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Jesús Sebastián, el fotógrafo de la Movida anónima: 6.570 noches de Malasaña en 85.000 negativos

Lo que conoce Jesús Sebastián (Peñafiel, Valladolid, 1958) sobre las noches de la Malasaña de los 80 y los 90 no cabe en un artículo de periódico ni en un libro entero, aunque sí en los 85.000 negativos que acumuló durante los 18 años que pasó fotografiando una época en la que este céntrico barrio de Madrid se convirtió en la cuna de la famosa Movida y de la posterior eclosión indie.

La pena es que ese tesoro fotográfico permanezca semiolvidado en el almacén de un mítico bar de la calle Palma, sin visos de ir a ninguna parte, y que, de momento, sólo nos podamos asomar a él hablando en persona con Sebastián y a través de un puñado de imágenes que ha tenido a bien compartir en esta entrevista y en pequeños proyectos como la película documental sobre los bares musicales de Malasaña que recientemente facturó el cineasta Juanjo Castro.

Jesús Sebastián se inventó un oficio -inspirado en lo que había visto en una visita a Sitges- que comenzó la Noche de Reyes de 1982 y que finalizó cuando acababa el pasado siglo, en la Nochevieja de 1999, hace ahora 20 años. Cámara al cuello se lanzó por necesidad a recorrer cada noche, sin faltar ni una sola, restaurantes y pubs de Malasaña para fotografiar a aquellos clientes que accedían a comprarle una fotografía, la cual les hacía llegar al día siguiente por correo o bien entregándosela en mano, quedando con ellos en el mismo lugar donde se la había tomado.

“Pasaba por las mesas de los locales preguntando si querían que les hiciera una foto, que comencé cobrando a 100 pesetillas. Me pagaban por anticipado y luego yo les entregaba una copia de 13x18, siempre en blanco y negro, excepto en las Nocheviejas, que también las ofrecía en color. Las fotos eran económicas, costaban lo mismo que un tercio y a lo largo de los años fui subiendo el precio de las mismas según los bares subían el de la cerveza, hasta llegar a las 250 pesetas por imagen que pedía cuando lo dejé”.

La jornada de trabajo de Sebastián comenzaba a las 19 horas, que era la temprana hora para los usos de hoy en día en la que abrían los incipientes bares musicales, y acababa en torno a la 1 de la madrugada, su hora de cierre. “La gente se iba luego a las discotecas pero ahí no iba yo. No me gustaban para trabajar”.

Cada día solía recorrer unos 25 establecimientos y así durante 6.570 noches. De ahí, a coger el búho en dirección a Aluche, su lugar de residencia. Luego, dormía durante la mañana y a primera hora de la tarde comenzaba a revelar las fotos de la noche anterior, clasificaba negativos y hacía los envíos correspondientes por correo antes de volver a la acción. Cuando necesitaba material de fotografía, la tienda de Doménech, en la calle de San Bernardo, era su lugar.

“Cada pub tenía su público. Estaban los punk, los after punk, los poperos, los rockeros, los rockabillis y los mods. Todas esas modas coexistían en Malasaña y eso era lo bonito. Todos se soportaban sin llegar a mezclarse, cada cual en su sitio pero enterándose a la vez de lo que ocurría en los otros lugares. Quizá en los cafetines, territorio de un público de más edad y más normal en las formas era donde podían coincidir, atraídos por las tertulias en las que nombres importantes de la cultura -Juan Madrid, Moncho Alpuente, Sánchez Ferlosio, Martín Gaite, Javier Krahe...- disfrutaban también de esa democracia recién estrenada. Yo acudía con mi cámara a todas partes, excepto a los locales de los punk, que sólo te vacilaban y nunca se quedaban con ninguna foto”.

Sin margen de error

Sin margen de error

Durante todas sus noches como fotógrafo presume Jesús Sebastián de no haber fallado ni un disparo. “No había margen de error. No disparaba series porque era malgastar los carretes de 36 fotos que yo mismo montaba. Un tiro, una imagen cobrada. Era difícil enfocar porque siempre trabajaba en sitios con poca luz y encima, como entonces se podía fumar en los locales, el flash de la cámara rebotaba en el humo, problema que resolvía utilizando unos filtros que luego me permitían forzar los contrastes y conseguir imágenes nítidas.”

Cuando llegó a Madrid con 18 años, en 1976, para estudiar la carrera de Cine (es Licenciado en Imagen y Sonido) ya lo hizo acompañado de una cámara y con el firme propósito de ganarse la vida con ella durante su época de estudiante. Después esa etapa de fotografía alimenticia se prolongó más de lo esperado, llegando a convertirse en su modo de vida durante una larga época.

Cuenta Sebastián que cuando decidió dejar de recorrer las noches malasañeras llevaba ya cinco años trabajando como redactor en Radio Nacional de España, su actual ocupación, y que si, finalmente, abandonó el oficio fue por dos razones: la incipiente irrupción de la fotografía digital y el hecho de que a sus 40 años cada vez le era más difícil conectar con el público veinteañero que seguía siendo el cliente principal de los locales de ocio de Malasaña. “Lo mío no era sólo llegar y tomar una fotografía. Entablabas conversación con un montón de gente de lo más interesante que llenaba los locales del barrio y llegabas a hacer verdaderos amigos”.

Su público, porque tenía incondicionales que repetían una y otra vez y lo buscaban por los locales de Malasaña para tener un recuerdo de sus noches de juerga, todavía siguió preguntado por él un par de años después de que se hubiera retirado de esa primera línea nocturna que conoció mejor que nadie.

Sebastián apenas publicó fotografías en revistas o periódicos y sólo coincidiendo con su adiós montó sus dos únicas exposiciones, una en el Café Manuela y otra en el Penta: “Fueron unas antológicas en las que seleccioné imágenes donde salía gente famosa, que era lo que entonces creía que podía interesar.” En el archivo del fotógrafo, a pesar de no predominar los rostros conocidos, no son pocos los que hay, si bien la mayoría de los que están es porque, como cualquier hijo de vecino, tuvieron que rascarse el bolsillo para tener un recuerdo; otros como el tenista John McEnroe, por poner sólo un ejemplo, pasaron a formar parte de esta poco conocida colección cuando visitaron la noche de Malasaña (en su caso aprovechando su participación en el Gran Premio de Madrid de tenis de 1984) y coincidieron con el objetivo de Jesús.

Aunque hace dos décadas ya que Jesús Sebastián abandonó el oficio de fotógrafo ambulante nocturno del que hemos hablado no quiere decir que dejara por completo la fotografía. En su vida hubo cámara antes de 1982 y la sigue habiendo en la actualidad. Paralelamente a su trabajo de obrero de la imagen fue cultivando otro tipo de obra más personal. Algunas de las imágenes que pertenecen a esa producción más íntima y artística también están localizadas en la Malasaña de los 80 y los 90, cuando en su deambular entre local y local permanecía activa su mirada fotográfica.

Resulta difícil entender cómo su ingente trabajo permanece casi en el olvido, aunque perfectamente localizado, a la espera quizá de que cualquier institución muestre el interés por él que, sin duda, merece. Si Begoña Villacís ha prometido dedicar un museo a La Movida, con las imágenes de Sebastián podría llenar no menos de tres.

Cronista gráfico de La Movida anónima

Cronista gráfico de La Movida anónima

Al hablar de los fotógrafos de La Movida siempre salen a la palestra nombres tan conocidos como los de García-Álix, Ouka Leele, Pérez Mínguez, Miguel Trillo, Mariví Ibarrola, Eduardo Momeñe, Juan Jesús Yuste... Sin embargo, el de Jesús Sebastián, alias 'el Fotis' o 'Fellini', suele quedar injustamente tan fuera de foco como lo está ese descomunal archivo suyo. Su cámara captó una parte importante de los años dorados de aquella Movida de la que no sólo fueron protagonistas los nombres importantes de la cultura que han calado en la memoria colectiva con el paso de los años, sino todas aquellas personas anónimas que vivieron la época como si no hubiera un mañana y que Sebastián inmortalizó en su hábitat natural: los bares.

Cuando se es un estajanovista de la fotografía uno tiene poco tiempo para reivindicarse como creador y a Sebastián su día a día lo mantuvo siempre dentro de un cuarto oscuro, real y metafórico. Con el tiempo, su trabajo, alejado de cualquier tipo de pretensión, lo ha situado como cronista gráfico de una época que sigue acaparando toda la atención del mundo y de la que él habla en primera persona, sintiéndose un privilegiado por haberla vivido y fotografiado, incidiendo en ciertos aspectos que quizá la alejen un tanto del estereotipo que se tiene de ella.

“En aquellos años no todo fue sexo, droga y rock and roll. La Movida no fue tan sólo el movimiento apolítico y despreocupado que se nos ha querido vender. Quienes la vivimos éramos descubridores de la democracia, algo que no teníamos ni idea de lo que era. Acababa de morir el dictador y estábamos ávidos de aprender cosas y de experimentar. Malasaña era el lugar donde se juntaba todo el mundo y había un gran intercambio de ideas, la gente no se tomaba las cosas tan en serio y era más dialogante. Disfrutamos de unos años de libertad, que no de libertinaje, sin parangón, sobre todo durante las épocas en la Alcaldía de Tierno Galván y de Barranco. Creo que quienes vivimos aquella época nos hicimos más tolerantes: todo era normal y natural, una oportunidad para enriquecerte a base de escuchar y de vivir. Nos dimos cuenta, como cuando miras mis fotografías, de que las cosas no son blancas o negras, sino que la realidad presenta una amplia escala de grises”.

Todas las noches, en 44 imágenes

Todas las noches, en 44 imágenes