Y fui el mismo invierno
Cuatro patas me sostienen sobre la tierra húmeda de este parque. Vais y venís y a veces, reposáis sobre mi asiento de madera.
En este invierno omnipresente, alguien ha decidido dejar sobre mí tres nueces, acompañadas por un cartel: “Puedes pedir tres deseos. Uno por cada nuez. Si comes alguna, por favor reemplázala para que todos tengamos la oportunidad de pedir tres deseos”.
“Qué me toque un pellizquito de la lotería”; “aprobar todos los exámenes”; “qué los Reyes Magos me traigan un patín”; “encontrar un trabajo mejor” etc
Es curioso cuántos deseos se pueden llegar a tener. Supongo que los deseos, impulsan a no quedarse sentado sobre mí o en cualquier otro banco del parque, durante demasiado rato. Hay pocas cosas gratuitas en la vida. Hay que moverse a por los sueños.
Hace tiempo, si yo hubiera podido pedir tres deseos, me hubiera conformado con uno solo.
Ser el mismo invierno.
Y con él, ser también el viento, la nieve, la lluvia y el aire fresco, que acompaña a esta estación del año.
Soñaba con ser viento, para poder salir de mis cuatro patas ancladas a este parque y poder ver más allá del tobogán que tengo enfrente.
Anhelada ser nieve, para sentir cómo caigo sobre las personas, resbalando mi fría textura sobre los cuerpos y poder así percibir todas las formas.
Quería ser lluvia, para caer suavemente sobre las cabezas que caminan o chocar directamente contra el suelo fundiéndome después, con la tierra que nos sostiene.
Por último, deseaba también ser el aire fresco que se queda en el ambiente tras un frío día de invierno. Siendo aire fresco, me colaría en las casas por la noche y me quedaría un rato a escuchar esas historias que se cuentan junto a la lumbre.
Soñaba, anhelaba, quería, deseaba, imaginaba.
Y en una fría noche de invierno, se cumplió mi deseo.
Primero vino el gélido viento y con él, traspasé las fronteras de este parque y vi cómo es la ciudad.
Al poco, comenzaron a caer los copos de nieve y pude sentir cuerpos y objetos ¡Qué variadas y hermosas todas las formas que pude percibir!
A las pocas horas, comenzó la lluvia. Y siendo agua, caí sobre todo lo que se ponía por debajo de mí. Caí suave, aunque intenso, para ser útil también a la tierra.
Cuando cesó la lluvia, me convertí en aire fresco. Entonces me colé en las casas y escuché aquellas fantásticas historias que os contáis junto a la lumbre. Algunas reales. Otras inventadas. Pero historias, al fin y al cabo.
Durante aquella noche, mi deseo se cumplió y fui el mismo invierno.
Pero cuando todo pasó, volví a ser lo que soy.
Un banco de madera sujeto a este parque.
Unos operarios han decidido reemplazarme por un banco nuevo. Me quedan días o quizás horas, de estar aquí, anclado a mis cuatro patas.
Ahora soy yo el que reposa y piensa que, si pudiera cambiar algo de mi vida, recuperaría aquel tiempo en que soñé ser el mismo invierno.
Durante aquella hermosa ensoñación, no atendí a lo que había sucedido sobre mí mismo. Ni en mi respaldo, ni en mi asiento, ni en mi reposabrazos. Me perdí la gran compañía de quienes estuvieron junto a mí, abrazando lo que en realidad soy. Un banco de madera a punto de ser reciclado.
Y cada día, en mi asiento, no sé cuántas nueces son reemplazadas por deseos.
Y cada día, no sé cuántos sueños se sueñan.
Pero nadie sueña su presente.
Yo antes tampoco lo hacía.
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