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Piedras en el zapato

Serbia y Macedonia exigen más ayudas para paliar la crisis de los refugiados

Carmen Díaz Beyá

Sería extraño que no me entrasen piedras en el zapato.  Sería como andar alejada de la tierra.

Me gusta también que me entre un poquito de agua en el pie cuando llueve. Supongo que la ranura con forma de pétalo que tiene mi zapato izquierdo, hace que, por naturaleza, la lluvia quiera regarlo.

En el derecho en cambio, me pasa algo diferente. Se trata del cordón, que es muy corto. Si tiro mucho de él consigo hacer un lazo con sus dos lados, pero entonces mi pie se asfixia y me mareo. 

El primer día que caminé con estos zapatos por este asfalto desconocido, hubo una tormenta.

Yo aún no sabía lo de mis mareos y, para no resbalarme, ate muy fuerte el cordón derecho. Lo ate tan tan fuerte que, cuando pisaba con él, sentía que me faltaba el aire.

Sin embargo, lo que sucedió en mi pie izquierdo, fue diferente.

Es verdad que llovía mucho y mi zapato se empapó más de la cuenta. Por su agujero, ése con forma de pétalo, entró tanta agua que me parecía estar flotando dentro de una balsa inundada.

Así es que, mientras caminaba, me ahogaba por el lado izquierdo y me asfixiaba por el derecho.

En el momento en que decidí buscar refugio, fue cuando comencé a escuchar mis propios pasos:

Izquierdo: tengo frío. Derecho: no puedo respirar;  

Izquierdo: ¿qué día es hoy? Derecho: no nos dejan desembarcar;

Izquierdo: ¿quién me ha traído aquí? Derecho: ya no hay vuelta atrás;

Izquierdo: no reconozco este mundo. Derecho: ¿dónde está la humanidad?

Un relámpago.

Y me desmayé.

Desde aquel día, a veces pienso si no sería mejor conseguir otros zapatos. Éstos sólo me traen malos recuerdos.

Pero es que yo no quiero otros.

Además, ahora ya sé lo que tengo que hacer para no escucharlos hablar. Es cuestión de no forzar el encuentro entre los dos extremos del cordón derecho y no atarme ese pie.

He descubierto también que, si dejo la abertura justa, hay días en que se cuelan piedras pequeñitas dentro ¡Me encanta sentirlas debajo de mi pie! Cuando eso sucede, piso con tanta fuerza el asfalto que se acaban pegando a mi piel y me hacen cosquillas.

Pero en realidad, lo que de verdad me gusta, es creer que esta nueva tierra y yo estamos cerca. Así. Con sus piedras dentro de mi zapato.

Puede ser que algún día de lluvia me resbale por no tener bien atado el cordón. Pero ya nunca más me caeré por estar mareada porque ya sé cómo hacer para que mis zapatos parezcan nuevos y que, simplemente, me acompañen al caminar.

Por eso no quiero otros.

Estos son mis nuevos zapatos.

Sería extraño que no me entrasen piedras al caminar. Sería como volver a estar alejada de la tierra.

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