Sábado noche, por Elisa Reche
“¿Y qué me dices?”. “Que no me gustan los tríos. Si aún fuéramos dos tíos y yo, pero con otra tía no le veo sentido”, dicen un chico y una chica detrás de mí, una vez atravesada la barrera de entrada del WAM. Esa conversación será lo más gamberro de la noche del sábado. A partir de ahí me encontraré con una jornada sin pulso. A pesar de eso, algunos momentos brillaron, efímeros, como la actuación de Varry Brava.
La noche va de electrónica, pero empezando por los 90 con los hermanos Paul y Phil Hartnoll de Orbital como cabeza de cartel en el escenario Estrella de Levante. Los hermanos maquinan de las suyas con un par de luces colocadas en la cabeza, mientras unas proyecciones extrañas se apropian del escenario. El ritmo de su tecno tiene algo hipnótico y envolvente, pero en un festival al aire libre como el WAM no alcanza a generar un estado de ánimo potente. “Este tecno de los años 90, pues no me dice gran cosa”, dice Vicente, con el pelo recogido en una coleta, a pesar de que va entonado con algo de cristal.
Los murcianos no han faltado a la cita. La afluencia del público es mayor que el viernes, aun así no se ve la densidad de la última edición del SOS, que ya presentaba síntomas de decadencia. Pero es mayo. El pistoletazo de salida de la época festivalera, con el cuerpo hecho a La Fica. Cada dos pasos te paras a saludar y te echas unas risas. “La verdad es no conozco a la mitad de las bandas, pero aquí estoy”, dicen. Y así, sin cabezas de cartel visibles, sin hilo conductor. Estamos como pollos sin cabeza, pero estamos.
Un claro acierto del festival ha sido dar vasos reutilizables, con lo cual el suelo estaba mucho más limpio que en épocas del SOS, sostenibilidad mediante. Otro acierto fueron las bandas murciana, que defendieron estupendamente el territorio: Noise Box, Perro y Crudo Pimento. La tierra de la huerta también es fértil en talento musical. Mientras que Noise Box vuelve a mostrar su calidad con pinceladas de madurez de su último trabajo, Crudo Pimento se desfasó un poco queriendo acallar a Orbital a última hora desde el escenario Punta Este.
La gente hace cola para ganar unas chuches con las pruebas del stand de Fini, quienes reparten unas cartulinas en forma de labios que ponen `Yo soy muy fun´. También hay revoloteo permanente alrededor del puesto de Thunder Bitch, donde regalan chupitos del güisqui dulce y picante a la vez. Si el festival fuera un sabor, sería uno sencillo: dulce, aunque sin guindilla. En todo caso, habría que mencionar el escaso tiempo que han tenido los organizadores, Producciones Baltimore, para montar un festival a última hora. Por otro lado, el precio de la entrada ha sido muy accesible: desde los 20€ de precio de salida por el abono de viernes y sábado hasta los 48€ que ha alcanzado en el último momento.
Antes, sobre las 21h Shura se ha subido al escenario Thunder Bitch vestida de homeless, con un gorro de lana. Su synthpop insinúa y distiende la entrada de la noche, aunque el playback que se marca es un poco vergonzoso. Hay un momento en el que queda en evidencia cuando la pista de audio se traba y ella se queda con cara WTF, mientras su voz sigue sonando. En todo caso, el concierto parecía más apropiado para más tarde. De alguna manera, la noche es un Guadiana que aparece y desaparece sin marcar ritmo.
Lori Meyers dan a sus fans, que son muchos y muchos se marcharon después de escucharlos, lo que quieren: buen indie pop, pero sin entusiasmo ni sorpresas. A Varry Brava, con su glam rock ochentero, se les ve más entregados. Los oriolanos afincados en Murcia incorporan a tres saxofonistas como invitados. Sacuden al público con energía y baile, sobre todo con `Fantasmas´. Tienen unas palabras de homenaje para Juanjo del Bosque de los Sentidos, que había muerto esa mañana. Señalan al cielo y hasta allí vuela su música. El Sr. Chinarro convoca a sus acólitos en Punta Este, con su vozarrón y sus letras extrañas.
The Sounds ofrecen un pop heavy, vulgar y facilón y vuelve la electrónica de manos de la oscuridad postpunk de Trentemøller. El danés tiene estilo, pero ya algo tarde a partir de las 2.35 de la madrugada. La lumbalgia no me da tregua y no es la mejor compañera para una noche como esta. La luna se aclara. Las suelas de muchas zapatillas de wamers se iluminan de azul o rosa. Las chicas llevan pegatinas brillantes alrededor de los ojos.
Las Chillers, que sustituyeron la baja de Joe Crepúsculo del viernes, son lo más comentado de la noche. “Con la cantidad de grupos buenos que hay, no sé cómo actuaron estas chicas”, dice Luisa. “Son el karaoke de tu vida”, dice entusiasmada Maru. Ya te digo, junto con la discusión del posible trío, lo más polémico de la noche. Veo a un pollo con cabeza, acompañado de un pulpo. Descanso en los escalones negros, hago la cola de rigor para entrar a los baños portátiles. Una chica rubia con el pelo corto delante de mí se da la vuelta y me pregunta: “¿Tú crees que es mejor grande, ande o no ande, o que encaje ande o no ande?” Me quedo ojiplática, mientras a ella se la traga un rectángulo de plástico.
Viernes noche, por Alberto Ríos
-“Tía, pues estoy aquí fuera, jodida y vosotras ahí dentro, tan a gusto”, increpaba sollozando una joven desconsolada a su interlocutora al otro lado del móvil. El rugido de los escenarios se hacía notar hasta en Los Infiernos, llegando a hacer creer a los vecinos de Covera que su aeropuerto fantasma había cobrado vida. Y claro, la chica estaba fuera perdiéndose todo eso. Me dieron ganas de acercarme a interesarme por su drama, pero recordé que esta sociedad es una mierda individualista y yo formo parte de ella, así que muestro mi pulsera y entro al recinto, que Los Enemigos ya han empezado el show.
De un primer vistazo se advierte que hay menos público que en otras ediciones. Aunque el gentío fuera creciendo a lo largo de la noche, la tendencia a la pérdida de espectadores sigue su paso. Tras este festival queda la sensación de parche improvisado para no perder la inercia del público. De ahí que el cartel no tuviera un hilo conductor ni un criterio concreto. Aun así, cabe señalar una buena organización, y el suelo bien limpio gracias al token que costaba el vaso para beber, que obligaba a todo el mundo a guardarlo y reciclarlo.
Pero vayamos a la chicha. Viva Suecia mostro lo mejor de su aún corta trayectoria. Un directo solvente e intenso. Boquete cerrado. Más tarde, Niños Mutantes mostraron ese paso adelante, una evolución desde el indiepop granadino con denominación de origen, para llegar a sonidos más propios de esta segunda década del 2000.
Todo iba bien, saltando de un escenario a otro, y saludando a caras conocidas, y en ésas que arranca Future Island. Lo mejor de esta primera edición del WAM. Puesta en escena discreta y elegante, la arrolladora personalidad de Samuel T. Herring se apoderó de todo el recinto desde los primeros compases. Inexplicable para mi es observarle hacer cabriolas, quiebros y ondas sensuales con todo su cuerpo, sin faltarle aliento para deleitarnos. Samuel, el WAM es contingente, pero tú eres necesario.
Belako dio una buena sesión, mostrando desparpajo, frescura y juventud, sin descuidar su propuesta que brota del postpunk que exhiben en cada festival.
Second jugaba en casa, con el escenario a rebosar. Tiempo para Fangoria. Trabajada puesta en escena con proyecciones, remixes digitalizados de viejos éxitos de la trayectoria de Alaska y un par de bailarines que entretenían al público mientras Olvido se cambiaba de ropa y bebía sangre de una joven virgen para recuperar el aliento.
No puedo obviar la presencia de Alien Tango. Pese a su corta vida, esta banda paró el reloj. Su música descarada, excesiva e influida por una nube de músicas de otras décadas dejaron en estado de shock al público, demostrando que no está todo cantado. Sin duda, de lo más destacado de la noche.
Con las bolsas en los ojos y preguntándome por qué ningún token me servía para pedirme un café, comenzaron Editors. Pensé en probar esa bebida que tanta publicidad exhibía. No se llama Trueno Puta porque en inglés suena mejor. Así que tras un chupito, me pregunté qué coño estaba haciendo con mi vida.