Nació en 1943 y tiene el hígado trasplantado, lo que lo convierte en claro sujeto de riesgo ante la COVID-19, pero el cantante Raphael quiso celebrar su 60º aniversario sobre los escenarios y no encontró problemas por parte de las autoridades. Tampoco sus seguidores, abrumadoramente veteranos también. En doble sesión de fin de semana –4.300 personas el sábado y unas 3.600 el domingo, según la administración del centro–, el artista saltó al escenario con la bendición de la Comunidad de Madrid y los gestores del Wizink Center, nombre comercial del palacio de los deportes de Madrid, que depende del gobierno regional.
El Wizink tiene varias configuraciones de aforo, en función del tipo de espectáculo. En condiciones normales pueden caber hasta 17.400 personas, incluyendo al público de pie en la pista, según el propio folleto del recinto. Cuando las localidades son de asiento, la capacidad máxima cae a 12.000. “Con el tema del covid el aforo se reduce al 40%, pero hablando con el promotor y la gente de Raphael, decidimos que queríamos ser un poco más precavidos y poner a la venta el 30%, porque nuestro aforo más estándar suele ser 6.000”, explica una portavoz del recinto.
Las medidas de seguridad obligaban a acceder por turnos y a bloquear dos butacas laterales por cada grupo de boletos comprado, más otro en la fila siguiente y, aun así, podría entenderse que juntar a miles de personas en un recinto cerrado, por bien ventilado que estuviese, suponía un agravio comparativo respecto a la reciente decisión de reducir de 10 a seis el número de comensales en Nochebuena. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, avaló el espectáculo, en cualquier caso. “Cumple toda la normativa de aforos y separación, es un concierto seguro”, afirmó esta mañana.
Entre los asistentes el domingo había quien había analizado los riesgos y decidido acudir, a pesar de todo. Es el caso de Francisco, con cáncer y un reciente trasplante de médula, acompañado de su mujer, Purificación. “Yo soy de alto riesgo y no vengo muy preocupado; también lo es él, que es el que actúa”, resolvía el hombre. Nieves Téllez y Ramón Castillo venían discutiendo en el metro cuál era la parada más cercana, pero sin apenas temor a contagiarse. “Vamos con todo el cuidado del mundo, pero hay que vivir un poquito, porque si no nos va a dar un 'yuyu'”, reflexionaba la mujer. Ramón celebraba que las entradas no se hubiesen agotado, pues en otras ocasiones habían desparecido el mismo día que salían a la venta.
“Mi hija tiene que coger el metro todos los días, pero imágenes solo salen de las fiestas”, criticaba Ernesto, socio del Atlético de Madrid, también cansado de no poder ir al fútbol. “Haya ya lo que haya, hay polémica”, se quejaba. Tanto él como su mujer, Mercedes, fueron al concierto después de haber superado la enfermedad. “Pero tenemos respeto porque no se sabe. Hemos traído gel”, apuntaron.
La fecha del 19 la tenía originalmente ocupada en el Wizink el músico Loquillo, que acabó retrasando su actuación al año próximo. Desde el centro justifican: “Las entradas para Loquillo se pusieron a la venta en 2019, cuando no había ningún problema. Es muy complicado cuando todo esto sucede decirle a la gente que ha comprado en pista que ahora la vas a sentar. Al final todos los conciertos se están aplazando por eso: o bien el ‘show’ del artista no permite un concierto sentado, o bien porque ya estaban a la venta y no es la misma cosa”. La oportunidad de acoger a Raphael surgió después, hace un mes y medio, explican.
El bailaor Joaquín Cortés también suspendió esta semana una actuación en el mismo centro, prevista para el día 23, ante la imposibilidad de aficionados residentes en comunidades cerradas de desplazarse a Madrid. En Madrid sigue habiendo música en directo, pero con aforos más reducidos. En La Riviera tocó el sábado Varry Brava, donde cabrían 2.000 personas, pero solo se pusieron a la venta 400 localidades.
Algunos de los aficionados a Raphael sí optaron a última hora por no acudir. “Mi hijo y sus hijos no vienen”, explicaba María, que estaba tranquila “al 50 por ciento” y acudió al Wizink porque la habían invitado. Iba acompañada de un familiar que trataba de colocar las invitaciones restantes. Por poco no se encontraron con Milagros, que llegó sola buscando un pase. “Yo ya fui a la Pantoja en marzo y no se sabe ni lo que había”, despejaba. Un revendedor se le acercó y le ofreció una entrada por 50 euros “negociables”. “Lo tengo muy visto, a Raphael”, declinó ella. La actitud general la resumen las palabras de dos mujeres con abrigo de piel, llegadas de Torrejón, que esperaban por dos amigas, que venían de Majadahonda y estaban al caer: “Miedo sí se tiene, hijo, pero hay que vivir”.