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“La literatura es un espacio de resistencia muy significativo para las feministas”

La escritora Marta Sanz

Araceli Muñoz García

Murcia —

Estremece la lucidez y la cordura de la voz de Marta Sanz (Madrid, 1967). Leerla, escucharla, viene a convertirse en un ejercicio de autocrítica indispensable en estos días de incesantes dudas. Escritora de novelas, en su mayor parte autobiográficas, poesía y ensayo, Marta ha dado a la literatura en castellano, una altura en pocas ocasiones alcanzable con su inteligencia y tino con las palabras. Es difícil cuantificar cuánto me ha enseñado sobre el mundo, sobre mí misma. Eso es lo que más admiro, su capacidad para contarnos, a las personas, a las mujeres, a ti, a mí… Tan solo contándose ella. Lo personal es político. Si aún no han leído `Clavícula´ (2017), no esperen, si no han leído `La lección de anatomía´ (2008), no la dejen pasar. Tampoco han de olvidar su último libro, `Monstruas y centauras´ (2018), que tiene mucho de análisis y reflexión certera acerca del feminismo, mucho de personal, de político. Mucho de nosotras. Lo necesitábamos. 

Se repitió el 8M. ¿Qué ha ocurrido durante este año?

Desde el 8M de 2018 hasta el 8M de 2019 en la sociedad española se ha producido cierta transformación y sensibilización de todo lo que son las reivindicaciones feministas. Hay mujeres de todas las edades que están reinterpretando su pasado, su presente y sus vínculos laborales, afectivos y sociales. Para mí, el feminismo es una palanca de transformación social que va a afectar al resto de las desigualdades.

Lo que ocurre a la vez es que se han producido reacciones de un radicalismo bestial frente a las que vamos a tener que estar preparadas. Lo que no deberíamos hacer en ningún caso es paralizarnos a la hora de reivindicar, para luchar y transformar las desigualdades que son evidentes. Me refiero a la mayor tasa de paro femenino, a la mayor tasa de trabajo temporal de las mujeres, al mayor riesgo de precariedad y exclusión por parte de las mujeres... Creo que los techos de cristal son nauseabundos, pero a mí, ahora, lo que más me preocupa es la precariedad que puedan sufrir mujeres que trabajan como las kellys o mujeres que llevan familias monoparentales con hijos que son las primeras que están en riesgo de exclusión y pobreza.

Días después del 8M se organizó una manifestación antifeminista y en defensa de los hombres. ¿Es que no nos explicamos bien? ¿No nos leen?

El lenguaje y cómo se pervierte el lenguaje es una de las mayores estrategias de manipulación y dominio con las que cuentan ahora estos individuos. Han aprendido a darle la vuelta al concepto de víctima, de forma que imputan a las luchas feministas una discriminación hacia el hombre absolutamente falsa. No pretendo disminuir a los varones de la especie, relegarlos del panorama social. Lo único en lo que insisto es en tener una igualdad de oportunidades.

Ellos utilizan muy perversamente esa inversión de la palabra víctima para apropiársela de una manera espuria para criminalizar a un movimiento que lo único que busca es la igualdad de derechos. Creo que ese debate lo quieren utilizar como una forma de opacar cosas que nos preocupan que tienen que ver con los asesinatos diarios de mujeres y con esa violencia económica, cultural, y política que se ceba con nuestro cuerpo.

En este momento, nos interrumpe el marido de Marta para enseñarnos el siguiente titular del periódico que anda leyendo: “Tres jueces italianos absuelven a dos condenados acusados de violar a una chica porque ella era poco atractiva”.

Mira qué manera de pervertir el lenguaje. Las mujeres violadas son responsables de su violación si son demasiado guapas, demasiado provocativas, si van borrachas, si en los toros se ponen la minifalda. Son responsables de todo lo que les pasa y al mismo tiempo parece que, si eres poco atractiva o eres fea, deberías estar contenta de que te violaran. El nivel de machismo es una cosa absolutamente sensacional y, probablemente, uno de los lugares por los que habría que empezar a hacer serias reformas políticas es la judicatura.

Escribes en `Monstruas y centauras´ que es muy importante “estar ahí”. ¿Qué podemos hacer las mujeres y los hombres de a pie no solo los 8 de marzo, si no a diario?

No tengo mucha imaginación política, no se me ocurren muchas medidas para arreglar las cosas. Lo que procuro hacer es no perder nunca de vista cierta sensibilidad autocrítica. No incurrir en comportamientos machistas que hemos heredado por educación. Y no me gusta llamar a esos comportamientos machistas micromachismos, porque no lo son, se trata de machismo puro y duro. Procuro indagar en mi propio ADN cultural e ideológico para ir detectando esas pequeñas moléculas de machismo que a veces me hacen ser injusta y competitiva, que a veces me llevan a atacar a los y las más débiles sin darme cuenta.

A parte de eso, me gusta participar en todo tipo de encuentros donde se pueda convertir la situación de la mujer en tema de debate público, desde un punto de vista económico, social y judicial. Y escribir libros.

Tu escritura podría resumirse en una frase que tú misma utilizas: Lo personal es político ¿Cómo ayuda la literatura en la lucha?Lo personal es político

Para mí, todos los géneros literarios constituyen un lenguaje de resistencia. En una sociedad donde el pensamiento es vertiginoso, epidérmico, histérico, visceral, lo que nos enseñan los géneros literarios es a leer más allá de lo evidente, de lo literal. La literatura es un discurso de resistencia, por el qué, por esa manera de hacer que lo personal sea político, pero muy especialmente por el cómo, por la tesitura en la que coloca a las lectoras y a los lectores para entender la realidad más allá de lo obvio. Por eso escribo libros y sigo teniendo confianza en que la literatura sea performativa.

Escribí `Clavícula´ por una razón totalmente egoísta que tenía que ver con un dolor, pero luego me di cuenta de que ese dolor mío era una metáfora del dolor de muchísima gente y ratifiqué la idea de que lo personal es político. En el caso de las mujeres, el rescate de la autobiografía como género nos ayuda a crear un nuevo imaginario donde las palabras se resignifican y las cosas que nos conciernen en clave de género se colocan en un primer plano. La autobiografía literaria hoy no es una manera de meterse el dedo en el ombligo, al revés, consiste en demostrar que lo personal es político y que nuestras pequeñas historias personales son la metáfora de toda una sociedad víctima del capitalismo avanzado.

¿Están demostrando los y las escritoras que trabajan para poner a la mujer en el lugar que le corresponde?

Hay muchas escritoras y muchos escritores que están haciendo el esfuerzo y muchos escritores, por otro lado, que se están sintiendo amenazados y que tienen miedo a perder un sitio. Lo que tenemos que hacer las mujeres que escribimos es realizar un ejercicio de introspección, analizar cuáles han sido nuestras fuentes nutricias en formación cultural, que a su vez han constituido nuestros valores; darnos cuenta de que en esas fuentes hay muchas miradas masculinas y que de ellas hemos aprendido muchas cosas a las que no deberíamos renunciar y otras que deberíamos poner en tela de juicio.

A eso tenemos que añadir el esfuerzo por rescatar las voces silenciadas por un canon injusto, que opinaba que las mujeres no teníamos capacidad intelectual. Hay que reivindicar la voz de todas esas locas -lo digo con inmensa admiración y cariño-, y hacerlas sintonizar con esas enseñanzas que vienen de miradas masculinas.

Dices que no han abusado de ti físicamente, pero la autoexigencia, la presión, el miedo, la ansiedad… Están ahí. Pasamos de `Monstruas y centauras´ a `Clavícula´.

Cuando escribía `Monstruas y centauras´, pensaba que nunca habían abusado de mí físicamente. Con el paso del tiempo te das cuenta de que hay circunstancias que tú considerabas normales, que han podido ser de abuso; he tenido que repensarlas, porque cuando las estaba viviendo no parecían experiencias de abuso físico. Eso, añadido a una extrema necesidad de complacer desde un punto de vista erótico, esa vergüenza con respecto a la propia sexualidad que hace sentir el propio placer como algo sucio, son formas sutiles y repugnantes de mantener relaciones en las que aceptas ciertos sometimientos.

Las mujeres hemos estado sometidas a otros tipos de violencia aparentemente más volátiles, que luego repercuten de manera reconocible en nuestro cuerpo: las violencias económicas, la autoexigencia, la sobreexplotación de las autónomas, la angustia de las mujeres paradas, el tener que bracear el doble dentro y fuera de la casa... Todo eso termina repercutiendo en tu cuerpo. Aprendí en `Clavícula´ que no podemos separar de ninguna manera nuestros dolores físicos, de los psíquicos, los sociales y los económicos. Las mujeres somos una carne especialmente dolorida porque hemos estado en desventaja siempre. Por eso probablemente padecemos enfermedades como la fibromialgia y otras que se descubrirán más tarde que no se sabía que existían y que ahora se llaman todas “ansiedad”, “estás como una cabra” o “tómate un lorazepam”.

Para ti, uno de los temas principales es el dolor ¿Por qué es tan importante hablar de él?

Cuando empecé a escribir, siempre decía que, desde un punto de vista metafórico, escribía sobre las cosas que me dolían: desigualdad, miseria, crímenes, situaciones laborales terribles, analfabetismo, vampirismo afectivo… Cuando escribí `Clavícula´ me di cuenta de que también me interesaba el dolor físico particular y entendí que ese dolor metafórico, intangible, volátil, que concernía a mucha gente y que tiene que ver muchas veces con la práctica política, era absolutamente indisoluble de mi cuerpo, mi hueso y mi articulación.

Escribo de las cosas que me duelen tanto en sentido literal como figurado, precisamente porque tengo ese concepto de que la literatura es performativa, de que la literatura puede servirnos para transformar aquellas cosas que no están bien y cauterizar los males de nuestra sociedad.

Dices que nadie se juega la vida escribiendo, pero tú has tomado mucha responsabilidad

Cada vez sé menos separar el pronombre yo del pronombre nosotras y del pronombre nosotros y por eso creo que la autobiografía es un género político. Cuando estoy hablando de mí misma, sé que no soy nada sin mis vínculos afectivos y sin las relaciones sociales; sin las mujeres que vinieron antes que yo y que están dentro de mi tripa enseñándome cosas y haciendo que mi vientre, como decía Lorca, “sea una lucha de raíz”.

Cuando hablo de nosotras, de nosotros, hablo de mí y viceversa. Considero que la palabra literaria puede servir para cambiar social y políticamente la realidad que nos rodea, así que asumo el tomar la voz en público como un acto de responsabilidad. Creo que los que nos dedicamos al oficio de escribir tenemos que velar por la recuperación de la salud semántica de una sociedad en la que se están malversando los términos, en la que se están utilizando la gramática, la semántica y la sintaxis de una manera torticera. Mi trabajo como escritora consiste en resignificar las palabras y utilizarlas de manera que nos sirvan para perfilar aquellos aspectos de la realidad que nos resultan incómodos y no queremos ver.

¿Cómo ha cambiado la Marta Sanz del `Frío´ a la Marta de `Monstruas y centauras´?

Tengo la sensación de que sigo siendo la misma pero no sigo siendo igual. He aprendido muchísimas cosas, me he hecho consciente de muchas otras, he encontrado palabras para nombrar sentimientos, situaciones e ideas que para mí antes eran más nebulosas. He ido adquiriendo un vocabulario para entenderme a mí misma y a los demás. En ese enriquecimiento semántico, ha tenido mucha importancia el feminismo. Creo que la toma de conciencia respecto a las desigualdades sociales y económicas la he tenido toda mi vida, pero las que concernían específicamente a las mujeres, pensé que ya eran un logro conquistado. Ha tenido que pasar el tiempo y he tenido que desenvolverme más en el oficio de la literatura para darme cuenta de que no, de que no eran logros, de que son todavía luchas por conquistar.

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