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'Factbook. El libro de los hechos': revolución distópica, criogenización y empresarios ahorcados

En un país instalado en una eterna crisis económica con la que se quiere justificar todo tipo de sacrificios, la corrupción y la impunidad dominan la vida política, y la resignación y el miedo se han apoderado de la gente.

Cuando el cuerpo del Presidente de la CEOE aparece ahorcado en un toro de Osborne, Rosa se debate entre el instintivo horror por la violencia y el deseo de que ese asesinato se convierta en el detonante de la revolución. Este es el punto de partida de 'Factbook. El libro de los hechos' (Candaya, 2018) y también uno de los muchos dilemas éticos que se suceden en la novela, invitando al lector a replantearse sus convicciones y a preguntarse qué ha hecho, qué podía haber hecho y qué está haciendo.

En este mundo distópico conviven una clínica ilegal de criogénesis en La Manga del Mar Menor, una clandestina red social (Factbook) cuyos miembros incitan a la rebelión a través de la objetividad de los hechos y los datos, grupos terroristas con nombres de banda de rock, agentes que vigilan y controlan las redes sociales en busca de conspiraciones y enemigos del sistema… A pesar de su apariencia fantástica, Factbook es, sobre todo, un lúcido análisis, nada complaciente ni nostálgico, de los últimos treinta años de la sociedad española y de toda una generación: aquella que vivió el 15M como un punto de inflexión que parecía abrir una puerta hacia algo que no se sabía bien qué era.

Tres voces (y sólo tres, no hay diálogo ni interacciones) dan cuerpo a una compleja historia sobre nuestro presente, situando la acción en un no muy lejano y algo distópico futuro.

Rosa, profesora de instituto, activista práctica y muy activa en el pasado, quien hoy apenas opina mediante 'likes' en redes sociales, e incluso de esa manera tan indirecta y tangencial tiene miedo de hacerlo por esperpénticas leyes (vigentes en nuestra actual realidad) que atacan la libertad de expresión con absurdos argumentos sobre seguridad ciudadana y terrorismo.

Gustavo, guionista y expareja de Rosa, quien espera en un hotel abandonado de La Manga del Mar Menor para someterse a lo que podríamos llamar una 'criogenización activa', esto es, no va a esperar a morir por causas naturales para ser congelado. Los métodos de la empresa que hará esto posible se asemejan más a los de una secta que a los de un servicio médico (si acaso la criogenización se pudiera considerar como tal).

La tercera voz responde a una entrevista (cuyas preguntas no se nos muestran) sobre la investigación cibernética —algo así como un cuerpo de policía-informática— iniciada a raíz de las muertes, todas según el mismo patrón (cuerpos que aparecen ahorcados en toros de Osborne) de relevantes representantes de la política y la economía mundial.

Rosa vive casi por inercia. Sin apenas ilusión, pasa las tardes mirando las torres inclinadas desde su ventana, con la esperanza de verlas caer o explotar. Activista muy comprometida en su pasado, ha visto como los ciudadanos han ido perdiendo sus derechos más elementales y, lo peor, cómo se ha normalizado esa pérdida paulatina de libertad (de expresión, de pensamiento, de acción) ante la desasosegante pasividad de todos los actores del sistema. Por primera vez en mucho tiempo, hay algo que logra captar su atención e interés: reconocidos líderes económicos y políticos comienzan a ser asesinados y, junto a los cadáveres, aparece el texto 'FACTBOOK'. Rosa hace tiempo que no se deja engañar por los medios que insisten en ofrecer la cara más humana de los muertos, recordándolos siempre como padres, como hijos, como personas que hicieron mucho bien a la patria, obviando la miseria y los suicidios que de sus actos se derivaron. Rosa no olvida y no siente ninguna lástima por ellos, pero calla sus sentimientos por miedo a represalias legales. Rosa firma numerosas peticiones en Change.org. Firmaba, dice, en pasado, luego es posible que también haya dejado de creer en eso. Un día, Rosa recibe un mensaje en su ordenar: “ha sido usted invitada a unirse a Factbook”.

Gustavo escribe algo parecido a un diario retrospectivo sobre su vida a petición de la empresa de criogenización, como parte del 'proceso'. Repasa sus años de niño bien, donde aparentaba cierta actitud alternativa —real en parte, sus intereses artístico-culturales eran muy distintos a los de la mayoría—, pero siendo, a la hora de la verdad, el hijo de un prospero empresario al que mantuvieron hasta bien entrada la treintena. Con el tiempo sería guionista de dos series de éxito, facilonas y prácticamente vacías de contenido, para contentar al espectador medio con diálogos de bar y hacer que este asumiera el día a día que le había tocado en suerte vivir. Dos series que conformaban todo un ideario a favor de la apatía y contra la revuelta social. Como ya se ha dicho, durante aquellos días de éxito era pareja de Rosa.

La tercera voz anda a vueltas con Factbook, esa anti-red social (no hay nombres, no hay fotos, no hay vídeos) donde sólo se publican datos: qué ha consumido una persona durante el día, cuánto le ha costado, dónde lo ha comprado, cuánto gana el trabajador que le ha atendido y el dueño de la empresa… En ocasiones, aparece la lista de empresas privadas a las que se inyectó un dinero público que nunca se recuperó, quién las dirigía, quién, desde el Gobierno, dio el visto bueno a las operaciones, cuánto patrimonio posee un empresario que, oficialmente, está en quiebra y no puede pagar a sus trabajadores… Todos los ahorcados habían tenido su 'estado de Factbook'.

Diego Sánchez Aguilar ha pulsado el botón que nadie encontraba creando una distopía sobre el cimiento de leyes reales y vigentes a día de hoy, y esto creo que será lo que sitúa a esta novela en una suerte de pedestal del que nunca bajará, convirtiéndose (espero) en una futura referencia del género social.

Gran acierto también del autor me ha parecido la selección y el confrontamiento de las tres voces —que no llegan a interactuar, todo lo más son recuerdos comunes de Rosa y Gustavo— reflejo, a su vez, de las tres realidades que convergen en toda crisis: los de arriba a la derecha (en este caso el policía o funcionario que afirma que “todo el mundo es un terrorista en potencia”, rol con el que también identificamos a gobiernos y grandes empresarios); los de abajo a la izquierda, con Rosa como portavoz de quienes han sido despojados ya no sólo de sus bienes físicos, sino también de sus derechos, de su dignidad; y los llamados equidistantes (que siempre inclinan la balanza hacia el primer grupo, pues son totalmente estériles para cualquier intento de cambiar las cosas) encarnados en el desencantado, casi nihilista, pero bien situado Gustavo, heredero claro de la narrativa de Houellebecq.

Parecía imposible cuando apareció 'Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino', pero Diego Sánchez Aguilar lo ha vuelto a hacer, brindándonos (a mí, al menos) una de las mejores lecturas de los últimos años.

En un país instalado en una eterna crisis económica con la que se quiere justificar todo tipo de sacrificios, la corrupción y la impunidad dominan la vida política, y la resignación y el miedo se han apoderado de la gente.

Cuando el cuerpo del Presidente de la CEOE aparece ahorcado en un toro de Osborne, Rosa se debate entre el instintivo horror por la violencia y el deseo de que ese asesinato se convierta en el detonante de la revolución. Este es el punto de partida de 'Factbook. El libro de los hechos' (Candaya, 2018) y también uno de los muchos dilemas éticos que se suceden en la novela, invitando al lector a replantearse sus convicciones y a preguntarse qué ha hecho, qué podía haber hecho y qué está haciendo.