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Carta de un cura a Iñaki Gabilondo

29 de enero de 2021 07:43 h

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Tengo que reconocer que escuchándote en tu despedida sentí sorpresa y tristeza, como muchas personas que te escuchan. Unos, tal vez, para legitimar su enconamiento partidista -en lo que dejaste muy claro que no querías participar ni tampoco fomentar-, otros, tal vez, para buscar un análisis más sosegado, profundo, incisivo y constructivo. Quiero agradecer tu sinceridad porque nos ha hecho, de nuevo, pensar y repensar en el valor de la palabra y a qué debe servir. Gracias por no echarnos una pequeña mentira, que hubiera sido -como dijiste- utilizar el argumento de la edad.

He escuchado varias veces tu despedida. Hasta he tomado nota. Y descubro a una persona honesta y fiel a sus principios porque no quiere contribuir ni formar parte de ese engranaje del enconamiento partidista, aunque no lo pretendas, a pesar de tener éxito. Renunciar a un escenario público de gran presencia mediática por ese cansancio y agotamiento, que tú expresas con el término de ‘empachado’, nos debe hacer reflexionar porque intuyo que tu palabra no quiere formar parte de esa crispación fuera de toda lógica y ética entre partidos; no contribuir a un país que se hace daño y oculta otros comportamientos, llenos de entrega, servicio y que dan lo mejor de sí mismos sin buscar elogios. En el nuevo espacio que tienes, quieres recoger y escuchar a los jóvenes con sus iniciativas, que nos estimulan y estimularles.

Comparto contigo, Iñaki, que estamos atrapados -y me incluyo- por esa respuesta rápida, irreflexiva, ante cualquier hecho político que marca el día a día, como una tela de araña de la que no sabemos salir. Ahora que hemos descubierto los tuits como respuesta inmediatísima y para que tengan eco en los diversos medios, se tienen que basar en el ataque contundente. Estamos ante el desafío de quien saca el tuit más rápido y esto me recuerda a las películas del oeste. Todo el mundo estábamos pendientes de los tuits de Trump. Una pena. También coincido contigo, cuando dices que hablamos de “las cosas de la política”, que creo que identificamos con el enfrentamiento por el enfrentamiento, y rehusamos hablar de “la política de la cosas”, que es de lo que realmente deberíamos ocuparnos.

Me gustaría compartir una reflexión sobre el valor de la palabra, de esa palabra que nace de las humanidades, de las utopías, de la dignidad humana. No me gusta esa palabra que crea odio, rencor, que no sabe perdonar, que genera división. Me gusta esa palabra abierta, acogedora, que abraza, que acaricia y que disfruta con el debate en la coincidencia y en la divergencia.

No me gusta esa palabra que busca el aplauso fácil, que despierta los bajos instintos, que se deja llevar por la audiencia, por los “me gusta”, por los miles o millones de seguidores, que solo busca la evasión y lo superficial. Me gusta la palabra que ofrece e invita a ahondar en la vida, que nos dice que no podemos dejar la sociedad en manos de los poderosos económicos. Me gusta esa palabra que quiere despertar el pensamiento crítico, la reflexión para que cada persona saque sus propias conclusiones.

No me gusta la palabra que no quiere saber nada del sufrimiento humano y sus causas, que solo busca el disfrute, que solo piensa en el instante, que se deja llevar por ese dedo manipulador que señala a los empobrecidos como enemigos y culpables. Me gusta la palabra que es solidaria, que te motiva a alargar la mano para ayudar, esa mano que es capaz de ofrecerte comida, de sacarte del mar a ti y a tu hijo a punto de ahogarse, esa mano que es capaz de salir a la calle para crear una humanidad de todos y todas, con todos y todas, para todos y todas. Esa palabra que nos dice que abramos el puño y la convirtamos en una mano que sale al encuentro de los otros, que camina hacia esas personas mayores que están solas y son capaces de acariciarles y romper su soledad.

No me gusta esa palabra basada en la autoimagen, en el cuerpo, en el 'selfie', que alimenta los narcisismos, el desprecio a los demás y el supremacismo. Me gusta esa palabra que entiende la vida desde el nosotros,  desde el luchar no solo por mis derechos, sino por los derechos de toda la humanidad. Esa palabra que sabe sumar en la diversidad y en la pluralidad, que no ve enemigos, sino personas diferentes en todos los sentidos.

No me gusta esa palabra que busca el espectáculo, el enfrentamiento por el enfrentamiento, la polémica, la burla, la ironía, que no sabe escuchar, que no deja hablar, que no piensa, que no se toma el necesario tiempo para pensar antes de hablar. Me gusta la palabra que busca el razonamiento, que busca el diálogo y la dialéctica desde el respeto y estar abierto a aceptar planteamientos de la otra persona. Esa palabra que escucha otras palabras desde la valoración y el reconocimiento de quien las dice.

No me gusta la palabra soberbia, prepotente, orgullosa, que se sitúa por encima del bien y del mal; no me gusta esa palabra que solo recoge lo negativo del comportamiento humano o los sucesos y, tal vez, algún buen gesto, pero como anécdota. Me gusta la palabra sencilla y hecha desde la convicción, esa palabra que nos permite crecer como personas y cambiar de opinión y de comportamiento; esa palabra que sabe reflejar cada día las buenas obras de miles de personas.

No me gusta esa palabra que miente, que manipula, que engaña, que crea miedo, que articula noticias falsas; no me gusta esa palabra que busca callar ante los poderes y silenciar las propuestas de liberación. Me gusta la palabra que busca la verdad, que es sincera, que se compromete con la verdad, aunque sepa que puede ser censurado, desprestigiado, castigado o, simplemente, ignorado. Me gusta la palabra que explica el por qué de los acontecimientos.

Bueno, Iñaki Gabilondo, lo dejo, porque ya sabes que un texto largo no se suele leer. Decías que buscabas nuevos caminos y me alegré de escucharte porque quiere decir que vas a seguir caminando. No podemos dejar de caminar, a pesar de todo, intentando que esta sociedad no nos desquicie y nos haga sacar lo más negativo ni perder la esperanza ante ese muro hecho de injusticias, complicidades e indiferencias.

Seguimos caminando, interpelándonos, escuchándonos, aceptando nuestras contradicciones e incoherencias, que son muchas, e intentando cambiar esas contradicciones, también las nuestras.

Espero seguir escuchándote hasta el final de tu vida, ahí la edad será determinante, pero tu final no tendrá la última palabra, porque tus palabras seguirán vivas y seguro que seguirán abriendo sensibilidades y conciencias. Un abrazo.