Comienza un año transcendental para Unidas Podemos y para la construcción definitiva de un bloque político transformador en el Estado, y hemos de estar preparadas para afrontarlo porque las militantes, ya sea por acción o por omisión, seremos decisivas en el resultado final.
A nivel nacional, estamos asistiendo a un cambio en la hoja de ruta trazada para el funcionamiento de los órganos políticos del Estado desde el inicio del Régimen de 1978 y que, hacía una década, se antojaba eterna e inmutable. Es cierto que, en los últimos años, ya habíamos visto desaparecer en nuestro país la habitual configuración esencialmente bipartidista del Congreso de los Diputados y el Senado, compuesta tradicionalmente por dos fuerzas políticas mayoritarias con un protagonismo muchísimo más amplio que el del de resto grupos parlamentarios. Este esquema era algo que, por otra parte, también venía dándose en la mayoría de las democracias liberales de nuestro entorno. No obstante, ahora acaba de producirse un hito aún mayor: la ruptura parcial del “turnismo” en el gobierno de los dos partidos llamados, supuestamente, a alternarse en el poder ejecutivo en solitario.
Brevemente, recordaré cuál era el reparto de papeles que existía hasta que comenzaran estos cambios. Uno de los dos actores protagonistas de este “turnismo” era el Partido Popular (anteriormente, Alianza Popular), que pasó a desempeñar ese rol tras desmembrarse UCD y ceder esa posición de referente bipartidista a principio de la década de los 80, en realidad, fue una mera sustitución. El PP ha venido aglutinando por sí solo a todo el espectro ideológico conservador, convirtiéndose en una derecha a la que le tocaba homologarse a la familia democristiana europea, aunque sólo era capaz de hacerlo a medias, porque siempre le ha acompañado un tufo postfranquista que no ha podido sacudirse.
En el otro lado del péndulo, ha estado el PSOE, quien ha venido encuadrándose junto a la antigua socialdemocracia europea (mientras era digna de llamarse así), siendo una izquierda tibia que, ante el auge de thatcherismo en los años 80 y el consiguiente triunfo del modelo neoliberal, no tuvo el menor reparo en emprender un camino sin retorno hacia posiciones ideológicas marcadamente más moderadas y, esa inercia, desembocó en el abrazo al socioliberalismo y la renuncia a gran parte del programa que defendió décadas atrás.
La realidad es que las diferencias entre las dos patas de este modelo turnista han tendido a hacerse cada vez más pequeñas. En esencia, la diferencia entre ambos partidos radica en que cabe atribuir a cada uno de ellos unos valores morales y culturales en ocasiones opuestos, pero a la vez, tienen en común la defensa de unas políticas económicas y un modelo social prácticamente idéntico. Podría decirse que el PP es un partido que se identifica con una moral y unos valores más conservadores o nacionalcatólicos en materia de derechos y libertades individuales (por ejemplo, cuestiones como el aborto o la enseñanza de religión en centros públicos), mientras que, en ese ámbito, el PSOE ha encarnado lo que se conoce como la cultura de lo “progre”.
Fuera de eso, en términos generales, la estructura socioeconómica no se ha visto demasiado afectada con uno u otro partido en el gobierno de la nación: la privatización de empresas estratégicas y servicios públicos ha sido habitual con ambos desde finales de los años 80 (Tabacalera, Argentaria, Telefónica, Endesa, Gas Natural, Iberia, y un larguísimo etc.), se ha seguido un modelo económico similar con la preponderancia de actividades de bajo valor añadido (el propio BBVA reconoció en su informe de 5-3-2019 la tendencia a la desindustrialización y terciarización de nuestra economía), lo mismo que con la precarización del sistema de relaciones laborales (según el INE, en torno al 90% de los contratos que se realizan son temporales), la sumisión a las recetas presupuestarias de marcado cariz ultraliberal procedentes de Bruselas (qué decir de la reforma del artículo 135 de la Constitución), el mantenimiento de privilegios a las grandes fortunas de nuestro país, una fiscalidad insuficientemente progresiva, la permanente influencia de las grandes empresas y la banca en el devenir diario de la política, sin olvidar sus “puertas giratorias”, etc. De hecho, tanto PP como PSOE, han sido colaboradores necesarios en el mantenimiento de una corrupción sistémica de las instituciones, una deleznable práctica heredada de la dictadura y que ha supuesto dilapidar ingentes cantidades de dinero público desde el inicio del nuevo régimen hasta nuestros días.
En el escenario señalado, las élites económicas de nuestro país han gozado siempre de una posición de cierto confort. No en vano, los principales contratos públicos han recaído siempre en una serie de empresas privilegiadas, incluso, la obra pública se ha adaptado a las necesidades de su cuenta resultados más que a las de la mayoría social. De la misma forma que el marco normativo de las relaciones laborales, medioambiental, fiscal, etc., ha sido a menudo cercano a sus intereses, a la vez que lejano a los de la mayoría social. Sin olvidar que la banca ha sido poco menos que omnipotente.
Tras la investidura del nuevo gobierno, surge un elemento del engranaje institucional que estas élites, a priori, no pueden controlar. Se trata de la presencia de Unidas Podemos en el ejecutivo. A raíz de ello, el nivel de beligerancia y presiones en medios de comunicación que se ha dado en los últimos meses ante la posibilidad de que una determinada formación política asuma carteras ministeriales, no tiene precedentes cercanos. Representantes de la patronal, la banca, la Iglesia católica y ex altos mandos militares han bramado, ya sea por sí mismos o a través de su prensa afín y su derecha servil, para tratar de impedirlo, lo cual ha generado un clima de confrontación que recuerda por momentos a los años 30 del siglo XX español.
Pues bien, salta a la vista el trasfondo de todo ello: las élites económicas, es decir, los poderosos de este país, se muestran intranquilos ante la posibilidad de que, un sector del Consejo de Ministros ubicado en la verdadera izquierda transformadora, ponga en marcha políticas contrarias a sus intereses y a favor de las familias trabajadoras de este país. Y no solo eso, sino que también se deduce algo que no es baladí: estas élites solo conciben como posibles este tipo de nuevas políticas de la mano de Unidas Podemos, ya que esta reacción enfurecida ante la formación de un nuevo gobierno nunca ha sucedido cuando lo ha llevado a cabo el PSOE en solitario en distintas ocasiones a lo largo de las últimas décadas. En efecto, con todos los defectos y errores que pueda haber acumulado Unidas Podemos años atrás, sigue siendo una herramienta de cambio social que inquieta a las clases más altas.
Para afrontar esta nueva situación, las militantes debemos ser cautos y tener los pies en el suelo. Es preciso tener presente en todo momento que, el objetivo de Unidas Podemos, su razón de ser, no es simple y llanamente ocupar puestos de gobierno. No, el verdadero objetivo es dotar a nuestro pueblo de mayores cotas de justicia social, medioambiental e igualdad. Llegar al gobierno es sólo el inicio del camino, la meta aún está por alcanzar y es duro lo que queda por recorrer.
Que nadie me malinterprete, no me posiciono en contra de la entrada de la asunción de ministerios. ¿Es motivo para estar satisfechas la entrada en el gobierno de la nación? Sí, se ha abierto una grieta en el sistema político del Estado. Pero, dicho esto, existe en riesgo de instalarnos en una euforia injustificada y caer en la ingenuidad de quien piensa que, ahora, nuestro trabajo político será más fácil que antes. Nada de eso, no hay que olvidar que Unidas Podemos forma parte de un gobierno en clara minoría (4 ministros sobre alrededor de un total de 20) y que el PSOE sigue manejando la dirección de la política económica.
A partir de ahora, nuestra organización tendrá que gestionar prácticamente a diario las contradicciones políticas de cogobernar con otro partido con el que existen más diferencias programáticas e ideológicas de las que se puede pensar a simple vista. En más de una ocasión, la línea política de Unidas Podemos, encaminada a introducir cambios sociales de cierto calado en beneficio de las clases populares, se topará con los muros que le tratará de poner un PSOE más fuerte en el Consejo de Ministros y dispuesto a asumir determinadas líneas rojas que le continúen poniendo las élites. A título ilustrativo, por ejemplo, podemos señalar que la desastrosa reforma laboral de Rajoy sólo va a ser derogada en parte, a pesar de que el PSOE había prometido últimamente acabar con ella por completo en muchas ocasiones. Y sin duda, si esa derogación parcial forma parte del acuerdo de gobierno, es debido al esfuerzo de Unidas Podemos en la negociación.
¿De qué dependerá que la labor de Unidas Podemos en el ejecutivo sea exitosa a lo largo de los próximos años? A mi juicio, de dos factores.
En primer lugar, de la habilidad de los propios ministros de la formación para ser capaces de marcar un perfil propio, diferenciado y reconocible por la opinión púbica en el nuevo ejecutivo. La amenaza de acabar maniatado, invisibilizado y cooptado por el PSOE es muy grande. Se hace necesario demostrar que un miembro de nuestra organización al frente de un ministerio equivale a poner en marcha políticas sociales valientes y beneficiosas para mejorar en parte la vida de la gente corriente.
En segundo lugar, nos toca a nosotras crear o, por lo menos, contribuir a que haya un contexto social propicio para cambios sociales. Si la voz de la calle es capaz de marcar la agenda política en los últimos años, esas reivindicaciones estarán sobre la mesa del Consejo de Ministros y Unidas Podemos tendrá una posición de relativa fortaleza para defenderlas y llevarlas al BOE. Por eso, los movimientos sociales, sindicatos y toda la sociedad civil tienen ante sí un escenario atractivo para materializar avances sociales, pero sólo si hay un buen trabajo previo de concienciación social y movilización ciudadana.
Hay que estar ayudando a parar desahucios, enfrentando la proliferación de casas de apuestas en nuestros barrios, acompañando reivindicaciones sindicales, defendiendo los servicios públicos, protegiendo nuestro patrimonio natural…hay que estar creando conciencia. Últimamente, la derecha reaccionaria ha conseguido imponer gran parte de su agenda en los debates políticos de nuestro día a día. Si sigue siendo así, el PSOE verá más fácil mantener una senda de moderación programática en los próximos años, y ello redundará en un desgaste y pérdida de credibilidad de Unidas Podemos.
Nuestra labor como militantes, es que tras haber logrado Unidas Podemos tener un pie en el gobierno, a la vez haya millones de pies en las calles marcando el paso de una ciudadanía activa e inconformista. Hemos de contribuir a que el cordón umbilical que una a los movimientos populares con nuestra organización sea fuerte y estable. Con el trabajo de base, podemos hacer mucho para mejorar nuestra realidad social y económica. Así que no hay tiempo que perder para ponerse manos a la obra.
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