Mucho se ha escrito en los últimos días sobre la catástrofe ambiental en el Mar Menor desde que el pasado sábado miles de peces, crustáceos y moluscos, más de tres toneladas de cadáveres que fueron retirados del mar por los operarios, intentaban desesperadamente encontrar el oxígeno que faltaba en el agua, sin éxito.
Hemos leído en diferentes medios de comunicación las causas más probables, explicaciones dadas por profesores de Ecología de la UMU, que aluden al afloramiento de aguas del fondo de la laguna, anóxicas (sin oxígeno) y probablemente con sustancias tóxicas, liberadas debido a los vientos de levante, que han provocado esa muerte masiva. Esta situación ha sido la gota que ha colmado el vaso de décadas de vertidos de residuos procedentes del turismo y la agricultura, cargados éstos últimos de nitratos que han eutrofizado (palabreja que designa el enriquecimiento en nutrientes de un ecosistema acuático) el agua, aumentando la biomasa de fitoplancton (plantas microscópicas acuáticas) y demás materia orgánica que creó la famosa “sopa verde” aparecida en 2016, y cuyo corolario más dramático ha sido el suceso del que muchos residentes fueron testigos horrorizados el pasado fin de semana.
Hace ya más de 30 años que los científicos vienen advirtiendo de la situación del Mar Menor, permanentemente amenazado por la presión de las urbanizaciones y el crecimiento desmesurado de la agricultura intensiva. Sin embargo, la tónica general de los distintos gobiernos regionales del Partido Popular en la Región de Murcia desde que subieron al poder en 1995 ha sido la de ignorar esas advertencias, cuando no ridiculizarlas. En 1987 fue aprobada la Ley de Protección y Armonización de Usos del Mar Menor, siendo presidente de la CARM el socialista Carlos Collado, en virtud de la cual se intentaron controlar los vertidos y regular las distintas actividades que afectaban a la laguna (construcción, pesca, agricultura, turismo). Inmediatamente fue recurrida por el PP al Tribunal Constitucional y, tras años de poner palos en las ruedas, evitando su desarrollo mediante reglamentos y planes de ordenación, fue derogada en 2001 con la Ley del Suelo de Valcárcel, que permitía construir en cualquier sitio donde no estuviera expresamente prohibido hacerlo.
Casi 20 años después, el entorno del Mar Menor ha seguido desarrollándose, sobre todo debido a la transformación de la agricultura hacia un modelo intensivo demandante de grandes cantidades de agua, fertilizantes artificiales y pesticidas. Esa agua, cuando no provenía del trasvase Tajo-Segura, se ha obtenido mediante la perforación de miles de pozos, muchos de ellos ilegales, en una trama que se ha llegado a llamar “mafia del agua”, esquilmando las aguas subterráneas a la par que se instalaban cientos de desalobradoras, muchas de ellas también ilegales, para liberar de nitratos las aguas subterráneas extraídas, vertiendo los residuos contaminados a la laguna, aumentando exponencialmente su eutrofización. Se estima que se han vertido unas 300.000 toneladas de nitratos al Mar Menor en todos estos años. Las roturaciones de extensas superficies de tierra, a menudo a favor de la pendiente, no han hecho más que agravar su estado.
Pues bien, a pesar de todas las evidencias, el Gobierno regional sigue echando balones fuera sobre el origen de la situación catastrófica de la laguna. Así, el presidente López Miras achaca única y exclusivamente a la “gota fría” del pasado mes de septiembre la muerte masiva de la fauna lagunar, mientras que la portavoz del gobierno, Martínez Vidal, aunque acepta que hubo “cierta dejadez por parte de todas las administraciones”, sólo incluye a los ayuntamientos y al Gobierno central, exculpando al propio ejecutivo regional como máximo responsable de la política agraria y turística de la Región de Murciam actividades que a lo largo de los años han machacado el Mar Menor.
La búsqueda desesperada de votos por parte del PP regional le empuja a no admitir la parte del león de las responsabilidades de las distintas actividades económicas. Con la eterna excusa de los puestos de trabajo, se está intentando continuar como si nada hubiera pasado, ignorando las señales desesperadas que el Mar Menor nos está enviando desde más hace tres años. Cuando la laguna se convierta en un “embalse vacío”, tal y como vaticinaba la UMU hace más de una década, añoraremos las estampas idílicas de un mar transparente, tapizado de fanerógamas marinas y caballitos de mar que nuestros ancestros disfrutaban y que está a punto de desaparecer, si no ponemos remedio.
Mucho se ha escrito en los últimos días sobre la catástrofe ambiental en el Mar Menor desde que el pasado sábado miles de peces, crustáceos y moluscos, más de tres toneladas de cadáveres que fueron retirados del mar por los operarios, intentaban desesperadamente encontrar el oxígeno que faltaba en el agua, sin éxito.
Hemos leído en diferentes medios de comunicación las causas más probables, explicaciones dadas por profesores de Ecología de la UMU, que aluden al afloramiento de aguas del fondo de la laguna, anóxicas (sin oxígeno) y probablemente con sustancias tóxicas, liberadas debido a los vientos de levante, que han provocado esa muerte masiva. Esta situación ha sido la gota que ha colmado el vaso de décadas de vertidos de residuos procedentes del turismo y la agricultura, cargados éstos últimos de nitratos que han eutrofizado (palabreja que designa el enriquecimiento en nutrientes de un ecosistema acuático) el agua, aumentando la biomasa de fitoplancton (plantas microscópicas acuáticas) y demás materia orgánica que creó la famosa “sopa verde” aparecida en 2016, y cuyo corolario más dramático ha sido el suceso del que muchos residentes fueron testigos horrorizados el pasado fin de semana.