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El despilfarro alimenticio, un problema insostenible

Ante todo, un dato: En España se tiraron en 2018 a la basura más de 1.300 millones de kilos de alimentos, de los cuales más de 200 millones corresponden a residuos alimenticios de las casas, un 84,2% fue directamente de la nevera al cubo, sobre todo frutas, hortalizas y lácteos, y el otro 15,8% acabó en el vertedero después de cocinado. Y no sólo eso, sino que esa cantidad es un 8,9% más elevada que en 2017. Ese despilfarro se acentúa en verano con las altas temperaturas. En el conjunto de la UE, la cantidad que los hogares despilfarran se dispara, alcanzando la cifra de 46,5 millones de toneladas anuales.

Entre un 25 y un 30% de los alimentos producidos en el planeta son desperdiciados, ya sea porque las grandes cadenas de distribución exigen unos calibres y formas determinadas, rechazando los demás productos aunque sean perfectamente comestibles, ya sea porque esas cadenas de supermercados tiran a la basura los alimentos que están cercanos a su fecha de caducidad, aunque muchos de esos productos van a parar a los bancos de alimentos y a comedores sociales, o por el desperdicio de alimentos procedentes de la restauración y la hostelería, cantidad que supone el 14% del total.

Para la producción de esos alimentos que se desechan se utiliza la cuarta parte del agua destinada a la agricultura en balde y un coste económico mundial de casi un billón de dólares anuales, además de traducirse en el 8% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero que agravan aún más la emergencia climática.

¿Qué remedio tiene esta situación? Como siempre, hay dos vías, por un lado la responsabilidad individual y, por otro, el fomento por parte de las instituciones de soluciones imaginativas y, sobre todo, rentables. Desde el punto de vista de los consumidores, es necesario adquirir hábitos como no comprar más de lo necesario, congelar alimentos para ser consumidos más adelante y realizar una cocina de aprovechamiento. Además, las nuevas tecnologías nos permiten el uso de aplicaciones que conectan a personas entre sí mediante redes colaborativas para ceder el excedente de alimentos que tenemos en la nevera o en nuestras despensas si no van a ser consumidos, evitando así el despilfarro.

Desde el punto de vista institucional, la UE pretende, dentro de su estrategia FOOD 2030, que se elimine el despilfarro alimenticio, entre otros objetivos. Para ello, se quiere mejorar el etiquetado, para simplificarlo de cara al consumidor en cuanto a la información sobre fechas de caducidad y de consumo preferente (en este caso, aunque se supere la fecha indicada, ese producto es apto para el consumo durante un tiempo añadido), así como medir mejor la demanda de alimentos por parte de las cadenas de distribución para evitar que se tiren a la basura los excedentes no vendidos.

Hay, además, otro camino, desde el mundo empresarial. Se trata de los “outlet de alimentos”, es decir, cadenas de supermercados que se surten de excedentes que les han sido devueltos a los fabricantes, bien porque está cercana su fecha de caducidad o por defectos en el empaquetado, además de ponerse en contacto directamente con los productores agrícolas, que les venden a bajo precio productos rechazados por las grandes cadenas distribuidoras por su forma no estándar o su calibre demasiado grande o demasiado pequeño.

De ese modo se ponen a disposición de los consumidores productos alimenticios en perfecto estado a precios muy competitivos, dándoles una segunda oportunidad a los alimentos al tiempo que se contribuye a paliar tanto la crisis económica de las familias como la crisis ecológica del planeta. Ese modelo de negocio es habitual en países como Francia, Reino Unido, Alemania o Estados Unidos y, de momento, en España se están abriendo supermercados de este tipo en Madrid, Zaragoza y Barcelona.

El despilfarro de alimentos se da principalmente en el mundo desarrollado. En un mundo donde 815 millones de personas están subalimentadas en la actualidad y donde la malnutrición causa el 45% de las muertes en los niños menores de 5 años, 3,1 millones de niños cada año, es, por un lado, una inmoralidad y, por otro, está acelerando el cambio climático de un modo implacable. Acabar con este problema debe ser una prioridad que tiene que ser abordada de inmediato.

Ante todo, un dato: En España se tiraron en 2018 a la basura más de 1.300 millones de kilos de alimentos, de los cuales más de 200 millones corresponden a residuos alimenticios de las casas, un 84,2% fue directamente de la nevera al cubo, sobre todo frutas, hortalizas y lácteos, y el otro 15,8% acabó en el vertedero después de cocinado. Y no sólo eso, sino que esa cantidad es un 8,9% más elevada que en 2017. Ese despilfarro se acentúa en verano con las altas temperaturas. En el conjunto de la UE, la cantidad que los hogares despilfarran se dispara, alcanzando la cifra de 46,5 millones de toneladas anuales.

Entre un 25 y un 30% de los alimentos producidos en el planeta son desperdiciados, ya sea porque las grandes cadenas de distribución exigen unos calibres y formas determinadas, rechazando los demás productos aunque sean perfectamente comestibles, ya sea porque esas cadenas de supermercados tiran a la basura los alimentos que están cercanos a su fecha de caducidad, aunque muchos de esos productos van a parar a los bancos de alimentos y a comedores sociales, o por el desperdicio de alimentos procedentes de la restauración y la hostelería, cantidad que supone el 14% del total.