Veinte años ha tardado Manuel Moyano (Córdoba, 1963) en decidirse a publicar `Las aventuras del piloto Rufus´, libro infantil-juvenil que ha pasado por sucesivas reescrituras hasta encontrar su definitiva forma. La editorial Raspabook publica estas cuatro aventuras en un solo volumen, ilustradas por Francisco Javier García Hernández. Se trata de la primera incursión de Moyano en la literatura infantil, a la que se aproxima “desde el placer de la narración pura” y con su genuino toque fantástico y aventurero.
Manuel Moyano, que desde 1991 reside en Molina de Segura, ha ganado diversos galardones y ha sido finalista del Premio Herralde con una novela de género fantástico: `El imperio de Yegorov´. Recientemente ha publicado `El abismo verde´ y ha obtenido el premio Carolina Colorado por `La hipótesis Saint-Germain´.
`Las aventuras del piloto Rufus´ se compone de cuatro episodios. ¿Qué nos vamos a encontrar en ellos?
Una historia con mucha fantasía, pero contada de una manera que la hace parecer natural, con un equilibrio. Yo creo que una de las mejores cosas del libro son las relaciones que se establecen entre los personajes: el protagonista principal, que es el piloto Rufus, un tío arrojado, divertido, con desparpajo, que se mete en cosas sin pensar demasiado en las consecuencias, el coronel Cornelius y Doris, una científica cuyos inventos a veces no salen como se espera.
Las ilustraciones de Francisco Javier García Hernández (Murcia, 1977) son parte fundamental del conjunto.
He tenido la suerte de contar con ellas. Ha habido una cierta compenetración artística entre nosotros. No hay que olvidar que él también es escritor. Tiene un libro, `La noche de los niños eternos´, que me pareció buenísimo. El tener mundos mentales similares hace que haya una compenetración entre texto e imagen. De hecho ya no me puedo imaginar a Rufus, Cornelius y Doris de otro modo que no sea como los ha dibujado él.
¿A lectores de qué edad tenías en mente cuando escribiste el libro?
Es un intervalo que no sé muy bien cómo cerrar. Entre ocho y doce años… Pero creo que es un libro que hasta una persona adulta puede disfrutar.
Has tardado nada menos que veinte años en decidirte a publicarlo.
Lo que ocurre es que la primera versión era muy irregular, tenía muchos flecos. Periódicamente la retomaba y a lo largo de esas sucesivas versiones creo que conseguí dejarla bastante redonda, hasta que me decidí a publicarla. El paso decisivo fue que se lo di a leer a Marisa López Soria y ella reaccionó con entusiasmo. Eso me convenció de que el texto merecía la pena y lo mandé a Raspabook.
Es tu primer libro infantil.
Me gusta medirme en muchos géneros. Yo creo que uno cuando escribe intenta emular cosas que ha leído en el pasado y le gustaron. En literatura infantil a mí eso me sucedió, por citar algunos, con `Jim Boton y Lucas el maquinista´ de Michael Ende o `Doctor Dolittle´ de Hugh Lofting. Son de mi época, a lo mejor ya están viejos, aunque yo creo que son inmortales.
Y Julio Verne.
Yo he sido lector de Julio Verne, como muchísimos de mi generación. De hecho, observo que ha empezado a caer un poco en el olvido. Pero desde su época a finales del XIX hasta casi finales del siglo XX ha sido un autor muy leído. Y ese concepto de pura aventura que él representa creo que hay que recuperarlo.
A veces se tiende a creer que los libros escritos para niños son algo menor.
No me gustan los libros en que te diriges al niño como si fuera alguien de inteligencia inferior. Eso le pasa a Tolkien en `El hobbit´: Lo escribió en un tono infantil y, cuando más adelante continuó el universo de la Tierra Media con obras más maduras, le molestó un poco el haberle dado ese tono al libro. Por eso no me entusiasma hacer diferenciación entre literatura para niños y otras. En `Las aventuras del piloto Rufus´ he querido simplemente recuperar la narración pura, sin más. No es que sea un experto, pero tengo la sensación de que en los libros infantiles hay demasiada defensa de lo políticamente correcto ahora, de la moraleja. He tratado de volver al disfrute de la narración, los personajes, las peripecias, sin pensar en lo políticamente correcto ni para bien ni para mal.
Has dicho alguna vez que lo que quieres es que los lectores salgamos de nuestra vida cotidiana cuando leemos.
Sí y no. No tengo tan claro que la literatura sea sólo un medio de evadirse, que en parte lo es. Pero también es una manera de vivir la vida con más intensidad. Te ayuda a ver otra dimensión de la realidad, no tanto a aislarte de ella.
¿Por qué necesitamos historias?
Es un misterio en cierta forma. Parece formar parte de la genética del ser humano. Seguramente la literatura tiene su origen en los chamanes que contaban historias al resto de la tribu alrededor del fuego. Pueden tener muchas formas, desde la leyenda hasta el chiste, porque también los chistes son historias. Y por alguna razón el ser humano disfruta mucho con ellas.
No nos basta con la propia vida.
Es que no creo que la literatura sea algo aparte de la vida, sino que es una forma de afianzarla. La vida tiene ese toque fugaz y pasajero, y parece que la literatura mitiga un poco eso. Parece que las cosas no sean tan volátiles si se escriben. Quizás el ser humano tiene cierto miedo a la volatilidad.
Al contrario que otros autores, tus libros se desarrollan en universos y épocas muy diferentes.
Al final, quiera uno o no, por muchos palos que toques, terminas construyendo un mundo propio, con elementos a los que vuelves siempre. Eso me pasa con lo fantástico. También cierto escepticismo mezclado con ironía. La aventura, el que ocurran cosas. Son mis constantes.
Precisamente la fantasía y las aventuras han sido géneros tradicionalmente marginados en la literatura española.
Eso para mí es casi una batalla personal. Nunca consigo entender por qué tienen aquí tan poca consideración. Eso no ocurre en el mundo anglosajón, ni en Francia. Ellos tienen a Poe, Jekyll y Hyde, Gulliver, Frankenstein, Drácula, H.G. Wells… Sin embargo, en España está mal visto.
Hay un hueco histórico que llenar.
Yo desde mi modestia intento ayudar. Hay otros autores, más clásicos, como José María Merino o Álvaro Cunqueiro. Bécquer, en el pasado. Ahora hay escritores como Emilio Bueso o Ismael Martínez Biurrun que se aproximan al fantástico desde una exigencia de calidad, porque el problema del género es que a menudo ha producido mucha literatura llamémosla de bajo nivel. El desafío es hacer una literatura que rivalice en calidad con la no fantástica.