Región de Murcia Opinión y blogs

Sobre este blog

Vidas felices

Resulta un poco difícil escribir sobre feminismo y las luchas feministas pocos días antes de este 8 de Marzo. Ya se intuyen, escuchan y leen muchas voces diversas desde hace algunos meses. Y se anhelan. Circula un anhelo incalculable por encontrar una marea de mujeres en las calles, por pensarnos en todo el mundo saliendo juntas a inundar el espacio público, a inundarnos de mujeres. También hay mucha hostilidad y amenazas, como no podía ser de otro modo. Y mucha incertidumbre y muchos espacios por abrir y conflictos entre maneras de hacer y pensarnos que hacen aparecer hostilidades ocultas.

Me parece oportuno devolver esa proclama de “hay tantos feminismos como mujeres” al cajón de la impotencia política, es decir, de la impotencia ante los conflictos, de la dominación mediante el silencio y la invisibilización. Las prácticas feministas hacen aparecer conflictos en ese espacio que se representa como desierto, aunque esté poblado por infinidad de personas, que es el de la vida en común. Es una pena, nadie quiere pasar su vida peleando, enfadada, discutiendo con ésta, éste o aquél, yendo a pelear por unos derechos aquí, y tratando de reparar unas injusticias allá.

Mi pequeña aportación hoy va a consistir en repetir algo que no se me ha ocurrido a mí y que es, además, acabáramos, discutible. Yo lo aprendí con un señor que lleva mucho tiempo con la cabeza poblada de canas y poco pelo que se llama Jacques Rancière. Es algo simple y complicado, y que parece condenar la vida a un infierno en la tierra, a unas ganas insaciables por complicarse: que la política es conflicto en un sentido preciso, hacer aparecer los conflictos que estructuran la sociedad en la que una vive y ya no sólo tratar de exigir justicia o reconocimiento, sino, sobre todo, crear percepciones colectivas de un problema y hacer aparecer cuerpos nuevos en el mundo.

Es como si, de repente, tratando de visibilizar a las mujeres trans, a las mujeres racializadas, a las mujeres que trabajan en casa, y a ti, que no sabes si eres una feminista blanca y entonces estás del lado hegemónico, o a ti, que dudas si podrás entenderte con una señora de sesenta años sin estudios, o incluso a ti, que piensas que ya tenemos todos los derechos ganados y tampoco es plan de querer dominar a los hombres, estuviéramos diciéndole al mundo que tiene que cambiar de manera de pensar, sentir y hacer. Es eso. Es duro. Es conflictivo. Es una pesadez y un totalitarismo, dirán muchos caballeros, cambiar de maneras, que se impongan así las mujeres, no llegar nunca a un momento en el que ya, por fin, la vida se asienta y no tenemos nada más que hacer y pensar que disfrutar apaciblemente de lo labrado, que disertar sobre lo que ya sabemos.

Y es inútil, dirán muchas personas involucradas en prácticas feministas, creer que todas estas mujeres y sus problemas diversos se pondrán de acuerdo, porque han venido a decir que entre nosotras también nos invisibilizamos, que detrás de una mujer blanca siempre habrá otra, negra, latina, gitana, prostituta, en fin, racializada, percibida como marginal, pagando en discriminación y trabajo precario los privilegios de la primera. Y la primera dirá “pero si a mis hermanas las están matando...” Y la discusión será infinita y no llegaremos a ningún consenso. Y todo el mundo pondrá mala cara. Ésta sería la versión ya conocida de la historia, la de la historia dominante, que está escrita a menudo con muy poco talento y que, sobre todo, sigue hacia adelante pasando por encima de todos esos detalles de los que están hechos las vidas.

Un conflicto eterno, qué digo, una conflictualidad virtualmente inagotable, es seguro una imagen bíblica de la mala vida. Pero como decía, ésa es la versión dominante de la historia. Lo curioso es que no es precisamente la versión más pensada y ficcionada, sobre la que más se ha escrito. Esto es digno de ser retenido un momento. No tengo ningún dato, ustedes me perdonen, revuelvo entre mis papeles y no encuentro ninguna estadística que me autorice a afirmar que esta ficción de la historia y la vida que dice que tenemos que parar quietas y dejar de multiplicar los problemas no es sobre la que más se ha escrito y pensado. Van a tener que creerme, si quieren.

Sólo se me ocurre, fíjense, un ejemplo muy manido, y muy de hombres: que precisamente lo que conocemos en occidente como pensamiento, la filosofía, es y ha sido esta manía por buscar y formular problemas, por hacerse preguntas, por revolver el estado de las cosas. Y encima, la filosofía tuvo problemas con la política. Ya lo saben, en algún momento hay que dejar de interpretar el mundo y ponerse, vamos a ver, a tratar de cambiarlo.

Y por si fuera poco, quiero recordar un concepto adherido a luchas muy viejas, el de emancipación. Al menos ha sacado un poco el pie de la Europa blanca, pensará alguien. Pero no, porque me gustaría recordar un momento con ustedes la emancipación con una escritora inglesa, muy señorita y muy burguesa, Virginia Woolf. Esta mujer poco salió a la calle a pelear por nada, su cuerpo estaba puesto la mayoría del tiempo frente a un escritorio, y aunque invitaba a su casa a mujeres obreras que nada tenían que ver con ella, lo hacía para hablar de literatura.

Sólo me gustaría complicar más la cosa, la cosa de este artículo de opinión, diciendo que emanciparse, según esta señora, no es sólo cuestión de separarse de un yugo opresor, ganar la propia libertad de movimientos y acción, sino también la de pensamiento. Y aun más, la autonomía del arte. Del arte de la vida de cada una, que viene a ser: construirse un derecho nuevo, el de la indeterminación, el de no tener que “deber ser” esto o lo otro, ama de casa o profesional liberal, santa o puta, mujer u hombre.

Para esto hace falta el arte, no como cuando decimos, “mira qué arte tiene fulanita para hacer tal cosa”, pero también en ese sentido. El arte de la ficción, de pensar, percibirnos, escribirnos, imaginarnos diferentes. El arte de la desidentificación. De lanzarse a vivir una vida desconocida. De arriesgarse a pensar contradictariamente y hacer aparecer todos los mundos nuevos que están agazapados en éste que tanto sufrimiento provoca. Para eso hay que enfangarse tal vez, porque somos muchas, porque nadie puede hablar en nombre de nadie, porque no es la vida, son las vidas y parece inevitable que unas siempre oculten otras.

Si persistimos, diría Woolf, tal vez logremos compartir en igualdad la oscuridad y la luz pública, podamos descansar y darnos ese silencio y esa opacidad propias de la vida para iluminar de otro modo las cosas y el mundo, y poder así escuchar otras voces, hasta volvernos locas, aunque nos molesten y queramos discutir, vaya por afrodita, de nuevo con ellas.

No tengo nada más que compartir con ustedes hoy, sólo desearles feliz HUELGA, feliz PARAR el MUNDO, felices CONFLICTOS, y mucha valentía para lanzarnos hacia lo desconocido, el mundo de la igualdad en el que las personas probablemente estén más bien agitadas, es verdad, pero plenas, dignas, y con todo el tiempo del mundo por delante. Feliz 8 de Marzo. Feliz inundación. Feliz incertidumbre. Felices encuentros. Feliz felicidad nueva.

Resulta un poco difícil escribir sobre feminismo y las luchas feministas pocos días antes de este 8 de Marzo. Ya se intuyen, escuchan y leen muchas voces diversas desde hace algunos meses. Y se anhelan. Circula un anhelo incalculable por encontrar una marea de mujeres en las calles, por pensarnos en todo el mundo saliendo juntas a inundar el espacio público, a inundarnos de mujeres. También hay mucha hostilidad y amenazas, como no podía ser de otro modo. Y mucha incertidumbre y muchos espacios por abrir y conflictos entre maneras de hacer y pensarnos que hacen aparecer hostilidades ocultas.