¿Por qué nunca fui? No lo sé. Y además es irrelevante. Me hubiera gustado estar aquel 11 de junio de 1976 en la Monumental de Barcelona, en el primer concierto que daban en la nueva España que amanecía con la muerte de Franco, en el que hubo algunas algarabías y carreras con la policía, en esas mismas fechas en las que yo salía del infierno del servicio militar, y en las manifestaciones callejeras de ese mismo mes de junio que se pedía: “¡Amnistía y Libertad!”
Aquella Barcelona de entonces iba ligada a las visitas veraniegas que solía hacer a mis primos charnegos. Un verano de 1967, tendría yo 14, de pronto escuché aquel temazo de Los Salvajes, aquella versión de los Stones: “No sé qué pasa que lo veo todo negro/Por qué cualquier color se me convierte en negro/Las chicas van vestidas con dibujos de op-art/La mitad es blanco, más lo tengo que imaginar”. Y Efectiviwonder, me quedé ojiplático. Un par de años después escucharía la versión original de los Rolling: “Paint It Black”
Y ya en esa plena adolescencia, en la que estaba enamorado del amor, llegaría el momento epifánico en el que pude escuchar, una y otra y otra vez, en aquel picú rojo y blanco aquella canción que me enervaba: ('I can't get no), o aquella Satisfaction, que tanto me satisfacía, pero que no entendía. La escuchaba una y otra vez, lo bailaba con fervor en un guateque o en una discoteca y otra, trataba de tararea de seguir esas palabras aprendidas y me desfogaba en el estribillo que terminaba con el no, no, no y el he, he, hey. Y me daba igual, que no entendiera que decían, a mí aquel ritmo me daba mucha energía y desfogaba mi rebeldía porque simplemente yo era un rebelde con causa. Después me gustaba el bacileo de aquel Honky Tonk Women y volvía a mover el esqueleto con el otro: “Jumpin’ Jack Flash” o el “Brown Sugar”. También tenía dos temazos para soñar, para bailar con los cuerpos enlazados, con el “Wild Horses” y “Angie”.
No, nunca fui a un concierto de los Rolling. Creo que estuve a punto de ir a aquel otro memorable, al que, si fueron algunos de mis amigos, al de 7 de julio de 1982 en Madrid, en el que después de una intensa tormenta prosiguió el concierto y se convirtió para muchos en el gran sueño de una noche verano.
Si echo una mirada por el retrovisor, observo mi gran momento Rolling, en aquel verano del 1978, que describo en mi autobiografía, que pronto saldrá en libro, así: “Mientras él sentía un gozo indescriptible, conduciendo y oyendo una casete de los Rolling Stones, que se repetía, una y otra vez, con canciones como: ”Paint it Black“ o aquella otra de la simpatía por el diablo que escuchaba una y otra vez: ”¿Es mi nombre? Dime baby, ¿cuál es mi nombre? Dime baby, ¿cuál es mi nombre? Quu-, quién Um baby, ven aquí abajo. Quu-, quién oh yeah, ven aquí abajo. oh yeah. oh yeah! Dime baby, ¿cuál es mi nombre? Dime baby, baby adivina mi nombre Dime baby, ¿cuál es mi nombre? Te lo diré una vez, eres culpable. Quu-, quién Quu-, quién Oh yeah. Cuál Quu-, quién Quu-, quién Quu-, quién Oh yeah“.
¡Qué belleza! Nunca había visto tantos y tantos árboles juntos con esa gigantesca altura. ¿Cómo se llamarían esos árboles? Ya quedaban pocos kilómetros para llegar a Estocolmo y por su cabeza pasaban las imágenes ficticias que se había recreado en su mente de esa ciudad, que era el paradigma de la libertad“.
Libertad. Eso era para mí las canciones de los Rolling. Después pasó el tiempo y en un momento al Mick Jagger se puso cara de Camarón de la Isla. Y ahí seguía dándole motivo al dicho de que los viejos rockeros nunca mueren; ahí siguen los Rolling glamurosos.
No, no fui al concierto de los Rolling de la noche de la la noche del 1 junio, de esa gira bautizada Sixty, por los 60 años de carrera del grupo, que comenzó con la primera ovación para Charlie Watts, mientras se retransmitía un vídeo con imágenes del carismático batería cuando todavía no había nadie en el escenario.
No, no fui a ese concierto de los Rolling, en el que solo los que estuvieron allí podrán hablar de los teloneros de esa gran noche, la Vargas Blues Band, con ese gran guitarrista de blues y rock, que es Javier Vargas, en la que participa John Byron Jagger, sobrino de Mick Jagger. Muy poco se suele hablar de los teloneros. También fue una noche memorable para el gran saxofonista sevillano Gautama del Campo, invitado por la Vargas Blues Band, que se marcó un enorme en tema: “funk hell” y otro muy salvaje en el otro temazo: “Take me to the River”. Una gran noche para esa gran banda y para Gautama del Campo, que fue en el 2015 el Primer Premio “Filón” al mejor instrumentista de Flamenco en el prestigioso Festival Internacional del Cante de Las Minas de la Unión, que además pudo compartir la fiesta intima de los Rolling en el hotel, con motivo del cumpleaños de Ronnie Wood, que cumplía unos cuantos. Y ahí les pudo regalar su álbum “Salvaje Moderado” a Jagger y a Wood.
Unos cuantos años han pasado de aquellos primeros años que escuché, a esas Piedras rodantes
Definitivamente nunca fui a un concierto de los Rolling.