Churros y petroneos de la casa. Raciones, tapas, vermú de grifo. Cerveza de barril tirada al estilo antiguo. No tenemos wifi hablen entre ustedes. -la imagen de Nuestra Señora de las Victorias (matrona del barrio)- Casa Sotero, fundada en 1934. Estos son algunos de los motivos que adornan una taberna que se enorgullece de serlo en el número 337 de la calle Bravo Murillo. Si has pasado por ella la recordarás porque está situada en una casa baja, de las que ya no quedan en la calle pero alguna vez fueron parte del paisaje natural de Tetuán.
Es habitual –por desgracia– redactar textos sobre negocios con solera que son necrológicas. Uno querría haberlo escrito antes, a modo de reconocimiento pero, el sino de los tiempos y las trampas de la agenda hacen que solo te arranques cuando una mañana te enteras de que se ha bajado la persiana. Por eso, aunque el cierre del Sotero de Bravo Murillo provoque inevitablemente pena, celebramos que en este caso sea para abrir de nuevo, solo días después y con una piel renovada. Se mudan muy cerquita, al otro lado de Bravo Murillo (calle José Castán Tobeñas ) a zona más noble, aunque tienen la determinación de llevarse consigo el casticismo y a los asiduos.
Quedamos con Miguel Ángel, de la tercera generación de taberneros de la casa, para que nos cuente todo aquello que fue y quiere seguir siendo el establecimiento.
Todo empezó cuando el abuelo materno de nuestro interlocutor, Sotero García Granados, vino a Madrid a buscarse la vida. Hijo del herrero del madrileño pueblo de La Cabrera, su condición de vástago menor le abocó a buscar fortuna en la capital, como a tantas personas en la época. Tras desempeñar diversos oficios, consiguió abrir su primera taberna en la calle del Caballero de Gracia y allí se forjó en el oficio que habría de desempeñar luego en la de Bravo Murillo al frente de Casa Sotero, a partir de 1934. “Le ofrecieron hacerse cargo de esta taberna, que también era vivienda, y se decidió porque aunque en la época esto no era ni siquiera Madrid este era un barrio en crecimiento, de gente muy humilde pero con movimiento”, nos cuenta Miguel Ángel. Es precisamente en los pequeños reservados de Casa Sotero que, repletos de fotos y recuerdos hay tras la taberna, donde estaba la vivienda y donde hacemos la primera parte de la entrevista.
Debemos imaginar una taberna que servía de parada y fonda a quienes, cada mañana y desde primerísima hora, se adentraban camino de Madrid por la carretera de Francia (hoy Bravo Murillo), vía de entrada a la ciudad por el norte. Había un gran tránsito de personas y mercancías, vecinos de la zona que se dirigían a Madrid con sus mulas y carros a hacer la busca, trabajadores de la construcción que, con casa en las afueras, se empleaban en las obras de una capital en crecimiento, fuencarraleras y mujeres de otros pueblos cercanos que acudían a vender a los mercados callejeros de las afueras de la ciudad... Ese era el Tetuán de las Victorias (aún parte de Chamberí de la Rosa) que crecía hacia Madrid con Bravo Murillo como populosa punta de flecha .
Ya estando en la taberna, Sotero García se casó con la abuela de Miguel Ángel, Julia Nieto, y nacieron su madre y su tía. “Mi madre nació justo en 1936, imagina, y pasaron aquí la guerra. Todas las casas tenían cuevas y bodegas, donde los vecinos se refugiaban, los vecinos se ayudaban los unos a los otros”.
En aquella época, advierte Miguel Ángel, “las tabernas eran muy distintas a las que luego hemos conocido todos. Espacios muy austeros sin apenas barra, solo unas frascas para rellenar los vasos y tablones corridos para los clientes”.
La posguerra fue muy dura en la taberna por el racionamiento. “Todo el mundo lo pasó mal, aunque en las afueras, al estar cerca del campo, siempre había alguien que traía un pollo o lo que fuera”. Los guisos de la abuela empezaron a hacerse famosos y la taberna tiró para delante.
“Mucha gente de la segunda fila del cine –especialistas o técnicos– vivían por aquí. Los rodajes se hacían en la sierra y salían pronto desde Bravo Murillo; además seguía siendo parada y fonda de gente que venía a Madrid o iba hacia la sierra”.
Sería en los cincuenta o los sesenta cuando resurgiría, poco a poco, el comercio. El Padre de Miguel Ángel, Dionisio, llevaba con sus hermanos otro bar mítico de la calle de Bravo Murillo, que muchos vecinos aún recordarán en la acera de enfrente de Sotero: La Serrata. Conoció a su madre y se incorporó al trabajo de Sotero sobre el 65, tomando la segunda generación el relevo a los fundadores.
Es en este momento cuando empieza la segunda vida de Casa Sotero, remodelado según los gustos y usos de la época: las bebidas son ya embotelladas, hay una barra más larga, es casa de comidas y aparecen su característica plancha o la costumbre de elaborar los churros (y petroneos) de forma casera, algo que, como todos los vecinos saben, continúan haciendo cada día a la vista de la clientela.
El tabernero recuerda momentos de escasez y de abundancia, pegados al tono general de la economía y del crecimiento de la ciudad. “Un momento muy bueno fue cuando se estaba construyendo el Barrio del Pilar. Las camionetas que llevaban allí a los trabajadores y a quienes iban a ver los pisos salían de la puerta de Casa Sotero, pero también hubo momentos duros, como la crisis económica de los ochenta”.
Miguel Ángel se incorporará en los noventa al negocio, “ya el instituto lo compaginaba con el bar”, cuenta. Y, junto con él, llegó Pilar, su actual mujer y cómplice en la segunda renovación de Casa Sotero. “Después de casarnos, en 1997, decidimos dar una vuelta de tuerca al local, mirar otra vez hacia el concepto de taberna castiza, que al fin y al cabo es lo que somos, trayendo una carta de vinos cuidada a buen precio y aumentando la oferta”.
Un momento muy divertido fue el del setenta aniversario de la taberna. “Invitamos a todo el barrio, fue una locura aquí en Bravo Murillo, no sé cómo no acabamos en comisaría ese día”, cuenta divertido Miguel Ángel.
La cuarta vida de Casa Sotero
87 años después de que el abuelo se hiciera cargo de una taberna que ya existía a orillas de Bravo Murillo, ha llegado la hora de ejecutar una idea que llevaba rondando mucho tiempo en la cabeza de Miguel Ángel: ampliar el negocio. Sin duda, la pandemia ha sido el empujón que necesitaban. “La hostelería moderna está sujeta a muchas normativas que dificultan llevar a cabo nuestro trabajo en un local tan pequeño y antiguo como el de Bravo Murillo y durante la pandemia, imagínate, sin barra, que es nuestra seña”.
Se van a solo 300 metros de la actual ubicación para ganar metros y hacer la visita más confortable a sus clientes, a la calle José Castán Tobeñas, justo detrás del polideportivo Triángulo de Oro. “Perdemos la visibilidad de Bravo Murillo pero creo que nos llevaremos a nuestra parroquia con nosotros”.
La segunda parte de la entrevista la hacemos en el local, que aún están reformando. No nos creerán si les decimos que en el camino a pie hasta la nueva ubicación nos paran unas diez personas. Todo el barrio conoce a Miguel Ángel, “cuando era pequeña a mi hija le daba vergüenza, dice sonriente nuestro entrevistado”.
Una de las mayores preocupaciones de la familia es conseguir llevarse con ellos el alma de Casa Sotero. Los obreros se esmeran en tapar los dorados que donotan la anterior vida como marisquería del lugar, y se han llevado a la nueva barra parte de los característicos azulejos talaveranos de la actual taberna, con la antigua plaza de toros de Tetuán de las Victorias. “La barra metálica y la plancha también se vienen, eso es innegociable, es algo sentimental, parte de mi vida y de Casa Sotero”.
En la puerta, frente a una de las dos terrazas que tiene el nuevo espacio, Miguel Ángel me enseña con orgullo el cartel espejado que, a la antigua, da noticia de Casa Sotero y su pedigrí: la añada de 1934. “Nos lo ha hecho un artesano que se llama Tom Graham que tiene su taller en Malasaña”.
Aunque el cambio les da pena, saben que la tienen que transformar en ganas. “El abuelo también venía de la calle Caballero de Gracia y, ¿sabes qué? durante la guerra un obús destruyó completamente el edificio donde estaba su taberna”. Salvando las distancias, sobre la característica casa baja de Bravo Murillo pesa también el fantasma de los tiempos. Desde que cerró por jubilación el contiguo Casa Aurelio, son cada vez más los vecinos que se preguntan periódicamente, “¿cuánto tardarán en edificar aquí en altura”. La familia había intentado comprar a los arrendadores el local de la taberna en distintas ocasiones sin éxito.
El día 20 cierra el Casa Sotero de Bravo Murillo pues y…tras diez o quince días, lo necesario para tenerlo todo a punto, abrirá el nuevo Casa Sotero, que seguirá sirviendo sus conocidas mollejas de cordero a la plancha, su oreja, sus riñones, el conejo al ajillo (o con tomate), sus torreznos o sus petronios. Sin menús, con la determinación de ser taberna, esperan poder llevarse su experiencia y el espíritu de la casa al otro lado de Bravo Murillo.