María Isabel Ducajú tiene 79 años –“siete nueve”, dice ella– y ganas de votar, pero la cola para entrar en el colegio electoral de la calle Juan Duque a las 16.30h da la vuelta a la manzana, así que se ha ido a esperar al bar de los hermanos José Luis y Joaquín Rampérez. Aquí, en el barrio Imperial, a un par de calles del Manzanares, los bares siempre atraen más clientes cuando hay elecciones. También hoy, aunque no se vote en domingo. La hostelería ha sido uno de los focos de la campaña, a cuenta de su apertura o cierre por el coronavirus, y, para los Rampérez, la cuestión está bastante decidida. José Luis va a votar a Isabel Díaz Ayuso, según admite sin rodeos. Joaquín no lo confirma, pero parece que también. La parroquia es otro cantar, al menos en el caso de doña María Isabel, que se confiesa “de otra onda” mientras da cuenta de un segundo chupito de licor de hierbas. Cuando llegue la hora de la siesta y se aligere la fila en el colegio electoral, volverá a intentarlo.
El alineamiento de una buena parte de los hosteleros madrileños con la presidenta regional no ha derivado en proselitismo en esta taberna, que hoy cierra a las 18h, porque no tiene terraza, y con el COVID la afluencia desciende mucho por las tardes. Así que ambos llegarán a tiempo a votar. Quien no lo hará es Fátima, que sirve cañas unos metros más abajo, en la competencia, porque es portuguesa, de Oporto, y aún no ha terminado los trámites para obtener la doble nacionalidad. Fátima lleva dos años sin ver el Atlántico y ya tiene ganas. Si le hubiese dado tiempo, habría votado a su “amiga” Ayuso. “Es la única que me está dando de comer ahora mismo”, cuenta.
En el bar de Fátima, los clientes no dan crédito a que en otros países el voto sea obligatorio y la abstención acarre multa. Pero así sucede en Perú, de donde es originario Álvaro Pinedo, que regenta 'El rincón peruano' en la Calle Segovia. En el país andino también hay elecciones este mes, en este caso presidenciales, y aunque Pinedo se confiesa de derechas, no quiere que gane Keiko Fujimori, hija del sanguinario Alberto, hoy encarcelado. “Es una ladrona”, critica. En Madrid, lo tiene claro, él va con Ayuso. De hecho, ya ha pasado por el colegio electoral, pero también decidió dar la vuelta al ver la cola. Irá más tarde, “a la hora del covid”, hacia las 19h, cuando se supone que ya habrá menos gente y las autoridades recomendaron ir a los enfermos. Tampoco le molestan excesivamente los comentarios un tanto desdeñosos de la presidenta cuando los confinamientos perimetrales en los barrios del sur, que Ayuso achacó en parte a las costumbres de la inmigración. “Si opinara de todo lo que dijesen, mal me iría en la vida”, reflexiona, y opina que “el virus existe, pero la vida sigue” y es necesario trabajar.
El apoyo de los dueños de bares a Ayuso no es monolítico, pese a estos testimonios, en una muestra por locales cercanos a colegios electorales. En un pub irlandés de la calle Bailén están de encargados Sara y Alejandro, este último bastante harto ya de la actitud desobediente de la clientela a última hora –en este momento, solo hay una persona, muy tranquila–. “Yo ya desistí de pelear con ellos. Aquí todo es beber, beber y beber y nadie se pone la mascarilla”, protesta. Si abren, es porque están obligados, pues “las ayudas del PP son mentira”. Alejandro se está planteando no votar, Sara tiene decidido que sí y que no será a Ayuso. “Mis valores no me lo permiten”, afirma.
En la costanilla de San Andrés, el bar la Quintería ha tenido bastante movimiento hoy. “Como un semifestivo”, dice la dueña, Montse Calderón de la Barca. El establecimiento está justo al lado del colegio electoral y aquí las colas también han sido largas toda la mañana y lo siguen siendo después de comer. La crispación de la campaña se ha notado en las terrazas, con un conato de discusión entre unos jóvenes de Vox y otros de Podemos, cuenta Montse, que también apoya a Ayuso. “Si no fuese por ella, muchos habríamos cerrado”. En un bar muy cercano, una de las responsables resiste: no votará a la candidata del PP, aunque es posible que a alguno de sus tres sus socios “no le haga gracia” y por eso pide que no se mencione el nombre del local. Hoy, en todo caso, la plantilla entera irá a las urnas, calcula. “¿Tú a quién vas a votar?”, le pregunta a uno de los camareros que justo pasa por detrás de la barra, camino de la cocina. El chico se sonríe, no contesta y desaparece tras la puerta de la cocina.