El buen teatro, o digamos el arte, te pone en la piel del otro. Te enriquece con experiencias que es posible que nunca llegues a vivir en persona o que sólamente te hagan un ligero eco.`El hijo que quiero tener´ que Pont Flotant subió a escena en el Teatro Circo el pasado viernes permite ver el otro que hay en ti: el niño, el hijo, al padre o madre que eres y al viejo que serás. Nos aferramos a nuestra identidad del aquí y ahora y olvidamos que fuimos al colegio, que sufrimos porque teníamos granos, que perderemos progresivamente la salud si llegamos a viejos.
Si hay una escena mágica en `El fill que vull tindre´-y haberlas, hay unas cuantas- es el momento en el que Pau, Àlex y Jesús se intercambian los papeles de hijos y padres de un momento a otro personificando el fluir del tiempo. Porque el tiempo nos atraviesa y ver a los otros que hay en ti es emocionante. Lo olvidamos.
No es la primera vez que el paso del tiempo deja su impronta en la obra de Pont Flotant -`Como piedras´, `De mayor quiero ser Fermín Jiménez´- pero quizás hayan tenido que llegar sus integrantes a los 40 para tener esa visión de equilibrio hacia uno y otro lado de la cuerda. No cuentan la crisis de los 40 sin más en el escenario de una clase de un colegio. Ni se limitan a burlarse ligeramente de las diferentes corrientes educativas más o menos restrictivas. Y aunque también esté reflejada la queja de la madre –“Quiero dormir, necesito dormir”- , la compañía valenciana no se limita a ella –como ha hecho últimamente Samanta Villar y las malas madres- sino que dibuja la cadena de los ancestros y de los que están por venir. Somos parte de algo más grande. En ese sentido, Pont Flotant refleja una generosidad y luminosidad impropias de nuestra generación.
Dentro de su teatro hecho desde la realidad de su experiencia y sin personajes, no se dedican a mirarse el ombligo y lamerse las heridas provocadas de ser padres o hijos, sino a recordarnos que no existimos sin los otros. La señora que se sentó a mi lado hubo un momento en que no podía parar de llorar.
Pero la generosidad de la compañía valenciana ya se demuestra con el taller previo a la representación que permitió que niños y personas de más 50 años se subieran con ellos a escena. “No quiero que me repitan lo mismo 20.000 veces”. “Tengo miedo por los que nos van dejando”. Tuvimos la oportunidad de escuchar a niños y mayores, normalmente silenciados: sus miedos, sus quejas, sus anhelos. Los viejos también lloran. Los niños también piensan. Los adultos pueden ser inmaduros.
`El hijo que quiero tener´ es una obra poética y universal, con escenas de una plasticidad bellísima y nada impostada, con unos actores que defienden esa luminosidad con una sencillez meridiana –mención especial merecen sus voces- y con un final redondo y emocionante, que por la arquitectura del teatro no tuvo todo el impacto que sí desplegaron en el estreno en Las Naves en Valencia.
Y nosotros, generación Peter Pan, cantamos con ellos el tema `Wake up´ de Arcade Fire que suena cerca del final de la obra: “ Children, wake up/ Hold your mistake up/ Before they turn the summer into dust” “(Niños, despertad/ Enfrentaos a vuestros errores/ Antes de que conviertan el verano en polvo)”. Porque queremos que su luz nos siga atravesando durante los próximo 40 años.