Un barrio lleno de universitarios como el de Malasaña siempre ha recibido con alegría a locales donde se come y se bebe mucho por un bajo precio. Este grupo de población, con el bolsillo generalmente pelado pero con muchas ganas de salir, eran los principales clientes de La Pepita, una taberna que estuvo abierta durante décadas en la calle Corredera y por cuyos salones centenarios -el edificio data del siglo XVII- pasaron miles y miles de personas.
La popularidad de La Pepita no residía en su buen trato ni en la calidad de los productos que servía. Sus principal cualidad era que ofrecía precios baratos en un amplísimo espacio. ¿Cómo lo conseguía? Con escaso personal (contaba habitualmente con solo dos empleados: Carmen -la camarera- y su marido) y una bajísima renta de 39 euros al mes, según publicó el diario Qué poco antes de su cierre.
Esta conjunción de factores convirtió el lugar en un indispensable de las rutas malasañeras del fin de semana para bolsillos ajustados, que acudían a la llamada de las raciones de bravas y croquetas alargadas a 2 euros, regadas con minis de kalimotxo y cerveza a precios similares. Dentro se juntaban tribus urbanas de toda clase y pelaje, sentados en sillas de madera antiguas, del tipo de bar rancio y también otras similares a -o procedentes de- las de centros escolares.
Comentario aparte merece la decoración del local, con frescos sobre Madrid, pósters de películas y -los más recordados- de Miguel Indurain enfundado en su maillot amarillo de vencedor del Tour de Francia. También había referencias a un pueblo de la España rural del que suponemos que procedía el matrimonio regente del local. Todo sobre paredes blancas amarilleadas por el paso del tiempo, el tabaco y la humedad, cubiertas en parte por listones marrones de plástico.
Cierre y especulación
Cierre y especulación
En julio de 2007 se hacía público el proceso de cierre de La Pepita. Sus regentes, en litigios con el Ayuntamiento -propietario entonces del edificio-, acudieron a los medios de comunicación para intentar frenar el desahucio. Y lo consiguieron temporalmente: sus jóvenes clientes se movilizaron para dar apoyo al lugar en el que pasaban tantas horas y hasta abrieron un blog humorístico para mostrar su rechazo al fin de este mítico bar.
Detrás de este desahucio estaba un ejercicio de especulación urbanística ejecutado por el propio consistorio, entonces gobernado por Gallardón. Antes había prometido dedicar este inmueble a dotaciones sociales para el barrio, pero finalmente acabó vendiendo el lugar a una empresa privada constituida en Holanda exclusivamente para el proceso de enajenación. La venta la acabó ejecutando Ana Botella porque antes, en 2011, el lugar fue okupado y se inició allí el Proceso Corredera, en el que distintas fuerzas sociales de Madrid elaboraron un plan de rehabilitación, que fue rechazado. Actualmente, la empresa propietaria proyecta convertir la casa más antigua de Malasaña en apartamentos de lujo. Ya ha empezado las obras.
Durante el último año de apertura de La Pepita sus propietarios, Carmen y esposo, experimentaron un proceso de transformación brutal de la relación con sus clientes: de tratarles la mayoría de las veces con malos modos y frases poco amables pasaron a sonreír y agradecer cada mini que servían tras la barra. Los habituales quisimos pensar entonces que se habían dado cuenta del apoyo y cariño que guardaba la gente hacia su local, e intentaban devolver algo de esas buenas palabras en su trabajo diario.
La Pepita cerró el 26 de julio de 2008 con una gran fiesta. Acudieron muchos parroquianos habituales y muchísimos jóvenes. Sus propietarios quisieron despedirse de aquellos que les habían apoyado durante el último año de litigios judiciales y los autores del blog sobre su clausura incluso publicaron un vídeo de despedida. A día de hoy su neón todavía adorna el número 20 de la Corredera Baja de San Pablo, esperando la llegada de las obras que acaben con el último recuerdo de uno de los bares más míticos de Malasaña.