Somos Opinión y blogs

Sobre este blog

¿Cómo te lavas las manos para quitarte el olor a ajo? Aprende a gestionar la tristeza

0

Un día, viendo la televisión, escuché a Carlos Aguiñano explicando cómo hay que lavarse las manos para quitarse el olor a ajo. Yo siempre había puesto todo mi empeño en frotar con fuerza una mano contra la otra aplicando la lógica de que cuanto más te esfuerzas por conseguir algo más cerca estarás de conseguirlo. Cual fue mi sorpresa cuando escuché que lo que hay que hacer para quitarse el molesto olor a ajo de las manos es simplemente ponerlas debajo del grifo y dejar que caiga el agua sobre ellas sin frotar. Me pareció maravilloso. Mi cabeza inmediatamente linkó con una metáfora que había leído en “Vencer la depresión” de Teasdale y Kabat-Zinn:

    “Pero ¿qué pasaría si no hubiera nada en usted que estuviera mal? ¿Qué pasaría si, como prácticamente todo el mundo que padece depresión repetidas veces, se ha convertido en víctima de sus propios esfuerzos sensatos – incluso heroicos – por liberarse, como cuando alguien que ha caído en arenas movedizas se hunde incluso más en ellas debido al forcejeo que hace para intentar salir?”

    También pensé en la lógica no ordinaria de la que habla Nardone cuando se refiere al funcionamiento de las emociones y terminé en el denominador común de la solución intentada disfuncional número uno: el intento de forzar algo que solo puede ocurrir de manera espontánea. Como dicen los autores de “La táctica del cambio”:

   Todos y todas tenemos cambios en nuestro estado de ánimo. “En cambio el paciente potencial define dichas fluctuaciones como problema y toma voluntariamente determinadas medidas que sirvan para corregirlas y evitar su reaparición. Tales medidas acostumbran a implicar un esfuerzo deliberado para asegurar un rendimiento normal o efectivo. Al realizarlo, el paciente potencial se ve atrapado por la dolorosa solución de tratar de imponerse un rendimiento que solo puede obtenerse de modo espontáneo o irreflexivo.”

    En la misma línea Anabel Gonzalez, en su maravilloso libro “No soy yo!, nos explica como ”Esta emoción se autorregula, como todas, si dejamos que fluya y se integre con el resto de nuestras emociones. La tristeza funciona como un río que, sin que nadie lo dirija, sabe llegar al mar“ Y continúa en el mismo párrafo: ” Cuando sentimos tristeza y a la vez rabia por sentirla, no dejamos que fluya, la empujamos hacia dentro. Puede que no lo notemos, pero enterrar emociones nos pasa factura.“

    Así es como llegué, uniendo puntos, desde el ajo hasta la gestión de la tristeza. Desde entonces, a las personas abatidas, tristes, deprimidas que llegan a mi consulta les suelo preguntar: ¿Cómo te lavas las manos para quitarte el olor a ajo?

Un día, viendo la televisión, escuché a Carlos Aguiñano explicando cómo hay que lavarse las manos para quitarse el olor a ajo. Yo siempre había puesto todo mi empeño en frotar con fuerza una mano contra la otra aplicando la lógica de que cuanto más te esfuerzas por conseguir algo más cerca estarás de conseguirlo. Cual fue mi sorpresa cuando escuché que lo que hay que hacer para quitarse el molesto olor a ajo de las manos es simplemente ponerlas debajo del grifo y dejar que caiga el agua sobre ellas sin frotar. Me pareció maravilloso. Mi cabeza inmediatamente linkó con una metáfora que había leído en “Vencer la depresión” de Teasdale y Kabat-Zinn:

    “Pero ¿qué pasaría si no hubiera nada en usted que estuviera mal? ¿Qué pasaría si, como prácticamente todo el mundo que padece depresión repetidas veces, se ha convertido en víctima de sus propios esfuerzos sensatos – incluso heroicos – por liberarse, como cuando alguien que ha caído en arenas movedizas se hunde incluso más en ellas debido al forcejeo que hace para intentar salir?”