A lo largo del XIX
proliferaron en Europa los llamado Jardines y Parques de Recreo, nuevas zonas de ocio popular donde la gente acudía en los meses de buen tiempo en busca de los más variados espectáculos, a veces hasta altas horas de la madrugada. Algunos de lo más conocidos en Madrid fueron los Campos Elíseos, en el Barrio de Salamanca, o el Eliseo Madrileño y el Jardín de las Delicias, en Recoletos.
Si hasta el siglo XIX los jardines eran cosa reservada a las clases acomodadas, a partir de esta centuria, con el desarrollo urbano, las zonas verdes empezaron poco a poco a motear un urbanismo de caserío menos abigarrado. La moda llegó primero a las grandes capitales européas y con cierto retraso - de ello se quejaba Larra en un famoso artículo- también a España.
En el barrio tuvimos nuestros propios Jardines de Recreo, los de Apolo, desde 1835 a 1870, entre las calles Divino Pastor y Manuela Malasaña.
Contaban con una arbolada y setos laberínticos que conferían algo de intimidad a las parejas, y por supuesto el baile era la atracción estrella. La entrada costaba cuatro reales. Estos Jardines eran escenario frecuentado por las clases medias , las clases más populares tenían que conformarse con llegar a los merenderos de las afueras si querían bailar al aire libre, aunque hubo algún intento de Jardín y Parque de Recreo más popular cerca del barrio, Los Jardines de Minerva, en la actual plaza de Alonso Martínez, que era más modesto y al que se permitía llevar la merienda de casa.
Una de las atracciones con más reclamo del parque era el “teatro chino”, construido ya en 1967 a imitación de uno que tuvo gran éxito en una exposición universal de París. Allí frecuentemente se estrenaban zarzuelas, números de baile y obrillas teatrales. Muchos otros espectáculos llegaron a aquel escenario, además de los habituales, desde el circo ecuestre hasta los juegos de prestidigitación.
El propósito de qualité de los Jardines de Apolo se evidenciaba en unos anuncios de prensa que sonrojarían a los actuales
comerciales inmobiliarios más atrevidos: JARDINES DE APOLO el (Frente al salón del Prado, entre Dos de Mayo y el Buen-Retiro ) .
Sin embargo el presupuesto de la empresa de los Jardines de Apolo era en realidad más exiguo que el de otros escenarios coetáneos como el de las Delicias, era, si se permite la aplicación extemporánea, más para las clases medias que para las acomodadas, y de hecho a menudo albergó espectáculos “rebotados” de otras empresas de entretenimiento como el circo Price.
Hoy nos es complicado concebir hasta que punto las relaciones sociales decimonónicas transcurrían encorsetadas por un sentido férreo de la moral, especialmente para la mujer, y sobre todo en los lugares públicos, en los que la vida transcurría ante los ojos de todos, y eran por tanto lugares especialmente controlados por las buenas costumbres. Para la mujer del XIX, los “paseos”, una forma de “ligar” especialmente ritualizada y controlada, eran una de las escasas vías de sociabilidad permitida, y los jardines y parques el escenario su escenario preferido.
Otros jardines donde las gentes del barrio podían acudir a relacionarse previo pago de la entrada estaba situado en los Jardines del Arquitecto Ribera, en la calle Barceló. Curiosamente en estos días un grupo de vecinos trata de organizarse para que, una vez se marchen de allí los puestos del mercado provisional de Barceló, el espacio no se convierta en otra “plaza dura” de las que proliferan en estos tiempos en la capital. Esperemos que consigan sus propósitos y los jardines vuelvan a ser un lugar arbolado agradable donde pasear... una versión gratuita de aquellos Jardines de Recreo para el siglo XXI.