Una de las tiendas más antiguas del centro de Madrid acaba de cerrar, aparentemente para siempre. Se trata de la droguería Manuel Riesgo, un histórico comercio que despachaba productos químicos, ungüentos, pinturas, materiales para las Bellas Artes, restauración o incluso reactivos para laboratorios.
La persiana de la tienda de Desengaño, una de las calles traseras de la Gran Vía, permanece bajada desde hace un mes. Inicialmente mostró carteles de cierre por inventario, pero hace unos días la empresa propietaria lo cambió por otro en el que se comunica el final del negocio y el traslado de los pedidos a una página web.
La clausura se ha producido en circunstancias extrañas y sin explicaciones por parte de la actual empresa propietaria, Southcore Chemicals & Raw Materials. Cuentan en la tienda de maquetación de al lado, la histórica Reyna, que los propios trabajadores de la droguería acudieron a su negocio para preguntar si sabían qué había pasado el día del cierre, lo que parece indicar que se produjo de forma sorpresiva incluso para los propios empleados.
Southcore, empresa dedicada a la venta de químicos a nivel industrial, también adquirió otra droguería después de la pandemia en la calle Ponzano que acabó cerrando. A preguntas de este periódico, sus responsables han declinado hacer ningún comentario sobre el cierre de Manuel Riesgo y tampoco aclaran cuál será el destino de su local.
Tanto la droguería de Ponzano como la de Manuel Riesgo pasaron hace un par de años a llamarse Tiendas MR 1866, un nombre que hace alusión a las iniciales del fundador de este negocio y al año de puesta en marcha del local. El comercio abrió a mediados del siglo XIX como herboristería. Lo fundó un catalán, Rafael Jaume Riera, quien llegó a poseer concesiones para cultivar determinadas plantas en el Jardín Botánico y en la Casa de Campo.
El nombre de Manuel Riesgo y su carácter de droguería se lo dio en 1926 un asturiano que compró el local y le dotó de su característico mostrador de madera, con imágenes de su pueblo (Luarca). Y montó los cientos de cajones de madera adornados con rótulos cerámicos que indicaban los productos que contenían.
“Estos nuevos gestores han conseguido cargarse hasta la tienda física de la calle Desengaño, una verdadera pena”, dicen algunos de sus antiguos clientes, a la vista de cómo el local ha quedado desmantelado, después de una reciente agonía y de desabastecimiento de productos que en otros tiempos vendían con asiduidad.
“Tristemente, no es lo que era. No hay casi productos. He ido varias veces y no les queda nada, nunca tienen nada. No volveré”, escribía hace meses otro cliente en una de las reseñas de la tienda en Google, donde también escriben extrabajadores de Riesgo quejándose de retrasos en los cobros por parte de los nuevos propietarios e inspecciones policiales, seguidas de clausuras temporales. Hoy, 158 años después de su apertura, la droguería más antigua de la capital (y tal vez de todo el país) ha echado un cierre que parece definitivo.