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Una placa para el Stadium Metropolitano, la vieja sede del Atlético cuyo pasado subsiste oculto entre edificios

El 13 de mayo de 2023 se cumplirán cien años de la inauguración del Stadium Metropolitano, que estuvo situado en la zona de Guzmán el Bueno, y por ello en el último Pleno de Moncloa-Aravaca se acordó, con la unanimidad de todos los grupos políticos, instalar una placa en las inmediaciones del lugar donde estuvo .

El homenaje se colocará en “el entorno de la Plaza de la Ciudad de Viena”, que es el topónimo urbano que coincide con el espacio donde se construyó el coso, entre las calles paseo Juan XXIII, Beatriz de Bobadilla, Santiago Rusiñol y Conde de la Cimera.

La iniciativa surgió de la Peña Rojiblanca Los Cincuenta, que hizo llegar la petición al Ayuntamiento de Madrid el pasado mes de julio. La solicitud de la peña fue impulsada por dos hijos de jugadores históricos del club rojiblanco: el mítico delantero Adrián Escudero y el internacional Enrique Collar, que aún hoy preside la Fundación del Club Atlético de Madrid. La placa podría colocarse en el esquinazo de la calle Beatriz de Bobadilla 4, enfrente del Colegio buen Consejo, que ya existía en la época.

El rastro escondido del Stadium Metropolitano en la ciudad

La Plaza de la Ciudad de Viena es un espacio poco conocido en cuyos contornos es fácil imaginar el viejo estadio de fútbol. De hecho, si se mira la manzana desde arriba (o en el plano) se puede apreciar un polígono que recuerda mucho al del escudo del Club Atlético de Madrid. Especialmente al anterior, añorado por muchos atléticos, que han hecho de la reivindicación de su vuelta una causa que encierra muchas de las esencias identitarias atléticas.

Salvo una pequeña zona verde en la calle Juan XXIII (frente al rectorado de la Universidad Politécnica), el resto de la plaza se encuentra a una altura superior, rodeada de edificios, oculta al viandante no avisado. Y, aunque cuenta con los preceptivos carteles del Ayuntamiento con su nombre, se halla compartimentada por numerosas vallas y carteles de Propiedad privada. Prohibido el paso, cuyas puertas están abiertas por el día.

En un estado de conservación penoso y con locales cerrados hace mucho tiempo, la plaza cuenta con distintos espacios ajardinados que parecen el escenario de un diez años después en una película postapocalíptica. En el centro, está el gran edificio Metropolitano, que deja constancia nominal de las tardes de fútbol allí jugadas. Al fondo, existe una elevación del terreno, desde cuyos edificios y miradores se aprecia el gran espacio rectangular como si, efectivamente, estuviéramos en lo que fuera la gradona, la célebre grada natural de 16 metros de altura, que fue construida aprovechando la orografía del terreno.

El mejor estadio de su tiempo: huella deportiva y social

La construcción del Metropolitano habla del crecimiento de la ciudad y el advenimiento de la sociedad de masas. El fútbol, un juego en sus inicios minoritario, practicado por las clases medias, era ya a la altura de los años veinte el deporte popular que luego conocimos. Madrid, con las costuras desabrochadas por una gran explosión demográfica, también estaba creciendo hace años más allá de sus fronteras habituales, con un extrarradio que había pasado por encima del Ensanche planificado. Es en este contexto en el que el metro cose el gran extrarradio obrero de Cuatro Caminos con el centro de la ciudad y la Sociedad Metropolitana –que traería el metro y haría negocio urbanizando la zona de Reía Victoria – construye el estadio.

Pronto, el Metropolitano acogería los partidos del Athletic Club de Madrid (como se llamaba entonces el Atleti) que lo alquilaba. Allí también jugaban otros equipos de la capital, como la Gimnástica, el Unión Sporting o el Racing Club de Madrid.

El estadio lo habían construido vascos –los Otamendi, rectores de la sociedad metropolitana– y el partido inaugural, como no podía ser de otra forma, enfrentó a la Real Sociedad con el Athletic Club de Madrid, que venció por dos goles a uno. El primer gol fue obra del rojiblanco Monchín Molina.

En el Stadium, el mejor y más moderno de su tiempo, con capacidad para 25.000 espectadores, se llevaron a cabo grandes eventos. Entre los deportivos podemos contar festivales gimnásticos, atletismo, carreras de galgos, lucha libre o rugby. Entre los de carácter social, grandes asambleas de CNT durante las huelgas de la construcción de los años treinta o mítines socialistas.

El estadio sufrió los estragos de la guerra por la cercanía del frente de Ciudad Universitaria. Después de la contienda, fue utilizado brevemente como campo de prisioneros por Franco y luego reconstruido, en parte con mano de obra de presos republicanos. A partir de ese momento, y tras jugar una temporada en los estadios de Chamartín y de Vallecas, el Atlético cambia de arrendador. El casero era ahora el Patronato de Huérfanos del Ejército del Aire, a cuyo destino quedó ligado el club rojiblanco tras la fusión con el Aviación Nacional (acuerdo que salvó al club de la desaparición e hizo que se llamara Atlético de Aviación hasta 1946). El Atleti, al fin, adquirió el estadio en 1950 y lo remodeló para ampliar hasta 50.000 localidades el aforo.

Si el primer partido en el Metropolitano fue contra la Real, el último (7 de mayo de 1966) sería contra el Athletic, equipo que había inspirado la fundación del Atlético en 1903. El gol que selló la historia del Stadium Metropolitano, el de la victoria, lo marcó el colchonero José Cardona.

Años después, la directiva del club decidió amortiguar el duro trance ocasionado por la mudanza desde el Manzanares al nuevo estadio con un guiño histórico y lo bautizó Metropolitano, nombre real de un campo conocido por muchos por el de un patrocinio ya caducado. La memoria del estadio es suficientemente cercana como para que aún pasen de abuelos a nietos las historias de aquellos domingos jaleosos, subiendo desde Cuatro Caminos al Metropolitano por la calle de Reina Victoria, pero a partir del próximo mes de mayo, cuando previsiblemente se coloque la placa, estará más presente en la ciudad. Y el espacio donde estuvo el césped seguirá semioculto tras grandes moles de cemento, solitario, listo para ser descubierto en sus contornos históricos por curiosos, despistados y atléticos capaces de rellenarlo mentalmente con viejas leyendas de su equipo.