Malasaña. Vivimos en un barrio cuyo nombre popular –que no administrativo, que es Universidad– se debe a una mujer caída en los hechos del Dos de Mayo, durante la Guerra de la Independencia. En realidad, la gente empezó a llamarlo así a partir de los 70, extendiendo a sus alrededores la denominación de la calle Manuela Malasaña. Como curiosidad, cabe decir que hasta 1961 la vía se llamaba solo Malasaña, probablemente por Juan Malasaña, padre de Manuela. Satisfecha la curiosidad, volvemos a lo que nos ocupa: la recreación histórica de la imagen de aquellas mujeres que participaron en el Dos de Mayo.
Las imágenes de mujeres del pueblo participando en la batalla pasaron rápidamente al imaginario colectivo. En el levantamiento del Dos de Mayo encontramos nombres como los de la citada Manuela Malasaña, Benita Pastrana, Clara del Rey, María Beano (estas dos últimas con placa en el barrio), la niña de doce años Manuela Aramayona, Ángela Fernández Fuentes, Francisca Olivares Muñoz, Juana García y Ramona García Sánchez .
Lo cierto es que la participación activa de las mujeres junto con el resto del pueblo de Madrid, y también en el resto de episodios de la Guerra de la Independencia, es un hecho bien conocido. Para la investigadora Marion Reder Gadow el punto de partida de este protagonismo hay que buscarlo precisamente en las jornadas del Dos de mayo, que, por ejemplo, dejara por escrito el escritor aragonés y testigo Mor de Fuentes:
Según cifras del historiador Ronald Fraser, en el levantamiento del Dos de mayo murieron o resultaron heridos unos 1670 civiles, de los que 45 eran mujeres y de las que murieron 25.
Tal y como nos cuenta el historiador Álvaro París, que ya escribiera en este periódico acerca del Dos de mayo, “las mujeres tuvieron una importancia transcendental desde los primeros momentos y elevando un par de nombres a los altares, convirtieron en excepcional, anormal y santa su participación. Como la mujer combatiente queda fuera del imaginario, se la construye alternativamente como furia/amazona/mujerzuela o como santa”.
Lo cierto es que la imagen alegórica de la mujer como continente de virtud patriótica se construyó desde muy temprano a través de biografías breves de mujeres de los sitios de Zaragoza o de los hechos del Dos de mayo, en Madrid. Para justificar las acciones viriles de la mujer, se recurre a menudo a un hombre como detonante.
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De esta manera, en algunas versiones la acción de Agustina de Aragón es movida por su amor por el sargento al que amaba. María Beano era amante del capitán Pedro Velarde y, en cierto modo, el mismo motor masculino existe en el caso de Clara del Rey y Calvo, a la que se describe como una mujer madura (47 años) exhortando junto a un cañón a su marido y a sus tres hijos a tomar parte de la batalla. En una de las versiones de la muerte de Manuela Malasaña, la joven de 15 años habría caído víctima de un balazo al llevar municiones a su padre, Juan Malasaña, que seguirá disparando pese a la muerte de su hija. Esta versión aparece representada en un cuadro de Eugenio Álvarez Dumont de 1887. Otra versión dice que la costurera, ya huérfana, fue sorprendida con unas tijeras y fusilada por los franceses. Para la historiadora Florencia Peyrou ambas versiones están “destinadas a glorificar, junto a las hazañas de los militares Daoíz, Velarde y Ruiz, el papel del pueblo llano en el levantamiento madrileño, en el marco general del proceso de construcción de un importante ‘lugar de memoria’, el Dos de Mayo”
La imagen de la mujer fuerte del pueblo, la chispera o maja en este caso, pervivirá en el tiempo. Como hace notar el historiador Christian Demange en El dos de mayo: mito y fiesta nacional, 1808-1958, en la zarzuela Chispita o el Barrio de Maravillas (Francos Rodríguez y Jackson Veyán) el protagonista, Chispita, es un joven pillastre que se dedica a reclutar un batallón de granujillas armados con escobas para luchar contra el francés. La caracterización de un personaje del pueblo, al contrario que la de los habituales militares de otras zarzuelas, sigue adornada de características femeninas, aunque sea un hombre y, de hecho, fue la actriz Loreto Prado quien le interpretó en el estreno de la obra, ya a principios del XX.
Curiosamente, en la mujer de la guerra contra el francés, acaso sempiternamente caracterizada en Agustina de Aragón, cabía la mujer de las dos Españas que se enfrentaron en la guerra de 1936. El general Queipo de Llano hacía bandera de ella en sus tristemente famosas alocuciones radiofónicas, pero la imagen del grabado de Goya de Agustina de Aragón junto al cañón fue usada por ambos bandos en su propaganda, como han demostrado los historiadores José Álvarez Junco y Xosé M. Núñez Seixas. Para la República, la imagen del pueblo resistente también tenía un correlato muy reconocible en 1808, aunque con la militarización y la retirada de las mujeres a la retaguardia, tras los primeros compases de la guerra, esto resultara matizable, como muestra este fragmento publicado en La Vanguardia el 20 de mayo de 1937:
Algo parecido sucedió durante el franquismo porque el Dos de mayo es, a la vez, un pilar fundamental de las genealogías nacionalistas y resistentes. Hoy la imagen construida de las mujeres que lucharon en la Guerra de la Independencia continúa alimentando lo mismo discursos de Pablo Iglesias que de Esperanza Aguirre, y los nombres de sus heroínas alimentan los contenidos de una publicación feminista de referencia sobre el barrio.