Hoy todo el mundo conoce de qué va el Primero de Mayo y está acostumbrado a vivirlo, con mayor o menor lejanía, como una jornada festiva y reivindicativa que se articula en torno a grandes manifestaciones. Sin embargo, los principios de aquella primera ocasión en nuestra ciudad, en 1890, son mucho más desconocidos. ¿Cómo fue aquel Primero de Mayo? ¿Se vivió de alguna manera en el barrio que hoy llamamos Malasaña?
La efeméride se estableció por primera vez por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889, y conmemora a los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas ejecutados tres años antes tras unas jornadas de lucha en pos de la jornada laboral de 8 horas.
Siguiendo las consignas del Congreso de París, los trabajadores madrileños decidieron sumarse a los actos internacionales del Primero de Mayo en su primer año de celebración. Dicho congreso había supuesto la creación de la Segunda Internacional, que ya había puesto de manifiesto la división dentro de la Internacional y supondrá, en 1896, la expulsión de los anarquistas de la misma. Por ello, estos vivieron con cierto recelo la jornada de hermanamiento obrero. No obstante, se sumaron al Primero de Mayo, por su potencia reivindicativa y porque se conmemoraba el asesinato de los Mártires de Chicago. Serían precisamente anarquistas los que conseguirían en España, en 1919, tras la huelga de La Canadiense, la añorada llegada del mítico 8-8-88-8-8 que habían reivindicado los asesinados en Estados Unidos : 8 horas para trabajar, 8 para dormir, y 8 de tiempo libre.
Para empezar el Primero de Mayo de acuerdo con la tradición ibérica de desunión obrera, en 1890 hubo dos. Los anarquistas convocaron una jornada de huelga el mismo día 1, mientras que los socialistas prefirieron trasladarlo al domingo 4, por ser festivo. Se inaugura así la que será característica del Primero de mayo durante todo el siglo XX: los anarquistas pelean, con el traje de domingo puesto; los socialistas, y luego los comunistas, convertirán la jornada en un acto festivo, heredero de las celebraciones populares. En ambos casos, no obstante, se reivindica.
Aquel Día de los Trabajadores coincidió con los liberales en el poder dentro de la España de la Restauración (Sagasta es el Presidente del Consejo de Ministros y Andrés Mellado es el alcalde de Madrid). Esto supone cierta facilidad a la hora de obtener vía libre a la celebración, no exenta de preocupación en los círculos burgueses, que movilizan a guardias municipales y hasta ejército, a la espera de lo que pueda suceder.
La huelga tendrá seguimiento sobre todo entre albañiles, aunque el ritmo de la ciudad no se ve especialmente resentido. A primera hora de la mañana un grupo de braceros que trabajaban en Chamartín marcha por Fuencarral hasta la Glorieta de Bilbao, al comienzo de Carranza, donde se está trabajando en el firme del tranvía. Allí, conminaron a los trabajadores del Ayuntamiento a parar y estos lo hicieron. Como no quisieron irse sin rellenar un hueco, todos unieron esfuerzos para terminar más rápido.
Todos juntos siguieron la marcha por la calle San Andrés, luego por la de La Palma, para volver a la de Fuencarral. Por el camino invitaban a todos los trabajadores de las obras que encontraban al paso a parar, lo que algunos hicieron (otros prometieron que a las 12 acudirían a la reunión que se había convocado en los Jardines del Buen Retiro). Eran ya unos 200 marchando por Fuencarral y se les unieron unos cuantos más, que trabajaban en la construcción de una casa en la esquina con Santa Brígida. Juntos siguieron su marcha hacia el Prado, uniendo por el camino a otros obreros, como los que trabajaban en las obras del que sería el Banco de España.
Otros obreros hicieron la misma operación partiendo desde otros barrios populares de Madrid y de las obras en curso, como los que trabajaban en la Plaza de Toros, que marcharon por la calle de Alcalá (entonces conocida como carretera de Aragón), o los obreros de la Bolsa, con algunos encontronazos leves con las fuerzas del orden. En las obras de la estación de Atocha se había extendido el rumor de que se despediría a quienes no acudieran a trabajar, y tuvieron que acudir obreros de otros lugares para hacer presión y que los trabajadores pudieran hacer huelga, cosa que finalmente hicieron.
Esa mañana hubo un mitin en el Liceo Rius (Atocha, 68), donde medio centenar de obreros esperaba, vestidos de domingo, desde primera hora. Estaban presentes en el mitin el delegado del Gobierno Civil y la prensa madrileña. En los discursos se explicaría lo que era anarquía y socialismo, la eliminación de la propiedad privada, se atacaría a la burguesía, se resaltarían los derechos de la clase trabajadora, la condena del trabajo infantil…Llama la atención, desde una óptica actual más paritaria, la reclamación de que las mujeres no tuvieran que trabajar en las fábricas “para cuidar a nuestros hijos”. Aquí mismo se celebraría el mitin de Pablo Iglesias el 4 de mayo en la celebración socialista.
Luego, unas 10.000 personas acudieron a los Jardines del Buen Retiro y, alrededor del quiosco de conciertos o subidos a las copas de los árboles, se asamblearon y acordaron que la huelga sería indefinida si se desoían las peticiones que se iban a trasladar a las Cortes.
Las reivindicaciones son las grandes proclamas obreras que se habían establecido en el Congreso de París del año anterior: la jornada de 8 horas y la limitación del trabajo de mujeres y niños en las fábricas. Allí mismo, en El Retiro, el Gobernador de Madrid le habla a los obreros. Su intervención da por terminada la reunión pero grupos de obreros deambulan por los alrededores del parque. En uno de ellos se escucha la voz al Congreso. Las autoridades consiguen negociar que sea una comisión la que presente sus reivindicaciones ente las Cortes. A pesar de ello, la gran cantidad de obreros asustó a las autoridades, que pidieron refuerzos a la Guardia Civil, que estaba en el Ministerio de la Gobernación.
Las fuerzas de orden público empezaron a ponerse nerviosas por la gran cantidad de grupos de obreros que no pertenecían a la comisión y que llegaban al Congreso por todas las calles adyacentes y, en un momento dado, recibieron la orden de desenvainar los sables, haciendo retroceder a los grupos hacia la Carrera de San Jerónimo y la Puerta del Sol.
Finalmente, una comisión de siete obreros se reunió con el presidente de las Cortes, Alonso Martínez, en su despacho. Posteriormente, algunos prosiguieron su manifestación en la Puerta del Sol y 18 fueron detenidos.
Al año siguiente, un nuevo congreso internacional celebrado en Bruselas con asistencia de 15 países, confirmó el Primero de Mayo como manifestación anual internacional. A partir de 1894 se hicieron habituales las fiestas campestres entre los socialistas en Madrid, primero en la Fuente de la Teja (frente a la ermita de San Antonio de la Florida) y luego en otros escenarios, como Moncloa, Ventas, la ribera del Manzanares y, tras la I Guerra Mundial, la Dehesa de la Villa. Por su parte, otra facción de la clase obrera, entre los que destacan los anarquistas, siguieron entendiendo el Primero de Mayo más como una jornada de lucha que festiva.
Las participación en las manifestaciones siguió creciendo (en 1912 ya se contabilizan 45.000 personas en Madrid). Durante el franquismo sería prohibida, y apropiada por el Régimen bajo la advocación de San José Obrero a partir de 1955. Sin embargo la conflictividad social y de oposición al régimen fue en aumento: el 1 de Mayo de 1.962 se celebra con el norte peninsular ardiendo en huelgas, y días después se declara el estado de excepción en Asturias, Vizcaya y Guipuzcua. Volvería a tornarse masiva en la Transición y seguiría un camino de cierta institucionalización hasta la actualidad.