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Manuela Buriel: “La rebeldía adolescente no sólo debemos comprenderla sino celebrarla”

El escritor Manuela Buriel

José Miguel Vilar-Bou

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El escritor Manuela Buriel, miembro fundador del Colectivo Juan de Madre, se desgaja del grupo matriz para debutar en solitario con la novela 'Animales feroces' (Aristas Martínez): Un relato iniciático y de aire juvenil que narra la peripecia de Arcas, joven de dieciséis años cuya vida cambia el día en que conoce a las Tetramorfas. El libro, narrado con sencillez y originalidad a la vez, se nos presenta como una “fábula comunista” fresca, imaginativa, sembrada de diamantes filosóficos y, ante todo, libre.

'Animales feroces' es una novela iniciática.

He querido recuperar la frescura y simplicidad de una primera novela, cuando empiezas a escribir y aún no tienes los vicios de quien escribe por inercia. Ya con el Colectivo Juan de Madre se intentaba que cada libro fuese un salto al vacío, no repetirnos. Sin embargo al final nos autoimponíamos unos niveles de exigencia y calidad con los que ya no nos sentíamos a gusto. Es uno de los motivos por los que decidimos que el Colectivo no funcionaría a nivel literario más.

¿Por qué debuta Manuela Buriel con una fábula comunista?

Estaba revisando una carpeta olvidada de poemas y reflexiones que escribí cuando tenía dieciséis años y de pronto descubrí que uno de esos textos iba dirigido al Manuela de 40 años. Aquel chaval que fui me decía: “Cuando leas esto dentro de veinticinco años te parecerá ingenuo, ridículo… Pero será así porque habrás sido devorado por la sociedad; habrás perdido la rabia adolescente y verás con condescendencia al muchacho que fuiste”. Y la verdad es que eso es lo que estaba pensando mientras lo leía… De repente comprendí que le debía un libro a aquel adolescente comunista: El libro que él no pudo escribir porque no tenía el oficio que da la edad. Y, si hablamos a nivel político, pensé que iría bien lanzar al mundo un poco de esa ingenuidad naïf comunista.

Ciertamente, hoy parece imposible hablar de comunismo con ligereza. La sola mención de la palabra dispara discusiones.

Esa palabra ha cobrado una solemnidad dañina, tanto por parte de sus detractores como de muchos defensores, me parece. Es algo que no le va bien al concepto, porque la gracia de lo utópico es que tenga un algo de juego. Un margen incluso de parodia, de reírnos de nosotros mismos sin olvidar los principios que pueda tener para cada cual el comunismo. En todo caso, éste me interesa como palanca de pensamiento de futuros posibles que escapen a la lógica única capitalista, más que como un sistema burocrático concreto.

La educación es uno de los grandes atacados en tu novela ¿Educar es forzosamente manipular?

En según qué términos. La educación, si se hace para dotar de una capacidad de convivencia a la persona que está creciendo, no tiene por qué ser negativa: Forma parte del aprender a relacionarse y enriquecerse. Además, la educación es siempre bidireccional: El educador debe ser permeable y disfrutar de esa permeabilidad respecto al alumno. Pienso, por ejemplo, que las palabras 'mamá' y 'papá' las aprendieron los padres de los bebés cuando el humano primitivo desarrollaba el lenguaje.

En tu libro el intento de Damián, el profesor, de comprender y de hacerse comprender por sus alumnos acaba derivando en algo grotesco ¿Es imposible el entendimiento real entre generaciones?

El aprendizaje social de los chavales y chavalas durante la adolescencia se basa mucho en la confrontación. Creo que en ese momento es bastante imposible el entendimiento, la comunicación plena. Sin embargo, me parece positivo ese punto de resistencia. Yo trabajo con adolescentes y lo encuentro fabuloso. Entiendo mi rol y ellos entienden el suyo, el teatro que hacemos juntos. Aprendo muchísimo de eso. Así que la rebeldía adolescente no sólo tenemos que comprenderla, sino celebrarla. Claro, pueden darse situaciones muy extremas. El adolescente que fui yo, y en el que se basa el libro, despreciaba a los profesores por principio. Alguno me caía bien, pero no dejaba de ser el enemigo.

Durante las 'transmigraciones' que vive Arcas, el protagonista, junto a las Tetramorfas, asistimos a la historia de la sumisión en todas sus formas… Es un continuo en la andadura humana.

Se describe la domesticación por parte del Hombre, con mayúscula, de todo aquello que no es Hombre. Es algo presente en toda la Historia humana, sí. Pero también he querido dar un mecanismo de esperanza. No me interesan esas novelas distópicas pesimistas, que no te ofrecen opción. Creo que una de las posibilidades que tenemos quienes escribimos historias, quienes fabulamos, es inventar mundos mejores, más felices.

En 'Animales feroces' todos los sometimientos se mezclan: el de la mujer al hombre, el del desposeído al poderoso, el del animal al humano.

Creo que en la actualidad, a veces, los movimientos de respuesta a ese sometimiento se dispersan un poco y pierden fuerza. En ocasiones existe incluso conflicto entre ellos. Los colectivos y minorías sometidas deberían unirse: LGTBI, lucha de clases, lucha antiespecista… Con 'Animales feroces', mi intención era construir una fábula en que todo se aunase en una única respuesta ante el enemigo. La lucha de clases, creo, debe ir hermanada con todas las otras.

Arcas busca un canal que dé forma a su rabia e inconformismo adolescentes. Llega a un instituto donde casi todos sus compañeros tienen ideas que podemos definir de derechas.

El inconformismo puede adoptar formas muy reaccionarias. Uno se puede creer muy inconformista alentando ideas de partidos de extrema derecha. Si naces en un entorno de mucho dinero, sin darte cuenta, tu forma de ver el mundo va a ser de derechas, probablemente. La mayoría de frases que dicen esos personajes en la novela me las encuentro en la vida cotidiana. Salen de personas que no se dan cuenta de lo insolidarias que son esas ideas en realidad.

Tus personajes hablan también mucho sobre la autoría y el anonimato en la literatura.

Mi aspiración más alta sería crear libros sin firmar. Y que ningún libro llevase el nombre del autor en la portada. Eso, creo, enriquecería la literatura.

Difícil.

Cuando entras en el mundo editorial, incluso en la parte más pequeña de la industria, la lógica del mercado te arrastra. Hay quien ha conseguido tirar de seudónimo de por vida, pero, en mi experiencia, es muy difícil. Es como enfrentarse a unas normas sagradas. Tengo la suerte de que la editorial Aristas Martínez es muy valiente en ese sentido. Michel Foucault dijo que soñaba con un año entero en que los libros se publicasen en Francia sin el nombre del autor. Se preguntaba cómo iban a hacer los críticos para valorar una novela sin saber quién la había escrito. Y luego añadía que, de todos modos, pocos libros saldrían si los escritores no podían ver sus nombres en la solapa.

Dice Arcas: “¿No te parece increíble la transformación que padecen los adultos, como acaban siendo mansos y serviles?”

Los libros de denuncia raramente son leídos por quienes son denunciados en ellos. Lo habitual es que te lea quien está de acuerdo contigo y se siente cómodo e incluso reafirmado en su idea de que el otro es lo peor. Por eso quería que mi libro criticase cosas con las que el lector se sienta apelado, incomodado, porque es a mí mismo a quien apelo.

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