Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.
Por Lu
Bueno, pues ya se acaba el año y aquí estoy con una reseña picante, de un lugar, Kitchen 154, que ya tiene muchas reseñas, críticas y de todo, pues lleva ya años en acción en el mercado de Vallehermoso y en Malasaña, antes en una perpendicular de Manuela Malasaña, ahora en calle del Acuerdo.
Debo hacer una premisa para realizar esta reseña: viajar a lugares exóticos no me va, soy europeísta total y occidentalista en general, pero la cocina exótica sí me va, así como algunas obras artísticas de países exóticos, pocas. Puedo degustar y disfrutar profundamente de la cocina coreana, vietnamita, china, sin haber estado en dichos países y, por lo tanto, sin tener ni idea de la fuente de dichas cocinas. Partiendo de esa premisa, también debo señalar que tengo gusto, capacidad de juicio y discernimiento y que, por lo tanto, puedo distinguir cuando algo está bien o mal cocinado, independientemente de si se parece más o menos a la fuente, al origen, o no. Evidentemente el origen es una referencia, que es útil conocer para comparar, pero, no cumpliendo dicha premisa, también se pueden realizar críticas, reseñas o lo que sea, sin que por ello se menoscabe la calidad de las mismas. En una época en que las experiencias y las experiencias más el exotismo —como hacer puenting en Australia, paracaidismo en Bolivia, atravesar con una tirolina selvas tropicales y cosas semejantes— son lo más de lo más, he de decir que yo, si tengo que elegir, me quedo con un paseo por el Reina Sofía o con una palmera de chocolate en La Duquesita. Chispún. Bueno, voy al tema, primero un poco de música para amenizar el texto de acuerdo con el espíritu del lugar ya que aúna sus dos vertientes, la castiza y la exótica (por la ex), ¡uea!
Este lugar, Kitchen 154 es una mezcolanza curiosa, por un lado, en su web y en sus camisetas, defienden que su establecimiento no es «ni gastro, ni pollas» y, sin embargo, «gastro-» sí que es, pues lo que se come en el lugar llega al estómago, como todo lo que se come, y «pollas» pues también, ya que en la decoración hay diversas alusiones al miembro viril, véase, por ejemplo, la foto a continuación.
Tal vez sean como Magritte y nos quieran engañar, aunque manca finezza… Quién sabe. En lo que no engañan es que ofrecen «comida callejera, especiada y picante del Sudeste asiático y por ahí».
Pero, primero la decoración. En el lugar prevalece el estilo industrial y metalero claramente Kikekelleresco; entre paréntesis, es una pena que ya no tenga, Kikekeller, su precioso local en Corredera Baja.
También destacan los carteles de pelis de gusto ochentero-noventero tuneados, como el siguiente.
Son muy detallistas y te dejan un termo de camping lleno de agua para cuando pillas alguna guindilla exótica o similar que te haga marearte; si llegas al depósito sin arder en amor divino, ¡es que has ganado!
Muy bonita la foto de Niki Lauda para promocionar la oreja a la plancha; vale, vamos con la canción de Los Petersellers, que también es muy propia para el lugar.
Ahora seguimos con la parte líquida, M. se pide una cerveza fresquita, una Lager doble (3,50 €), que creo que era de La Virgen, la cual antes ocupaba este local, no La Virgen del espíritu santo y todo ese rollo, sino La Virgen marca de cerveza, y la disfruta. Yo elijo una manzanilla La Cigarrera (4,50 €), una manzanilla que casi no parece una manzanilla, pues la salinidad y mineralidad propias derivan hacia aromas más complejos, más profundos, casi de amontillado, ni siquiera de manzanilla pasada que aún conserva su salinidad. Es un vino más fuerte del esperado para combinar con la oferta picante del lugar. Hubiera preferido algo más salino, menos complejo, pero bueno, en cualquier caso, estaba excelente; es decir, era una manzanilla particular, porque iba más allá de lo que se espera de una manzanilla, al ser excepcionalmente compleja y sabrosa. Venimos a comer picante y algo fresco, salino, mineral es lo que más me apetece con algo picante.
Bueno, lo dicho, fantástica, pero no era lo que buscaba y, sin embargo, me la bebí encantada. Nos ponen las bebidas acompañadas de patatitas con pollo especiado en salsa, muy sabrosón, que hace presagiar una cena rica en matices aromáticos. ¡Tremenda tapa, da gusto!
En lo que se refiere a la parte sólida, elegimos unos siao mai (9 €), que son unos saquitos de pasta chinos, en este caso rellenos de langostinos y cerdo, hechos diariamente a mano por, según lo que ellos dicen, «el boludo de turno» y bañados en salsa hei, que creo que es salsa de soja clara, tal vez mezclada con una gotita de soja oscura, y a la que al final se le añaden ajos crujientes, muy sabrosona. Deliciosas bolsitas mar y montaña sobre un laguito de soja que aporta umami al conjunto perfectamente combinado con el toque crocante de los ajos tostados. Son, sin duda, unos bocados riquísimos, de textura y sabor suave, en el que resulta difícil distinguir el mar de la montaña, y que se ven realzados por el punto salino de la soja, el cual queda rematado con el matiz ligeramente picante del ajo salteado. Estupendísimos. Eso sí, no son especialmente elegantes a la hora de hincarles el diente, pues son grandes y te quedan los carrillos como a Carpanta cuando comía pollo. Señalar igualmente que, aunque suene a un tipo de boxeo tailandés, es un plato chino y en esta versión carnepescadosa está estupendo.
Luego tocan las costillas coreanas (17,50 €). Napadas con una salsa coreana dulce-picante, estas costillas de cerdo se deshacen en la boca y van perfectamente acompañadas con una guarnición de arroz jazmín y encurtido de pepino y cebolla roja. El punto picante es perfecto y la textura de la carne es una clara evidencia de que se estas costillas se han tirado sus buenas horas en el horno. Las especias que conforman la salsa son palpables, a diferencia de las salsas barbacoa y similares que se encuentran por ahí, es una salsa bien hecha, donde cada ingrediente está ahí creando un todo meloso y, sobre todo, sabroso. Los encurtidos aportan frescor al conjunto intenso de las costillas y el arroz acompaña, rellenando y, al mismo tiempo, suavizando. Muy bien todo, rico, bien pensado, saciante y gustoso.
Y, para terminar, un curry rojo de gambón (17,50 €), con verdura salteada. Dicen en la web que el arroz no se debe mezclar con el curry porque se ofende un señor y exactamente es lo que hemos hecho, lo sentimos por la ofensa, señor. El curry está fuertecito y el arroz sirve para aligerar su potencia, por ello hemos incumplido la norma, fatal. Sea como sea, las verduras salteadas también sirven de apagafuegos, pues este curry es un curry picante, de moquear por momentos y de tirar la mesa abajo en busca de agua, como casi nos pasa a nosotros, pero excelente, sin duda. Delicioso plato, con todos sus aromas de popurrí de especias, también con hierba limón dentro del preparado aportando su limonez al conjunto, y los gamboncitos ahogados, los pobres, en el picantorrrr, cual ser que ha caído en la olla de un diablo de un cuadro del Bosco.
¡Qué fuerrrte! Si quieres despejar las vías nasales al mismo tiempo que degustas un plato oriental, agradablemente aromático y lleno de sabor limonero, ácido, algo terroso y picante, esta es tu elección.
Sin duda, recomiendo este lugar para aquellos a los que les guste la cocina exótica y adoren el picante. Una comida muy sabrosa, aromática, especiada, saciante y fuertecita. Perfecta, especialmente, para entrar en calor con aromas orientales en invierno. Es ideal para vengarte de alguien al que no le vaya o le siente mal el picante, ¡saldrá contentito!
Aquí la web de Kitchen 154, sita en calle del Acuerdo 3.
Bueno, ya me despido. Solo decir que espero que el nuevo año sea educado, respetuoso y buena persona y que traiga belleza y gatitos sin abandonar. A propósito, si os apetece empezar el año haciendo cosas buenas, en esta asociación, AGAR, cuidan a los gatitos que viven en el Retiro tras su abandono por seres deleznables, hay unos 200 —gatitos, seres deleznables, en general, hay más—, y les agasajan, les alimentan, les esterilizan, les ponen chip y les hacen todos los servicios necesarios que algunos desaprensivos no estuvieron dispuestos a hacer y, por ello, los dejaron allí. Ah, se me olvidaba, dicha asociación tiene Teaming, por si queréis dedicarles un eurito al mes; es un sistema muy cómodo para sentirse uno mejor consigo mismo y, al mismo tiempo, ayudar a gatitos preciosos.
Bueno, pues ya se acaba el año y aquí estoy con una reseña picante, de un lugar, Kitchen 154, que ya tiene muchas reseñas, críticas y de todo, pues lleva ya años en acción en el mercado de Vallehermoso y en Malasaña, antes en una perpendicular de Manuela Malasaña, ahora en calle del Acuerdo.
Debo hacer una premisa para realizar esta reseña: viajar a lugares exóticos no me va, soy europeísta total y occidentalista en general, pero la cocina exótica sí me va, así como algunas obras artísticas de países exóticos, pocas. Puedo degustar y disfrutar profundamente de la cocina coreana, vietnamita, china, sin haber estado en dichos países y, por lo tanto, sin tener ni idea de la fuente de dichas cocinas. Partiendo de esa premisa, también debo señalar que tengo gusto, capacidad de juicio y discernimiento y que, por lo tanto, puedo distinguir cuando algo está bien o mal cocinado, independientemente de si se parece más o menos a la fuente, al origen, o no. Evidentemente el origen es una referencia, que es útil conocer para comparar, pero, no cumpliendo dicha premisa, también se pueden realizar críticas, reseñas o lo que sea, sin que por ello se menoscabe la calidad de las mismas. En una época en que las experiencias y las experiencias más el exotismo —como hacer puenting en Australia, paracaidismo en Bolivia, atravesar con una tirolina selvas tropicales y cosas semejantes— son lo más de lo más, he de decir que yo, si tengo que elegir, me quedo con un paseo por el Reina Sofía o con una palmera de chocolate en La Duquesita. Chispún. Bueno, voy al tema, primero un poco de música para amenizar el texto de acuerdo con el espíritu del lugar ya que aúna sus dos vertientes, la castiza y la exótica (por la ex), ¡uea!