“En su búsqueda de la perfección, muchos músicos se olvidan de aspectos básicos de la vida”

Rafael García era violinista y profesor en el Conservatorio de Valencia. La búsqueda del máximo rendimiento que exige la música de alto nivel lo llevó de joven a padecer problemas físicos. Un mundo nuevo se abrió para él cuando, ampliando estudios en Friburgo (Alemania), descubrió la técnica Alexander, que se centra no sólo en la búsqueda de la perfección a toda costa sino también en el buen uso del cuerpo y la mente. “Aquello me abrió los ojos a una aproximación totalmente diferente a la música”, recuerda. Hoy es doctor en Psicología, profesor en el Conservatorio Superior de Aragón e imparte técnica Alexander en la Orquesta de Valencia. Es también un divulgador de la psicología aplicada a la música con libros como “Optimiza tu actividad musical” o “Cómo preparar con éxito un concierto o audición”. El más reciente es “Entrenamiento mental para músicos” (Ma Non Troppo). En él, desvela los beneficios de la práctica mental, no sólo en la música de alto rendimiento sino en numerosos aspectos de la vida. “La psicología puede contribuir a mejorar la calidad y a dar una vision más sana y amplia del mundo musical”, reivindica.

¿Qué le aporta la práctica mental al estudio de la música y, por extensión, a otros campos?

Es un complemento a la práctica física de la música, pero también de la danza, el teatro, el deporte… Sirve para reforzar los movimientos que debemos realizar en la ejecución de la actividad. Suele venir especialmente bien en disciplinas donde el ensayo físico es muy elevado en horas, lo que nos puede pasar factura. La práctica mental nos ayuda a perfeccionarnos sin castigar el cuerpo. Un pasaje musical, por ejemplo, o un movimiento coreográfico se clarifican en nuestra mente.

¿Qué beneficios tiene?

Ejercita la memoria, potencia la capacidad de concentración, nos aporta seguridad conforme vemos que nos acercamos a nuestro objetivo.

¿Cómo es una práctica mental básica?

Lo ideal es comenzar bajando el nivel de activación de la persona, es decir, relajándonos con un ejercicio sencillo de respiración o de toma de conciencia del cuerpo. Nos sentamos con la espalda recta, hombros abiertos y permanecemos así unos tres minutos. Entonces comenzamos la visualización preparatoria. Ésta puede consistir en recrear en nuestra imaginación una flor o una trenza. Reproducimos las sensaciones olfativas, táctiles, visuales. Cuanto más relajados estemos, más nítidas serán. De ahí pasamos a la práctica mental en sí misma, en la que el músico ejecuta en su mente la pieza que quiere ensayar, incluyendo las sensaciones del cuerpo, los movimientos, el sonido…

A tus alumnos les haces visionar que pelan y se comen una fruta.

Sí, los elementos de la vida cotidiana nos sirven de calentamiento para enseguida hacer algo más complejo.

Además de a la música, el ensayo mental se puede aplicar a muchos otros aspectos de la vida.

Claro, la visualización y el estudio mental tienen un abanico muy amplio. Donde más se ha aplicado es en el deporte, donde se lleva investigando desde hace décadas. En los Juegos Olímpicos, el 95% de los participantes lo practica como parte de su entrenamiento. Es un modo de evitar lesiones y reforzar la confianza. Al margen del deporte de alto rendimiento, también lo empleamos en la vida diaria, casi sin darnos cuenta, por ejemplo cuando tenemos que hablar en público.

¿La práctica mental es algo relativamente nuevo, o los músicos la han utilizado desde siempre de manera intuitiva?

Es algo muy intuitivo y natural. Hay relatos de gente que la ha empleado antes de que los estudios científicos demostraran su utilidad. Por ejemplo, el pianista Arthur Rubinstein (1887-1992) se vio obligado a aprender mentalmente las “Variaciones sinfónicas” de Cesar Franck en un viaje en tren de camino a una actuación. Jamás antes había tocado esa pieza. Tuvo que memorizarla en el trayecto sin un piano delante. Cuando llegó, hizo un ensayo general, ajustó cosas y por la noche dio el concierto.

En “Entrenamiento mental para músicos” cuentas también el caso de Maite García, profesora de violín que, cuando un alumno no puede tocar por un periodo largo, le hace practicar mentalmente.

Se trata de niños de once años e incluso menos. Una fractura de brazo o un esguince, tan típicos en esas edades, puede dejarlos sin tocar un mes. Esta profesora les hace seguir yendo a clase, donde tararean o ejecutan mentalmente las canciones. El efecto es fantástico: Cuando retoman el violín no sólo no han perdido práctica, sino que han avanzado.

El estudio mental debe practicarse en pequeñas dosis.

Es lo que se aconseja, porque los recursos cognitivos que se emplean son grandes. Se hace acopio de memoria y eso supone un consumo de energía considerable. Hay que empezar con sesiones de cinco, diez minutos. Si no, te saturas y deja de ser efectivo. Un experto sí puede estar mucho más tiempo.

¿Cuándo empezó a aplicarse el estudio mental a la música?

Los primeros intentos fueron en la Unión Soviética, donde el nivel de los instrumentistas era altísimo. Fueron pioneros en trasladar a la música una experiencia que venía del deporte. Y fue un gran éxito. A raíz de eso, se introdujo poco a poco en otros lugares, como Inglaterra, donde los conservatorios lo investigan desde hace décadas. El Royal College of Music de Londres tiene un simulador de realidad virtual para que los estudiantes practiquen como si tocasen en público. En cambio, en España la práctica mental esta poco implantado todavía. Algún profesor la ha probado, la incorpora a sus clases, pero falta mucho por recorrer.

El miedo escénico es algo terrible para los músicos. ¿Se puede combatir?

Es cierto que atenaza a muchísimos músicos y artistas. Salir al escenario, que debería ser una experiencia grata, de comunicación, se convierte en un trauma. El tener respeto o preocupación antes de actuar entra en lo normal. Hay una segregación de adrenalina en sangre, y de otras sustancias como cortisona, y eso produce un nivel de agitación muy elevado. El problema surge cuando dejamos de aceptar ese miedo como algo natural y luchamos contra él, lo que genera una espiral creciente de más preocupación. La solución es no centrarse en si estamos tocando bien, en qué piensa de nosotros el público… sino en la tarea que estamos ejecutando, en la música. Estamos ahí para generar un sentimiento. Esto se practica, se ejercita, logramos que la mente modifique esos patrones y empezamos a disfrutar sobre el escenario.

O sea que se puede domar el miedo escénico.

Se puede, pero no es fácil. Desde hace un año doy clase en el Conservatorio Superior de Navarra de una asignatura que se llama Preparación Psicológica para las Actuaciones, porque para los estudiantes es un drama el tocar en público: Estudian a veces cuarenta horas semanales, pero cuando van a hacer la prueba para entrar en la orquesta joven de su región, o en la nacional, se encuentran con que la audición apenas dura cinco minutos. El nerviosismo les juega muy malas pasadas entonces y ofrecen un rendimiento muchisimo más bajo del que pueden dar. Eso genera una gran frustración.

La práctica mental recuerda mucho a la meditación y el mindfulness tan en boga hoy.

Es que, en esencia, tiene que ver con la conciencia plena, con el ir disciplinando la mente para que se centre en lo que está sucediendo en cada momento, y no en preocupaciones o pensamientos que se repiten una y otra vez, que es como estamos a menudo. La práctica de la meditación contribuye a tomar poco a poco las riendas de nuestra mente consciente. En su aplicación a la música, es un planteamiento fantástico para focalizar nuestra atencion en la pieza que ejecutamos y dejar de lado todo lo demás.

En tu libro hablas también de la importancia de una buena postura.

Si la cabeza está doblada y adelantada ante el teclado, a corto plazo no supone ningún problema, pero es un continuo goteo que va desgastando la piedra. Al principio la piedra no se inmuta, pero años después empieza a erosionarse. Pues con nuestro cuerpo lo mismo: Si está fuera de su eje de alineación natural, con el tiempo se merma la capacidad de movimiento, surgen dolores. Si el músico no cuida este aspecto, al final se aminora su capacidad de dar conciertos, de disfrutar haciendo música. Igual que el bailarín cuida a diario su porte ante el espejo, el músico debe cuidar su cuerpo, porque sin cuerpo no hay música.

Se dice que algunos músicos están tan obsesionados con la perfección que se olvidan de sí mismos como personas.

El nivel de rendimiento que un conservatorio superior implica puede conducir a que se desnaturalice un poco la visión de las cosas, sí. Es una especie de obsesion por la musica y por el rendimiento. Se crea una visión de la vida muy de túnel. Sólo se vive por eso. Entonces, en un porcentaje de casos, sucede que no se desarrollan aspectos que nos deberían conectar con la sociedad, las personas, la vida. Esa es mi reivindicación. En mi caso, el hecho de conocer el mundo de la psicología y las herramientas que ésta aporta me dio la oportunidad de trabajar en la mentalidad del músico: Que sea más abierta, más sana. Se puede compatibilizar la búsqueda del buen rendimiento musical con el desarrollo personal.

Hablando de carencias, ¿hay una carencia de literatura musical en España?

La hay si nos comparamos con lo que se publica en Alemania o Inglaterra, con editoriales como la Oxford University Press. Allí el volumen de títulos anuales es envidiable. En España estamos muy lejos de eso.

¿Esto está cambiando?

Yo espero que sí. En mi experiencia con los libros que he publicado, el “feedback” es muy bueno. Es cierto que la gente no está acostumbrada a leer sobre música, pero es que tampoco hay un gran volumen de títulos. Confío en que poco a poco más personas se animen a escribir y eso contribuya a despertar la curiosidad, a que se mueva este mundo, porque siempre que se escribe se mueven cosas: Para escribir, uno tiene que documentarse, estar al día, y eso implica generar movimiento: Relatas tu experiencia, otro añade la suya, se modifica, se amplia, se debate.