Tanto en el arte como en la literatura, la vanguardia nace como una reflexión sobre qué es el arte
Tanto en el arte como en la literatura, la vanguardia nace como una reflexión sobre qué es el arte
Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) ha vuelto a Estados Unidos con otra beca de investigación académica, como el protagonista de su última novela finalista del premio Herralde, 'Instante de peligro'. En este caso, la realidad copió a la ficción. La vida le responde con la misma moneda al escritor y profesor de Historia del Arte, quien bien se encarga de desdibujar los límites entre la experiencia y la imaginación en sus libros. Ataviado con su perenne gorra, Miguel Ángel cuenta cómo el arte y el pensamiento se inoculan en su literatura y por qué los 'culturetas' también pueden hablar de (poli)amor.
Mención del jurado del premio Herralde con 'Intento de escapada' en 2012 y finalista con 'Instante del peligro' en 2015, ¿a la tercera va la vencida?,
Ya no, me doy por premiado. El premio fue una ilusión tremenda. De hecho, se presentan muchos autores de mucha trayectoria. Pero creo que la siguiente no la presentaré, aunque ya veré cuando la acabe. Estoy escribiendo otra cosa.
¿Está relacionada con el mundo del arte?
No tiene ninguna relación con el mundo del arte. Va sobre un crimen verdadero y tendrá de arte que el protagonista soy yo. Pero ya no es autoficción, sino no ficción, una especie de Emmanuel Carrere. Se trata de un crimen que se cometió en mi adolescencia e intento reconstruirlo. Pero ya estoy diciendo demasiadas cosas. Arte tendrá porque soy profesor de arte. El arte no me lo puedo quitar de la cabeza. Cada escritor tiene sus temas y obsesiones, y la mía es el arte. Aunque escriba sobre un apocalipsis zombi, los zombies entrarán en museos.
¿Y por qué escribir sobre un crimen? Hay algo de 'thriller' en sus dos últimas novelas
Se vislumbra algo de crimen en 'Intento de escapada', pero en este caso es real, traumático y no sé si conseguiré terminarlo. Se me puede colar por en medio un cuento o una novela, además de los ensayos de arte. Al final tiene la misma forma que la novela, con sus momentos de tensión, sus diferentes voces, que sea de ficción o no de ficción es lo de menos. Por ejemplo, El instante de peligro está lleno de no ficción en algunos momentos y otros de ficción pura, pero sí que va jugando a coger muchos momentos de la realidad.
¿No le da miedo exponerte de esa forma en tu literatura?
La novela juega a eso. Exponerme no me da miedo, ya me expongo en el diario -en el blog 'No [ha] lugar'-, en el 'Presente continuo' -del diario La Opinión- o en las redes sociales.
Ese tipo de exposición de intimidad, más que exposición, es una barrera. La gente cree que le estás contando todo, pero justamente la intimidad es aquello que tú no cuentas. Cada uno tiene un umbral diferente de lo que publicita o comparte. Realmente mi intimidad no son mi relaciones afectivas o mis borracheras o cosas que para la gente están en el espacio íntimo, a lo mejor mi intimidad está más allá de eso.
Al final somos todos avatares y personajes en las redes. Todo son construcciones, perfiles, dibujos escrito con un tono como si fuera una narración. Cuando uno cree que se está exponiendo, está construyendo un personaje y eso es algo que me interesa mucho también con la novela. Construyo el personaje en la ficción, en el diario o redes sociales que puede estar muy cerca de la persona real, pero no coincide del todo.
¿Por qué la narrativa recurre cada vez más a la no ficción últimamente?
Puede deberse a que la narrativa de la experiencia puede ser brutal y no es necesario introducir ficción. Pero en realidad cuando uno lee a Emmanuel Carrere o Sergio del Molino o Javier Cercas la única cuestión es la narración, que cuentan historias. Que esas historias sean más míticas o menos míticas es lo de menos.
El giro es que la vida real se ha convertido en un lugar de experiencias que son susceptibles de ser narradas. Me gustan las dos cosas porque la ficción tiene la potencia de la posibilidad, es una construcción especulativa. Creo que no son excluyentes, cada uno siente la necesidad de leer y escribir una cosa u otra.
Tanto usted personalmente en las redes sociales, como su personaje en 'Instante de peligro' se quejan del dominio del inglés, ¿cómo lo lleva ahora en Ithaca?
Lo llevo muy mal, y ahora que voy a tener que empezar a dar clases va a ser un sufrimiento. Creo que tiene algo que ver con que me gusta tanto el español y siento que todavía me falta para dominarlo. También es mi herramienta, al fin y al cabo.
Cuando siento que estoy navegando con el inglés con tres o cuatro reglas básicas me agobio tanto y, además, sé que jamás voy a dominar el idioma tanto como el español y me rindo enseguida. Lo utilizo con una estrategia de supervivencia, pero sé que no voy a hablar o escribir el inglés bien jamás. No voy a invertir más tiempo en ello, prefiero leer y escribir cosas que me gustan.
Martín, el personaje principal de 'Instante de peligro' es muy descreído, ¿lo es también Miguel Ángel Hernández?
Quizás no tanto, pero sí. Comparto el punto de partida de desencanto con el mundo. Martín está desencantado, pero a lo largo de la novela va reencantándose y se da cuenta de que hay ciertas cosas por las que merece la pena seguir. Vivimos una época en la que no estar desencantado sería raro, tanto política como económicamente como a otros niveles.
El desencanto es el punto de partida para ver el mundo de modo crítico. Martín está mirando el mundo como si todo estuviera resquebrajado, y es que el mundo está resquebrajado. Lo contrario sería vivir en la caverna de Platón, entre las sombras y encadenados. Reivindico el desencanto o el pesimismo organizado, como decía el filósofo Walter Benjamin, como punto de partida.
'Intento de escapada' es una novela de formación, mientras que 'Instante de peligro' trata casi sobre la crisis de los cuarenta, ¿qué ha pasado entre medias?
Aunque no es una segunda parte, se puede decir que la novela empieza con la sensación de donde acaba la anterior. Marcos termina desencantado después de haberse fascinado por el mundo del arte y Martín comienza desencantado y luego tiene un proceso de reencantamiento con el mundo del arte y en general, que creo que es lo que pasa con la crisis de los cuarenta. Todas las promesas de felicidad de la juventud no se han cumplido, uno empieza a pensar en todo aquello que creía ser no ha sucedido y, por tanto, el mundo no tiene sentido. Pero también empiezas a ver las cosas buscando la esencia en cosas que antes ni creías, en pequeñas verdades más tontas como el placer de tomarse un café tranquilo. Ya no son tanto los grandes sueños de joven, sino esas pequeñas verdades, lo que se convierte en motivo de felicidad.
En 'Instante de peligro' reflexiona mucho sobre el fracaso y no parece que sea su caso.
En cierto modo sí, pero la experiencia del fracaso la hemos tenido todos. Seguro que muchas personas triunfantes como Messi o Ronaldo están tristes si no marcan un gol. El fracaso es una experiencia constante. Desde fuera piensas: ¿de qué te vas a quejar si lo tienes todo? Pero no lo tienes todo porque siempre quieres más.
El fracaso tiene que ver con el deseo, tú quieres algo más de lo que tienes y si no lo tienes, te sientes fracasado. Quería publicar en Anagrama, pero ahora, además, quiero que me lean más, ser traducido y que todas las críticas sean buenas. El fracaso siempre está circulando alrededor. El éxito también es subjetivo.
El personaje de Martín en 'Instante de peligro' no acepta ninguna regla ni en su profesión ni en las relaciones afectivas. ¿Te parece que ha faltado en España una revolución de 1968? ¿Se ve como un 'outsider'?
Bueno, hemos tenido una revolución del 69 con Podemos, pero nadie ha hecho la gracia todavía. La revolución de 1968 sí que reverberó algo en España, pero no tuvo la potencia de Francia.
Y me siento outsider, aunque de forma relativa: soy profesor de la universidad, publico en una editorial 'mainstream'. Pero sí intento ir por libre: como historiador del arte, no me gustan los historiadores del arte tradicional; como novelista, las novelas son un poco más raras que otras, están llenas de ensayos, mientras que mis ensayos están llenos de narrativa.
Incluso políticamente no me gusta el pensamiento único. Me parece que vivimos en una época de pensamiento único para todo. Incluso el pensamiento subversivo ha de ser único, si pones la nota discordante te estás saliendo de madre. Ser raro es muy jodido porque al final tienes que construirte tu propia visión del mundo y es mucho más fácil adherirse a visiones del mundo construidas. Cuando tú construyes tu modo de pensamiento puedes estar equivocado.
Sobre todo, tu mundo interior es más rico porque está en constante movimiento. También ese ser raro o único se construye de muchas cosas compartidas. Tampoco es tan fácil escapar, tienes tu 'iphone', tu 'ipad' y llevas la misma ropa que los demás. Ya no hay 'outsiders' absolutos, hay pequeños momentos en los que uno puede ejercer el afuera. Hay que ver los caminos que uno quiere resistir.
En alguna entrevista reconoció haber tomado una frase de la tesis de una alumna suya para la novela, ¿siempre está con la cabeza en la literatura?
Siempre estoy observando. Casi siempre estoy trabajando en un segundo plano sobre qué puedo escribir, tengo ese punto de antropólogo. Incluso cuando estoy dentro, tengo un desdoblamiento en el que veo las cosas para escribirlas o pensar sobre ellas, para ser consciente de que eso puede ser reflexionado, pensado, recordado.
¿Se considera reflexivo?
Sí, y a lo mejor eso es hasta malo. Quizás intelectualizo demasiado las cosas, incluso las emociones. Y al revés.
Por eso mezcla en sus novelas la narrativa y el ensayo.
En tus novelas no puedes evitar ser quien eres. He leído por ahí “tienes que ser más auténtico al escribir”, pero es que a lo mejor mi autenticidad es este modo de escritura. No es una impostura que sea un libro cultureta porque salgan muchos teóricos.
¿Considera que ha edulcorado la parte emocional de la novela para compensar esas relaciones amorosas no convencionales?
Para algunos lectores la parte emocional es demasiado emocional. La parte más destructiva queda en sombra y sólo al final de la novela se muestra cómo el poliamor sí que duele. De hecho, la novela se puede leer como la fascinación ante las posibilidades de esas relaciones y pequeñas indicaciones de que eso no es tan fácil, luminoso o dulce como se plantea, sino que está lleno de momentos de sombra.
Para mí la novela tiene tanto de dicho como de no dicho, hasta en la portada aparece una foto de sombras. De hecho, se intuye qué pasó con Sophie, pero no se sabe. De este modo, el lector puede intuir lo que quiera. Quería dejar tanto fuera de campo como dentro, al igual que la sombra de la película proyectada deja mucho a la imaginación. La novela es muy corta, tiene 200 y pico páginas y las primeras versiones tenían más de 400.
Me han dicho en alguna ocasión que es cursi, pero es arriesgado ahora escribir del amor. En su lugar, hay que escribir de cosas muy graves y muy trágicas. Uno piensa en las obras de Stefan Zweig, ¿habrá algo más emocional que Carta a una desconocida? Ahora las emociones no están bien vista porque hay una profusión de novelas románticas vinculadas con lo kitsch o meramente emocional, y parece que si el amor entra en una novela de literatura culta automáticamente te la desactiva. Me interesaba introducir eso que parece que ahora está en otro lugar. Si hubiera quedado sin emociones hubiera sido una novela ensayística, susceptible de ser más vanguardista, más moderna.
Recuerda un poco a 'Todas las almas' de Javier Marías.
Me interesa mucho el modo en Marías trabaja la afectividad, pero mucha gente ve a Marías cursi. Tiene algo de 'Todas las almas' o incluso de 'Los enamoramientos'. Tanto en el arte como en la literatura, la vanguardia nace como una reflexión sobre qué es el arte. Pero cuando entran las emociones parece que la cosa es menos vanguardista.
La emoción te lleva a un ámbito de la literatura no culta y creo que es un discurso que tendríamos que superar. De hecho, no hay peor crítica que te digan que el libro acaba como un folletín o una telenovela. Está mal visto emocionarse. No hay nada más tabú con la literatura de vanguardia como decir que lloré con el final. Pues a mí me gusta.
Otro gran prejuicio es que las emociones son puramente irracionales. Hay un discurso de crítica de la emocionalidad, de que estás dominando a los lectores a través de la emoción que tiene su origen en la crítica modernista. La emoción pura ha sido expulsadas de las formas del arte que se consideran vanguardistas. La vanguardia no llora.
¿Y qué pasa con 'Lolita' de Nabokov?
'Lolita' se considera una concesión sentimental de Nabokov. Él pasa al canon vanguardista por novelas como 'Pálido fuego'. La emoción en la vanguardia es vista como perjudicial porque empaña al arte con cosas de la vida, que están en el arte popular.
Busco un lector atento que esté dispuesto a comerse párrafos hablando de Roland Barthes o de una sombra. Muchas veces se minusvalora al lector con eso de que si metes cuatro teorías los lectores no te van a seguir. Aunque hables de teorías complejas, puedes hacerlo accesible. Intento narrar con palabras que podamos entender todos, que creo que es cómo deberían ser los discursos. No banales, que es como se habla en la política, pero sí utilizar un lenguaje que requiere un mínimo esfuerzo, pero que no banalice, que tampoco sea oscuro. Al fin y al cabo, que sea un equilibrio.
Con la profusión de imágenes en la actualidad, ¿pueden las fotografías ser un medio para capturar el instante de peligro?
Puede que cierta fotografía, como ciertos modos de imagen sí rompan con la lógica cotidiana con la que todos tomamos imágenes. Hoy todos sacamos fotografías con los móviles, con lo cual la potencia del arte para hacer imágenes que no sean cotidianas está en buscar modos alternativos que rompan esa cotidianidad. Cuando todo es imagen, necesitas buscar modos alternativos de capturar la imagen, de exponerla, transmitirla.
Lo que intentan los artistas contemporáneos para que la imagen siga teniendo significado es pensarla, distanciarla. Muchas de las veces ni siquiera hace falta producir esa imagen. Es el caso de Tatiana Abellán -cuya obra aparece en el libro-, que borra imágenes del pasado; pero también es el caso de muchos artistas contemporáneos que utilizan imágenes del presente, las desmontan o las montan frente a otras para cambiarles el significado, y de ese modo nos hacen conscientes de que esas imágenes no son transparentes. Las sacan de contexto para ver lo que ya no vemos. O se producen con tecnologías diferentes, analógicas.
¿Qué le da la literatura que no le da el mundo académico?
Dinero no. La literatura no me da de comer, me da de beber. Me da placer. Me gusta mucho más escribir narrativa, ficción, literatura que escribir ensayo. Me gusta más leer narrativa y ficción que leer ensayo. Me da conocimiento. Muchas veces extraigo más conocimiento del mundo a través de una novela que de un ensayo. El ensayo te lo da como una receta y la novela como una experiencia de un momento de la historia, un país, una emoción.
También me da una comunidad afectiva que no me da el mundo académico. Me siento mejor entre escritores que entre profesores, me siento más a gusto con la relación escritor-lector que la relación que se genera entre conferenciante y público. El mundo literario me da más felicidad.
¿Por qué esa querencia por el filósofo de la historia Walter Benjamin?
La figura de Benjamin es central en el libro como reverberación con tesis de la historia que tienen que ver con cada capítulo. He escrito también un ensayo más político en lo que aporta Benjamin en la historia para la política, la memoria y lo social. Y aquí quería hacer un comentario afectivo a esas tesis de la historia. Me parecía que había una reverberación a un nivel emocional con la idea de cómo recordamos con quienes hemos sido felices, qué ocurre con esa felicidad, con el modo cómo nos relacionamos con las personas con las que conectamos el pasado hacia el presente.
En alguna crítica he leído que no es lo que le gustaría leer a Benjamin porque es una lectura 'light' y no, es una lectura afectiva de Benjamin. De nuevo, lo afectivo tiene mala prensa. ¿Hay algo más político que el amor? De hecho, Alan Badiou se da cuenta de que la política se encuentra en las emociones. Sin emociones y sin amor no hay política.
Para Benjamin su momento político por excelencia es cuando habla Proust: él habla de la remembranza, es decir, el recuerdo no buscado, sino el que surge con el tacto. El pasado se construye en el presente y esa idea está aquí. El momento fundamental con el que se abre la novela es en el acto sexual. No hay nada más táctil que en la sexualidad. Las emociones y la intimidad del recuerdo también es política.
¿Cómo lleva las malas críticas?
Muy mal. Depende de lo justa o injusta que sea una crítica. Con la novela anterior hubo críticas que las asumí muy bien, sobre todo cuando me ayudan a darme cuenta de ciertos aspectos. Las novelas no son perfectas y tienen millones de fallos. El problema es cuando la crítica es un comentario o una opinión que se disfraza de crítica, que es lo que ocurre con la mayoría de ellas.
En algunas de las críticas malas notas que han trabajado el texto. La crítica tiene que ser un análisis. Cuando es una opinión, cada uno tiene opinión. Cuando la lectura es superficial, no es que la lleves mal, pero qué necesidad hay. Una crítica ha de ser por encima de todo una buena crítica, estar bien escrita.
¿Cómo ve el nivel de la crítica en España?
Muy irregular, y a veces los mejores críticos no coinciden con los de los suplementos culturales, como puede ser el bloguero Vicente Luis Mora. Y luego hay reseñistas, opinadores y muchas veces se confunde la información con la crítica. Y todo eso está bien, a veces también me interesa saber qué opina tal escritor sobre tal libro. Pero sé que eso no es una crítica, es una lectura de escritor y en los suplementos no se suele diferenciar.
De todos modos, nadie lee nada. Me preocupo con la crítica de Orejudo en El País porque me toca en el ego, pero no voy a vender un libro más si hubiera sido buena o menos si hubiera sido mala. Lo único que pasa es que no vas a ponerla en la faja del libro.
La crítica ha perdido la credibilidad y el poder prescriptivo, a no ser que sigas a un crítico. Por ejemplo, yo me compro todo lo que recomiendan Pozuelo Yvancos o Vicente Luis de Mora porque sé que tienen unos gustos que se aproximan a los míos. En realidad, ahora las críticas los leen los escritores y los amigos y los enemigos de los escritores.
Es muy activo tanto en su vida profesional como en las redes sociales, ¿cuándo duerme?
Duermo cuando puedo y de forma muy desordenada. A lo mejor llego a casa cansado y no puedo trabajar, ceno, me acuesto y le digo a mi mujer cuando se vaya a acostar me despierte y me quedo escribiendo hasta las tres. O duermo la siesta o por la mañana.
¿Echa de menos Murcia? ¿Se ha abrumado durante esta visita navideña?
Echo de menos Murcia, pero estoy deseando volverme a Ithaca ahora mismo porque no aguanto una celebración más. Necesito volver al silencio, escribir, leer. Esto se ha condensado mucho.
Cuente algo sobre 'Presente continuo (Diario de una novela)' que acaba de publicar con la editorial murciana Balduque.
El libro recoge las entradas de mi diario en La Opinión entre finales de 2013 y finales de 2014 y lleva una especie de epílogo que conecta con el final de la novela. El diario al final era sobre mi vida privada, pero tiene un hilo común sobre el proceso de escritura de la novela. Si alguien quiere saber cómo se escribe una novela, ves que una novela se escribe sin escribir.
El epílogo trata sobre un viaje que hice este verano cuando llegué a Estados Unidos al muro que aparece en la novela y reconstruye cómo llegué al muro, cómo proyecté mi sombra sobre él para que tenga el plus para quien haya leído todas las entradas del Presente continuo. Sobre todo, cierra un poco la relación con la novela. Me ha gustado mucho releer para corregir el diario y así rememorar un año de vida, de recuerdos analógicos. En un momento en el que ya no tenemos que recordar, en el que ya Facebook recuerda por nosotros como “hace dos años” y aparece esta foto, recordar con recuerdos escritos a mano me parece interesante.
¿Y la Generación Morcilla, acuñada por el crítico Álvaro Colomer?
El nombre es una broma, pero sí que es cierto que hay una generación de escritores nacidos entre finales de los 60 hasta los 80 que viven en Murcia o son murcianos y están publicando en editoriales nacionales. Aunque no tenemos un discurso común, porque entre lo que escribo yo y lo que escribe Ginés Sánchez o José Óscar López o Javier Moreno no hay tantas cosas en común, pero sí que somos de Murcia y tenemos una relación afectiva.
La generación se ha creado con vínculos afectivos en los que ha contribuido Facebook, pero también que de vez en cuando nos vamos de karaoke o tenemos una cena. En una época que parece que las generaciones se construyen a través de las redes sociales, de lo incorpóreo y de una afectividad 2.0, es interesante la creación de comunidades literarias corporales. Nos vemos, hablamos, nos influyen unas lecturas parecidas. Es una especie de resistencia analógica en un momento en el que todo se ha virtualizado. La afectividad también está en el mundo de lo táctil, reivindico la fisicidad.
Tanto en el arte como en la literatura, la vanguardia nace como una reflexión sobre qué es el arte