Estamos sufriendo las consecuencias del triunfo de las teorías que defendían que serían los mercados y no los gobiernos los impulsores de la prosperidad y de la libertad. Como explican Acemoglu y Robinson, caminábamos por el pasillo estrecho de la democracia, con un equilibrio entre el poder ciudadano y las instituciones con sus reglas de funcionamiento, cuando el neoliberalismo impuso la teoría de que la oferta y la demanda eran la mejor forma de autorregulación. Dijeron: ¡Fuera el intervencionismo del Estado del Bienestar! Entonces Margaret Thatcher y Ronald Reagan iniciaron la desregulación siguiendo las orientaciones de los Chicago Boys -con Milton Freedman a la cabeza- y Clinton y Blair lo remataron.
Cambiaron las normas existentes en los mercados por la fe en la capacidad de la oferta y la demanda para autorregularse, y los aires del neoliberalismo de aquellos años ochenta influyeron para que esta tesis se fuera abriendo paso. Convencieron elección tras elección de que ese sistema lograría el bien común y el Estado del Bienestar sería más libre porque no tendría que adaptarse al intervencionismo de la socialdemocracia.
La libertad financiera, la de promover y consumir o la de expansión agrícola sin límites con su producir y exportar nos han llevado a la gran crisis financiera, a la precariedad laboral, a un mercado de viviendas asfixiado por la especulación, al olvido del derecho a una vivienda digna, a unos modos de consumo y producción dominados por la publicidad invasora y a los desastres ecológicos, con un largo etcétera.
La visión del mercado como balanza del equilibrio de una justicia distributiva ha fracasado. La codicia, el marketing invasor agresivo, el poner precio incluso a las cosas buenas y a los valores de la vida lo ha corrompido todo. La corrupción ha invadido todas las esferas de la sociedad y como dice Heidenheimer la tenemos de todos los colores: negra, gris y blanca. Y por sus efectos, cada una de ellas es un agente infeccioso en el sistema.
Los que promovieron la desregulación no pensaron que los mercados, como dice Sandel, no solo distribuyen bienes, sino que también intercambian. Y en la expansión del intercambio se han generado muy diversos mercados, sin antes debatir en profundidad si era apropiado tratar como mercancía cualquier uso o instrumento de los que demandan o precisan los seres humanos. Porque han llegado hasta lo más básico, al valorar como mercancía a los propios seres humanos: así pasa por ejemplo con las variopintas formas de contratación laboral. Pero, en esta dinámica, el mercado se ha olvidado de valorar a los seres humanos como seres merecedores de su dignidad y respeto, y no como instrumentos de ganancia y objetos de uso en el sistema de producción o consumo.
Vemos por tanto que son estas teorías neoliberales del mercado las que han llegado a corromper y degradar valores y derechos fundamentales reconocidos en nuestras constituciones, convirtiéndolos en bienes de uso. Y esto está afectando al sistema educativo, el medio ambiente, a los derechos cívicos o a la cultura: estamos convirtiendo valores en mercancía cuantificada en servicios, sin debatir previamente lo que corresponde a la naturaleza económica del servicio (mercado) y lo que corresponde a la naturaleza del ser (derechos fundamentales).
Desde la La Cátedra Abierta Interuniversitaria para la Innovación y la Participación queremos abordar este debate con la experiencia acumulada durante la crisis económica, porque parece que se quiere evitar para no señalar a los que han sido responsables de los desastres que están aflorando. No es bueno que, para no juzgar las situaciones injustas que se han causado, se utilicen cortinas de humo o se deje prescribir las actuaciones presuntamente delictivas. Y es una perversión utilizar como pantalla peligros inexistente como la migración, los supuestos derechos de educación de la familia sobre el sistema educativo, o la disparatada carrera por bajar impuestos a toda costa, cuando estamos a mucha distancia en presión fiscal de los países de la UE.
Como señala Sandel, en este debate hay preguntas cruciales: ¿queremos una economía de mercado o una sociedad de mercado? ¿Qué bienes pueden comprarse y venderse? ¿Qué bienes deben ser administrados como valores no mercantiles? Y por último el gran dilema: ¿cómo controlar el poder del dinero?, esto es, ¿en qué cuestiones no deben ni pueden mandar los grupos de presión económicos y financieros utilizando el poder del dinero?
Responder a estas cuestiones es una gran tarea de la sociedad civil, y para ello hay que conseguir dinamizar un proceso de innovación y participación, un debate abierto que con equilibrio profundice en ellas. La Cátedra Abierta pretende contribuir en esa dirección desde el equilibrio, evitando el enfrentamiento y favoreciendo que nos adentremos en estos retos.
La Ciencia de la Economía comete errores: The Economist publicaba en los años de la Gran Crisis una portada con un barco hundiéndose, con un Manual de Economía en la cubierta. Y lo peor es que no se hundía en alta mar, sino que se hundía en un charco. Pues ahora es el momento de salir de ese gran charco en que nos metieron por codicia los innombrables, sin que el rencor y el odio entre en la solución del problema. La solución puede venir de un compromiso vivo con el pensamiento y la ciencia innovadoras, con la participación de las ciudadanas y ciudadanos, y la renovación del papel del mercado, que vaya salvando los obstáculos y defectos que la especulación ha producido.
Solucionemos el vacío moral y ético de la vida política y demos entrada sin mucha tardanza a las convicciones morales. Resaltemos los valores que la ciudadanía desea para la vida pública y con ellos construyamos un nuevo contrato social que nos de fuerza para desarrollar en la nueva década los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
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