Un nuevo avance social se perfila en el horizonte, la semana laboral de 32 horas distribuidas en 4 días, sin que afecte a los salarios. Esta innovación espanta a las grandes empresas, a las organizaciones patronales y a los partidos de la derecha, pero ya estamos acostumbrados a que todos los avances en materia laboral provoquen el rechazo en esos sectores de la sociedad. Esto ya ocurrió en 1919, cuando lo habitual eran las jornadas de 12 a 14 horas diarias, sin días de descanso, lo que se traducía en semanas de 100 horas laborables. Una huelga de 44 días llevada a cabo por los trabajadores del sector eléctrico catalán forzó al gobierno de entonces, encabezado por Antonio Maura, a aprobar la jornada de 8 horas, con dos días de descanso. 104 años después, seguimos con el mismo régimen laboral, al menos en teoría, porque no son raras en nuestro país las jornadas de 10 y 12 horas, sobre todo en sectores económicos como la hostelería.
La propuesta de reducir el tiempo de trabajo constituye una mejora considerable en las condiciones laborales y colma el deseo de la sociedad desde hace décadas, que el trabajo no ocupe la mayor parte del día o, dicho de otro modo, que pasemos de vivir para trabajar a trabajar para vivir, dedicando un tiempo diario al desarrollo de otras capacidades personales (leer, acudir a museos, hacer deporte, aprender música o baile, etc.), a los cuidados y la crianza o incluso a lo que Paul Lafargue llamaba en 1883 el “derecho a la pereza”.
Ya se están llevando a cabo experiencias piloto sobre la disminución de las horas trabajadas sin reducción salarial, como en el Ayuntamiento de Valencia, en el ámbito público, y en algunas empresas privadas, sobre todo en el sector tecnológico, aunque también en otros sectores como la hostelería o el marketing, no sólo en España, sino en otros países como Portugal o Gran Bretaña. En todos los casos, el resultado ha sido positivo, porque se ha verificado un aumento de la productividad y un incremento de los ingresos de hasta un 30%. El viejo concepto de que cuanto más tiempo esté la persona empleada anclada delante del ordenador o en su puesto de trabajo, más rendirá está pasando a la historia. Está comprobado que disminuyendo el tiempo trabajado se reduce el estrés, se reducen considerablemente las bajas por enfermedad así como el número de empleados que abandonan la empresa, aumentando la motivación y siendo, además, un polo de atracción del talento aquellas empresas que adoptan este régimen laboral.
Con la semana de 32 horas se tiende a aprovechar más el tiempo, sin pérdidas por agotamiento físico o psíquico. Además, permite una mayor conciliación, dedicando un tiempo más prolongado a labores domésticas compartidas y a la crianza de los hijos e hijas, en un tiempo donde el envejecimiento de la población es evidente. Además, se reducen los gastos energéticos de las empresas. A esto se le suma que si una empresa aumenta su productividad, podrá contratar a más gente cualificada, lo que contribuiría a la disminución de la tasa de desempleo.
El Gobierno ha iniciado un programa de ayudas a las pymes de hasta 200.000 € por empresa para animarlas a adoptar la semana de 32 horas, con el requisito de que esta reducción afecte al menos al 25% de la plantilla, sólo a personas trabajadoras con contrato indefinido a tiempo completo en el momento de inicio del proyecto, y que se mantenga este régimen laboral durante dos años. Tarde o temprano, y a la vista de las ventajas que la semana de 32 horas han supuesto tanto a las empresas como a los trabajadores y trabajadoras que lo han puesto en práctica, esto será una realidad, y las reticencias de los agoreros que siempre se resisten a los cambios desaparecerán, porque la sociedad debe avanzar en este siglo XXI en la búsqueda de la mejora de las condiciones laborales sin merma en los resultados empresariales.
En la Región de Murcia no son pocas las voces que reclaman una semana laboral de 32 horas en 4 días -desde algún partido político, de cara a las elecciones autonómicas del 28M, hasta los sindicatos- sobre todo desde la pandemia, donde se ha demostrado que no es necesaria la presencia prolongada de los trabajadores y trabajadoras en la sede de la empresa, sino que el trabajo sea de calidad, lo que se garantizaría con un horario más racional aportado por este nuevo régimen laboral.
Un nuevo avance social se perfila en el horizonte, la semana laboral de 32 horas distribuidas en 4 días, sin que afecte a los salarios. Esta innovación espanta a las grandes empresas, a las organizaciones patronales y a los partidos de la derecha, pero ya estamos acostumbrados a que todos los avances en materia laboral provoquen el rechazo en esos sectores de la sociedad. Esto ya ocurrió en 1919, cuando lo habitual eran las jornadas de 12 a 14 horas diarias, sin días de descanso, lo que se traducía en semanas de 100 horas laborables. Una huelga de 44 días llevada a cabo por los trabajadores del sector eléctrico catalán forzó al gobierno de entonces, encabezado por Antonio Maura, a aprobar la jornada de 8 horas, con dos días de descanso. 104 años después, seguimos con el mismo régimen laboral, al menos en teoría, porque no son raras en nuestro país las jornadas de 10 y 12 horas, sobre todo en sectores económicos como la hostelería.
La propuesta de reducir el tiempo de trabajo constituye una mejora considerable en las condiciones laborales y colma el deseo de la sociedad desde hace décadas, que el trabajo no ocupe la mayor parte del día o, dicho de otro modo, que pasemos de vivir para trabajar a trabajar para vivir, dedicando un tiempo diario al desarrollo de otras capacidades personales (leer, acudir a museos, hacer deporte, aprender música o baile, etc.), a los cuidados y la crianza o incluso a lo que Paul Lafargue llamaba en 1883 el “derecho a la pereza”.