No existen argumentos científicos para determinar el momento concreto del destete en la infancia; trasladándolo a nuestra democracia, tampoco existen. Sabemos -porque lo dicen los expertos en lactancia- que con la aparición de un nuevo embarazo se produce de hecho. ¿Estaremos políticamente viviendo un nuevo estado de buena esperanza? ¿Será una nueva luz que desea iluminar con más fuerza la democracia? ¿Será un cambio? Dicen los pediatras que cuando un destete no es voluntario se pueden producir rabietas, hay tendencia a chuparse el dedo, usar chupetes e incluso algunos quedan frustrados.
En la actualidad, algunas grandes empresas que viven de la teta del Presupuesto están nerviosas porque temen un destete, y la oposición, que es su muleta política, parece estar sumida en la frustración, reaccionando con una violencia sin precedentes. Aunque no es nuevo: ya los primeros gobiernos del socialismo sufrieron ataques parecidos a los que ahora vivimos, con argumentos casi idénticos. Hace cuarenta años nos decían que la Economía se hundiría, que las segundas residencias serían incautadas, que cerrarían las iglesias, que intentar negociar para acabar con ETA era una traición, y que la asignatura Educación para la Ciudadanía suponía un adoctrinamiento político. Y así seguía una larga letanía que orquestaban los perennes organizadores de la crispación: ciertos políticos, y ciertos medios de comunicación.
El problema está muy directamente relacionado con las grandes empresas españolas y el sector financiero: ni unos ni otros saben vivir sin estar enganchados a la teta del Presupuesto. Esto explica las presiones en los concursos públicos y los manejos para influir en la redacción de las cláusulas, antes de que aparezcan en los boletines oficiales. Mucho tendrían que decir los que rodean a todo ese grupo de influyentes que se maneja demasiado bien entre bastidores, en los palcos de los estadios deportivos o en los salones privados de los mejores restaurantes. Si las Agendas Públicas fueran como debieran ser, nos enteraríamos de esa vida opaca que esconden, pero faltan los elementos comprobantes: los alertadores que viven en esos entornos -y que saldrán cuando tengamos una ley que les proteja- mucho podrían denunciar. Hoy solo los héroes pueden dar ese paso. Los hay, pero son excepciones.
Imaginemos por un momento las ganancias de los bancos por la forma en que han interpretado ciertos derechos, cuyos gastos trasladaron a los clientes hasta que se produjo la justa interpretación y se puso punto final. Observemos también los presupuestos de las Autonomías, o de las Administraciones Locales, donde han estado incrementando la deuda siempre que favoreciese hacer proyectos que ellos se adjudicasen. Carreteras, aeropuertos, hospitales, auditorios, instalaciones deportivas y tantos elefantes blancos que nos han dejado por todo el territorio, que hemos tenido que ir convirtiendo en burros de carga de por vida para la ciudadanía que está pagando sus costes e intereses. ¿Quién ha endeudado al sector público? ¿Quién ha disminuido los fondos de pensiones? ¿Quién ha fomentado el dinero negro, sus tarjetas black y tantas cuentas en paraísos fiscales?
Muchos de esos grupos de presión practican una Economía en cierto modo irracional, sin lógica, lo que nos sitúa al borde de un abismo que les resulta rentable. Y que les interesa porque siempre se presentan como salvadores. Y fomentan la idea de que una mínima subida salarial -como la que se pretende- será una catástrofe, cuando se demuestra que es todo lo contrario: expande el consumo y beneficia. Observamos con preocupación las soluciones que están dando en todos los sectores: concentrarse, dominar los mercados y terminar con la libre competencia. Cuanto más dominan, mejor es su estatus de poder, y de esa forma sus cuentas de resultados siempre se aseguran una parte sustanciosa de todos los presupuestos públicos.
Esa labor, que se realiza desde la opacidad, es la que ha promovido y financiado el populismo de las extremas derechas de nuestro espacio social. Por un lado, luchan contra el Estado y por otro viven de su presupuesto, y solo cejan cuando el Estado es de los suyos. La agresividad seguirá subiendo, porque el miedo que causan en la ciudadanía juega a su favor.
Y, entretanto, la sociedad progresista está inmersa en un proceso interno equivocado, porque se dedica a gobernar lo público lo mejor que pueden, sin darse cuenta de que por muy bien que se haga es imposible no tener fallos o sufrir zancadillas desde los vericuetos de las Administraciones. Deberían ver que el reto es dar y hacer llegar un mensaje claro y directo a todos los que no se reconozcan entre los poderosos de esta sociedad: que se espabilen y que sepan dar buena cuenta de lo que hacen y de lo que no les dejan hacer. Porque no basta con responder como en un examen de un Máster, sino que es preciso movilizar a la ciudadanía, empoderarla con la participación y el control, sin miedos. Y abrir las instituciones y el gasto público. Tareas militantes de otros tiempos como las que hacían los sindicatos y las asociaciones de la sociedad civil siguen siendo precisas.
Vivimos un periodo nuevo para una sociedad que se encuentra en periodo de reconstrucción. Y en ese proyecto entra de lleno la Educación a todos los niveles y la creación de nuevas formas de vida asimilables por una ciudadanía que se enfrenta al riesgo de la indiferencia. Elaboremos entre todos nuevas estrategias; alejémonos cuanto antes de las pequeñas aristas que nos separan y busquemos una plataforma común para un proyecto de futuro, en el que no quede ningún ciudadano indiferente. Algún día espero que los buenos ciudadanos salgan de la indiferencia, porque ésta es la que está dando un poder infinito a los que desde siglos nos dominan y no quieren ser destetados.
A todos los lectores les deseo un 2021 de gran esperanza por un nuevo futuro
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