“Y no quedará casa donde no haya un muerto”.
En mi caso fue el hermano de mi abuelo. Recuerdo que, cuando mi abuelo estaba ya enfermo, mi abuela nos preguntó a los primos sobre internet. Sobre si sería posible rastrear a alguien por las redes. Mi hermana y mi primo, mayores que yo, comprendieron lo que pasaba. Yo, que libraba por entonces mi propia guerra interior, tardé años en comprender lo que nos había pedido.
La historia es vieja y de sobra conocida por todos: la típica familia numerosa, los niños trabajando desde jóvenes en talleres para poder llevar algo de dinero a casa y un país incendiado por la guerra.
A él, aprendiz de una cuchillería con diecisiete años, lo “llaman” para formar parte de la quinta del biberón. Es uno de tantos críos que ni comprende ni quiere comprender lo que está pasando. Solo quiere que termine.
La quinta del Biberón fue una jugada sucia: Manuel Azaña, presidente de la República Española, moviliza levas compuestas por menores de edad para brindar apoyo en tareas auxiliares en el frente. Finalmente, y como sabemos hoy, participarían en acciones ofensivas antes de cumplir los dieciocho.
En un fin de semana, los forman en nociones básicas antes de enviarlos al frente. El tiempo apremiaba: las tropas franquistas estaban dominando puntos de la resistencia republicana y había que detenerlos cuanto antes.
A mi tío, junto a otros, lo envían al cauce bajo del Ebro. Durante un tiempo, escribe alguna carta para la familia hablando con la naturalidad con la que hablan los que nos creemos eternos. En una, quejándose del frío norteño, pedía mantas y tebeos.
Después, no vinieron más.
Entonces nadie lo sabía, pero la quinta del Biberón formó parte de la batalla del Ebro, la más larga y aquella donde participaron más combatientes de toda la Guerra Civil.
Como casi todo, lo descubrimos después. Muchos años después. Y su epílogo se escribe a fuego en la mente de un niño que escucha a su abuela preguntar por internet en una época en la que Franco todavía me sonaba demasiado lejano.
La historia de mi tío no es ni mejor ni peor que las miles de historias que enraízan en cada familia. La historia de mi tío es, simplemente, la de mi familia y es una historia que terminó abruptamente con un punto y seguido a la espera de un final que aún no hemos podido escribir.
La Guerra Civil Española y la Dictadura Franquista se saldaron con un total de 500.000 vidas de las cuales se estima que 150.000 eran civiles. El 16 de octubre de 2008 se hicieron públicos los datos del auto de la Audiencia Nacional dando, por primera vez desde una institución jurídica, una cifra concreta de los desaparecidos: 114.266. Posteriormente, y a raíz de las investigaciones, esa cifra ascendería hasta 143.353.
Cuando se aprobó la ley de Memoria Histórica, nadie buscaba venganza. Se buscaba, entre otras cosas, eliminar errores del pasado aún hoy vigentes: contrarrestar el adoctrinamiento franquista que había tenía lugar durante cuarenta años, visibilizar los puntos negros que la historia había negado y encontrar y dar sepultura a aquellos que continúan enfriándose en cunetas.
Cuando la gente despotrica contra la Memoria Histórica, lo hace contra algo que no conoce:
- 1) La Ley de Amnistía de 1977 se aprueba blindando la etapa franquista: la amnistía protege a los partidarios del régimen del mismo modo que perdona a los presos políticos de estos. En 2012, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humano, pide a España que derogue la ley de Amnistía ya que incumple la normativa internacional sobre derechos humanos. Que la etapa y líderes franquistas se oculten tras una amnistía es una contradicción en si misma porque, en términos jurídicos, para que haya una amnistía debe haber una pena decretada por el estado. Irónicamente, gracias a esa ley, juzgar al franquismo, el golpe de estado, los levantamientos militares, el alzamiento, las cuatro décadas de imposición ideológica, las torturas y las agresiones es imposible. La ONU y Europa son claros: nunca han sido juzgados ni penados y, por tanto, no se reconocen internacionalmente dentro de dicha amnistía.
- 2) La Ley de Memoria Histórica reconoce a los desaparecidos de ambos bandos y aboga por su recuperación: el 19 de abril de 2018 saltaba la noticia de que tres familias de ambos bandos (falangistas y republicanos) habían actuado juntas para conseguir la exhumación de sus familiares del Valle de los Caídos. ¿Dónde están aquí las heridas abiertas? ¿Y la venganza?
Cuando escuché a Mariano Rajoy decir orgulloso que no había destinado ni un euro para la Ley de Memoria Histórica me pregunté qué grado de inconsciencia lleva a un presidente a saltarse la ley. Me pregunté qué sentido tiene la democracia si, en vez de crear todos juntos un país mejor, anulamos lo que el otro propone.
Cuando Francisco Serrano nos llamó “buscahuesos”, me pregunté cómo podía ser que un hombre que lidera en Andalucía un partido que venera la vida y muerte de un tipo que murió hace dos mil años no quisiera honrar a los que murieron hace 80 años.
Sí, señor Serrano, soy un “buscahuesos”: soy un buscahuesos porque, como la mayoría de españoles, mi familia perdió a un ser querido durante una guerra que a día de hoy sigue sin haber resuelto nada.
Soy un “buscahuesos” porque si yo hubiese perdido a mis hermanos, removería cielo y tierra hasta encontrarlo.
Soy un “buscahuesos” porque si el día de mañana fuera yo el que desapareciese, me gustaría que me buscasen, que no se olvidasen de mí.
Soy un “buscahuesos” porque, en sus últimos días, vi a mi abuelo preguntar por su hermano igual que su madre, poco antes de dejarnos, se preguntaba en voz alta si su hijo pasaba frío en el valle del Ebro.
Soy un “buscahuesos” porque quiero llevar a mi tío sus tebeos y sus mantas.
Y todo el amor que dejó en su casa.
Una casa donde nunca dejaron de esperarle.
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