Los usuarios de Metro se hartan de la tardanza de los trenes: “¿Quién te paga los 20 minutos de espera?”
Los usuarios se amontonan en los andenes de la línea 10 de Metro en Príncipe Pío (Madrid) este martes a las ocho de la mañana. Se alinean en cuatro hileras cuando llega el tren y se lanzan al interior del vagón. Las puertas se cierran, comprimen, y el tren se va. Afuera se queda Cristina Rodríguez, de 29 años, que lo deja pasar porque va con algo de tiempo y ve el vagón “repleto”.
Aunque todos los veranos la frecuencia del servicio en Madrid se reduce, el incumplimiento de los horarios se ha duplicado en los meses de verano de este año. Según los datos analizados por eldiario.es, durante 10 horas al día, una cuarta parte de los trenes previstos, el 24,7%, se quedan en cocheras. Es un 10% más que en 2018.
Esas cifras muestran que la situación empeora en dos sentidos. Por un lado, se han duplicado las horas con déficit de servicio de un verano a otro -pasan de 3,8 a 7,4 en junio y de 6 a 10,7 en julio-; y, por otro, la falta de trenes en esas horas también se ha agravado. En resumen, faltan más trenes durante más horas. “El metro va a tope”, se queja Cristina Rodríguez, que lo tuvo en cuenta y salió antes de su casa llegar a tiempo al trabajo.
“En verano, [los trenes] pasan mal y nunca”, se queja Álvaro Salmerón, de 59 años. Espera sentado a que llegue el próximo tren en la estación Puerta del Sur de la línea 10, una de las más afectadas. En tramo que va de la estación de Tres Olivos hacia el norte se quedan en tierra hasta el 28% de los trenes durante más de 13 horas diarias. La señal luminosa indica que faltan siete minutos; es la hora punta de la mañana. Álvaro hace el trayecto hasta la estación de Ciudad Universitaria y se queja de se reduzca el servicio cuando empiezan las vacaciones: “La gente tiene que seguir trabajando”.
Para Purificación Palangar, empleada del hogar de 62 años, el servicio no es “digno”. Sale de su casa en el sur de Madrid y coge la línea 12 para ir a trabajar. Es la más castigadas durante el verano: registra hasta 14,6 horas diarias de déficit de trenes en relación con las frecuencias previstas. Luego combina con la línea 10. “Pago religiosamente el abono todos los meses y tiene mal servicio”, critica y continúa: “Va muchísima gente, tienes que ir de pie y malamente”. Recuerda que hace una semana, en Alonso Martínez (línea 4), le fue “imposible” entrar al vagón: “Esperé diez minutos y tuve que esperar otros diez. ¿Quién te paga ese tiempo?”.
“¡Ocho minutos!”, exclama Francisco Serrano, cartero de 62 años, sentado en la estación Iglesia de la línea 1, donde el déficit de trenes pasó de casi cinco horas diarias en julio de 2018 a más de 11 horas este año. En el andén el aire es húmedo, pegajoso. Fuera hay casi 40 grados y en la estación apenas se mueve el aire. La gente se abanica, se seca la frente o se sacude la camiseta. “Ocho minutos a las nueve de la mañana es una vergüenza”, se indigna. “Y así todos los días, en verano y en invierno”, prosigue. “Quieren ahorrar pasta para robarnos un poco más”, argumenta. Sale pronto de su casa, en Tirso de Molina, para llegar a tiempo a su trabajo, en Alameda de Osuna. “No es normal”, opina e ironiza: “Tienes que hacerlo y si llegas antes te tomas un café, para celebrarlo”.
María Jesús Miguel, de 54 años y funcionaria del Estado, también se las ingenia para viajar más cómoda. Con tal de ir sentada, retrocede una estación hasta una de las cabeceras de la línea 10 y recorre casi toda esa línea hasta Cuzco. “Para mí lo peor es la cantidad de gente porque hay momentos en los que es imposible respirar y hace mucho calor”, expone.
Muchos usuarios notan la reducción en el servicio, que en la mayoría de los casos (96%) ocurre por la falta de maquinistas y personal, según los datos oficiales. La plantilla pasó de 2.000 a 1.765 conductores tras el ERE que hizo la Comunidad de Madrid en 2013, cuando la presidía Ignacio González (PP).
A otros, en cambio, las demoras en verano les parecen “lógicas”, como a Carmen Velázquez, de 50 años: “Lo puedes entender porque hay menos usuarios”. Es peluquera y recorre casi todas las líneas porque atiende a sus clientes a domicilio. “Ahora, pierdes uno y dices 'no, por dios, son siete minutos'”, señala. En Metro, asegura, se mueve bien y más rápido que en bus, aunque aclara que evita las horas punta. En el andén de la estación Núñez de Balboa (línea 9), Sandra Martínez, de 24 años, también encuentra “normal” las demoras: “Si fuese más, sí, pero son un par de minutos. De tres pasas a cinco o seis”.
A Mario Oller, de 46 años, esa espera lo indigna: “No podemos esperar cinco o seis minutos”. Coge el metro en Palos de la Frontera (línea 3) y combina en Sol (línea 1) para llegar a su trabajo como recepcionista de hotel en Bilbao. “A veces no entramos en el vagón”, afirma de pie en el andén de la estación Sol cuando faltan siete minutos para que llegue el próximo metro. El vagón se vacía y se vuelve a llenar. Allí también viaja Busi Elcasari, de 39 años, que sale a toda prisa del suburbano en Cuatro Caminos para combinar con la línea 6. Son las 14.30 y llega tarde a trabajar: “Va fatal, está todo lleno y el tren tarda en llegar. Tú tienes un horario y tienes que llegar”.