquitectónico madrileño que agrede la protección de la estructura”, se quejaba Carlos Lamela ante la prensa esta semana. Lamela amenaza incluso con ir a los tribunales si la reforma sigue adelante.
eldiario.es se ha puesto en contacto con el estudio Luis Vidal + arquitectos sin obtener respuesta. Mutua Madrileña, que ha contratado sus servicios, defiende, por su parte, que “el proyecto respeta íntegramente su estructura interna reforzando y realzando sus características de edificio suspendido” y subraya que las torres funcionarán con energía renovable o autogenerada tras las obras de rehabilitación, las terceras de su historia.
En 2017 se iniciaron los trámites para proteger parcialmente la estructura por su especial valor arquitectónico, aunque un año y medio después el proceso no ha concluido. La anterior corporación consideró la reforma “compatible” con la protección que se le va a dar al conjunto, aunque la decisión se tomó antes de que esa protección fuera efectiva. Este extremo también ha sido criticado por el estudio Lamela, y también la presencia del Gobierno municipal en la presentación oficial del proyecto. “Interfiere con la independencia que deben tener los técnicos que están acometiendo la catalogación definitiva”.
Fuentes municipales aseguran que el área de Desarrollo Urbano “está terminando el expediente de modificación puntual del Plan General” para completar su catalogación como patrimonio. “Así se procederá a su catalogación parcial respecto al innovador sistema estructural que fue pionero en la época”, apuntan desde el Ayuntamiento.
La casa por el tejado
Las Torres de Colón se empezaron a construir por el tejado. Las crónicas de los años 70 recogían la extrañeza de los ciudadanos madrileños ante semejante técnica, calificada como arquitectura “suspendida”. Fue toda una revolución en la época: en lugar de ir apoyando una planta sobre otra de abajo a arriba, se construyó un gran núcleo y una cabeza sobre la que cuelgan los forjados a través de tirantes. En la parte inferior hay una base.
Inicialmente los dos edificios, cuya estructura se diseñó íntegramente en hormigón armado, estaban separados pero a principios de los años noventa la normativa obligó a incluir una escalera de incendios. Para sujetarla desde arriba, se creó una gran plataforma que se ocultó sobre una estructura verde que se ha popularizado después como “enchufe”.
Esta segunda reforma no cambia la “edificabilidad”, según el Ayuntamiento de Madrid. ¿Cómo se consigue esto aumentando cuatro pisos la altura? Retirando forjados para que las plantas inferiores sean menos y tengan techos más altos. En todo caso, las obras de rehabilitación aumentan notablemente el volumen de las torres, que pasan a tener dos bloques nuevo sobre la cabeza antigua. La altura, sin embargo, no se ve alterada: los dos nuevos volúmenes tienen los mismos metros en vertical que el vértice del enchufe.
La altura del conjunto fue un problema desde el principio. El Consistorio primero propuso hacer una sola torre, pero Lamela ofreció como alternativa dos torres gemelas. “Una pareja es una unidad compuesta por dos individuos”, justificó. La construcción se paralizó durante tres años porque el Gobierno municipal que presidía Carlos Arias Navarro obligó a “desmochar”, como se recoge en los periódicos de los años 70, las torres por excederse en nueve metros de la altura permitida por las ordenanzas. “El Ayuntamiento perdió los pleitos y tuvo que compensar las pérdidas ocasionadas a los promotores con concesiones, como permitir el uso principal de oficinas y un portal en la planta sótano, fuera de normativa, para sacar más rendimiento comercial a la planta baja”, cuenta el Estudio Lamela.
Las antiguas Torres de Jerez... de Rumasa
Los cambios de propiedad y de uso han marcado también su biografía. Y su nombre. En los años ochenta se las conocía como Torres de Jerez. Eran propiedad de la antigua Rumasa. Con la expropiación pasaron por subasta a manos del grupo Herón en el año 1986 y en 1995 fueron compradas por Mutua Madrileña, que tiene una gran cartera inmobiliaria en Madrid (23 edificios valorados en 2.000 millones de euros). Los edificios se concibieron al principio para uso residencial, pero la paralización de las obras en los 70 frustró su comercialización. El plan terminó abortándose y las casas se sustituyeron por oficinas.
En 2017, el fondo Emin Capital, comprador de la Torre Agbar de Barcelona, ofertó 150 millones de euros por el conjunto con la idea de convertirlas en un hotel de lujo. La operación nunca se llegó a hacer efectiva pero Mutua Madrileña logró una resolución favorable del Ayuntamiento de Madrid, con Carmena al frente, para cerciorarse de que no había problemas en cambiar la clase de uso (de oficinas a hotel). “Querían hacer un proyecto muy complicado de ejecutar y vinieron a verme representantes de la Mutua, con Lamela y un empresario vinculado a Hyatt (una cadena hotelera estadounidense)”, cuenta el exconcejal de Desarrollo Urbano Sostenible, José Manuel Calvo, que asegura que un tiempo después recibió de nuevo a la Mutua pero esta vez con Luis Vidal, el arquitecto actual.
El macroproyecto de Emin Capital para transformar la Torre Agbar en un establecimiento hotelero no acabó bien: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, no otorgó las licencias de obra y el fondo terminó revendiendo el edificio.
“Todos se preguntan qué es, o mejor dicho, qué va a ser. Un halo de curiosidad y misterio flota a su alrededor”, publicaba ABC el 14 de enero de 1970 sobre las Torres de Colón. 50 años después, la expectación sobre esos dos edificios que perfilan la plaza madrileña sigue intacta.