Clifford, el pionero de la fotografía que documentó el Madrid isabelino y a los trabajadores que nos trajeron el agua
Pocas veces continente y contenido se han presentado tan acompasados en una sala de exposiciones como ha sucedido con motivo de Clifford. Vistas del Madrid de Isabel II, en el espacio de la Fundación Canal de Plaza Castilla. Un pionero de la fotografía para retratar la eclosión de una ciudad durante la época isabelina y, con especial acento, su magnífico trabajo documental a pie de obra de la traída de las aguas a Madrid en los años cincuenta del siglo XIX.
La muestra se inauguró el miércoles. Diez minutos antes de las 11 de la mañana ya había un puñado de visitantes esperando a que abrieran la sala gratuita de la calle Mateo Inurria, tras el característico depósito de agua de Plaza de Castilla. A la entrada, recibe al personal una gran imagen de la reina Isabel II. El gel hidroalchólico de rigor y la advertencia de que, por exigencias de los prestatarios del material expuesto, no se pueden hacer fotos dentro de la sala. Ni con flash ni sin él.
El galés Charles Clifford llegó al parecer a nuestro país como vinieron las grandes innovaciones tecnológicas: como un espectáculo. Acompañaba a Arthur Goulston en las demostraciones de un globo aerostático, lo que se enseña en la exposición a través de carteles de la época, como aquel de la plaza de Navalcarnero que reza “Corrida de novillos con ascensión aerostática”.
Más allá de la anécdota, que nos trae la impronta titubeante de las disciplinas nacientes, hay que decir que la exposición sitúa narrativamente al espectador en un Madrid que empieza a cambiar y del que la fotografía tendrá la misión notaria.
Clifford dejaría los espectáculos circenses enseguida y se instalaría en una ciudad que, dijo, le parecía muy francesa. Ese era, desde luego, el gusto imperante en la corte y el horizonte de las arquitecturas que retrataría con su enorme cámara y la técnica del colidión húmedo –cuyo aparataje se puede ver en una vitrina de la muestra–.
El galés se especializaría en retratos de piedra: el Palacio de las Cortes, el Teatro Real, Los Jerónimos restaurados, las fuentes de Cibeles o Neptuno, la Puerta de Alcalá, estatuas como la ecuestre de Felipe V…Hay también en la muestra varios retratos de la familia real, para quien empezó a trabajar ya en 1852. Álbumes de viajes oficiales, residencias reales o retratos, que son todos imágenes serias y solemnes. Como los edificios.
Sin embargo, donde más interés sabría atrapar es en aquellas arquitecturas que estaban haciendo crecer Madrid y aún estaban construyéndose. En las obras hay proceso y hay personas a su alrededor. Hay una elipsis mental en el espectador que las conoce ya acabadas. Son las fotos de las obras de la Puerta del Sol, de la construcción del Puente de los franceses y, sobre todo, de la construcción de las infraestructuras del Canal de Isabel II.
Son estas últimas las reinas de la función, distribuidas en dos pequeñas salas. En una de ellas, estrecha galería abovedada de ladrillo, encontramos una secuencia de 28 fotografías pertenecientes a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, desde el Pontón de la Oliva hasta los acueductos en las inmediaciones en los depósitos de Madrid, muy cerca de la sede de la propia exposición (el acueducto de Los Pinos, la Almenara del Obispo o el acueducto de Amaniel, que sobreviven muy maltratados en Tetuán). Al final, la famosa imagen de la inauguración del Canal con un gran chorro en la calle de San Bernardo.
El álbum Vistas del Canal de Isabel II fue un encargo del ingeniero Lucio del Valle, del que se imprimieron varias copias para instituciones y personalidades. Vistas hoy, las imágenes más poderosas son aquellas en las que se ve a los trabajadores, que están expuestas mayoritariamente en una sala aparte. La técnica del colidión necesitaba de un tiempo de exposición de varios segundos y por ello resulta impresionante que aparezcan cientos de personas con tal nitidez. Por otro lado, resulta destacable, entre tanta crónica oficial, una plasmación tan eficaz de la historia del trabajo, que incluye detalles como la imagen de la casa de los obreros o la residencia para los presidiarios que trabajaron en la construcción de los acueductos (porque, sí, se empleó trabajo forzado para levantar las infraestructuras).
Clifford. Vistas del Madrid de Isabel II es, en síntesis, una exposición que va al grano y, sin grandes alardes, interesará fácilmente a la mayoría de los visitantes. Buenas fotos para documentar un Madrid que se ponía guapo y se preparaba para dar el estirón definitivo; fotos magníficas acerca de los procesos humanos –llevados a cabo por trabajadores– que hicieron posible entrar en el siglo XX.
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