Pues sí, por más que se empeñen en “marear la perdiz”, en los últimos años los recortes en educación están haciendo que la formación de nuestra sociedad sea cada vez más precaria y, por supuesto, menos accesible a los que más la necesitan. Año tras año la inversión en educación va retrocediendo. Hemos bajado la inversión en educación de un 4,9% a un 4,2 %, y nuestro Gobierno se ha comprometido a que más pronto que tarde esta inversión llegue al 3,9% del PIB.
Las consecuencias las vive toda la sociedad, pero sobre todo, esos de los que tanto se habla hoy, “los de abajo”, lo que al final se traduce en el descontento de la comunidad educativa, del profesorado, del alumnado y de sus familias.
Hemos protestado, nos hemos movilizado, seguimos y seguiremos organizándonos, en los pasillos de los centros, en las aulas, en salas de profesores o en las puertas de los colegios. Un tema de conversación que persigue a quienes nos gobiernan son los malditos recortes a la educación de todas y todos.
Ante esto, como decíamos, al Gobierno, que cree firmemente en que no todo el pueblo tiene que tener derecho a una educación de calidad, no le queda más remedio que “marear la perdiz”. Objetivo primero de este Gobierno: dividamos. Van recortando por sectores, sectores aparentemente distanciados aunque en realidad comunicados. Por una parte al personal interino, a los profesores con plaza, a los alumnos, a las ayudas a familias, etc.
Pero claro, cualquier buen estratega sabe que esto no es suficiente. Primero, porque nunca perdimos del todo aquellas organizaciones que representan a todas y todos los trabajadores (exactamente: los sindicatos de clase); segundo, porque muchas de las organizaciones que nacieron para defender a un sector determinado (interinos, profesores y maestros de esta o aquella especialidad…) nunca perdimos la visión de conjunto; tercero, porque surgieron movimientos o plataformas como la marea verde, que nos unieron; y cuarto, porque los recortes son una realidad que se vive y percibe por toda la comunidad educativa en cada hora de clase, en cada beca que no dan, en cada libro que una familia paga sin saber como va a paga la hipoteca de septiembre, no se trata de un simple relato.
Esa realidad se puede maquillar, por supuesto, y nuestros gobernantes, buenos conocedores de las técnicas y controladores de la inmensa mayoría de los medios, lo tienen claro: vamos a aturdir a los descontentos, vamos embrutecer el lenguaje, vamos a crear una idea, una palabra que se vincule a todos los males, para así desaparecidas las connotaciones negativas de esta palabra, parezca que desaparecido el mal. En definitiva, vamos a acabar con la verdad.
Un ejemplo bastante gráfico lo tenemos en educación con el concepto “tasa de reposición”, utilizada desde el principio de los recortes para vincularla a todos los males de la educación. Desde que se redujo al 10% parecía que toda la falta de profesores, alumnos sin atender, interinos despedidos, etc., se debían a la fatídica bajada de la tasa de reposición al 10%. De esta forma, modificando este valor (nunca antes conocido por ninguno de nosotros) podríamos condicionar la sensación de mejora.
Así, una vez asumimos que “tasa de reposición” podía ser amiga o enemiga, el Gobierno, muy hábil en estas lindes, proclamó a bombo y platillo la subida de esta tas al 50% el año pasado, y ¡Oh milagro!, en año electoral se sube a un 100%. Por fin hemos salido de la crisis, todos los males de la educación se han solucionado.
Pero, ¿realmente sabe la inmensa mayoría de los mortales qué es la tan traída y llevada tasa de reposición? Pues bien, significa ni más ni menos que por cada profesor que se jubila, esa plaza es susceptible de que salga en las próximas oposiciones; no implica que haya más trabajo para interinos, no implica que vaya a haber más profesores, sólo que si este año hay, por ejemplo, 50 jubilaciones, el año que viene pueden salir, como mucho 50 plazas, ni más ni menos. El tema es que la inversión en educación puede aumentar o disminuir, las plantillas pueden aumentar o disminuir, las ratios pueden aumentar o disminuir independientemente de “tasa de reposición”
Como durante estos años el “demonio” era la tasa de reposición. Mientras estábamos entretenidos con esto, el Gobierno ha eliminado apoyos, desdobles, no ha sustituido profesores, ha aumentado las horas lectivas... Y se ha obrado el milagro, la plantilla de profesores se ha reducido en un 20%.
Se dice pronto lo del 20%, pero es cierto; los recortes han sido tan brutales que cientos de profesores funcionarios no tienen destino. Tomemos el ejemplo de la Región de Murcia, comunidad que conozco bien: sólo en matemáticas, hay 101 funcionarios que a día 1 de septiembre no tienen destino, y seguramente muchos no la tendrán hasta bien entrado septiembre, obtuvieron su plaza en 2008 y 2010 y la Administración aún no ha sido capaz de ubicarlos. El caso de lengua aún es más sangrante: 52 funcionarios se encuentran sin plaza, pero la Consejería se atrevió a convocar 13 plazas a oposición en esta especialidad: ¿Se puede pensar que el servicio lo requiere? Obviamente, no. Si se analizan los datos, no.
En fin, que al final, al darnos a entender que manteniendo la “tasa de reposición” se mantenían las plantillas y así la calidad de educación, han pretendido ganar tiempo enredándonos en exigencias que no tocan el fondo del problema.
No olvidemos que toda forma de manipulación es una especie de malabarismo intelectual. Un mago, un ilusionista hace trueques sorprendentes y al parecer, “mágicos”, porque realiza movimientos muy rápidos que el público no percibe. El demagogo procede con meditada precipitación, a fin de que las multitudes no adviertan sus trucos intelectuales y acepten como posibles los escamoteos más inverosímiles de conceptos.
La clave es convencer de que todo está mejorando cuando todo sigue igual, o ha empeorado. Se trata de conseguir que la verdad se pierda en medio de asociaciones y enlaces superfluos. En nuestro caso nos caló la asociación: poca tasa de reposición, poco trabajo; mucha tasa de reposición, más trabajo. Ideas que no tienen nada que ver pero que han conseguido que nosotros relacionemos y les demos esas connotaciones.
Así que, si para conseguir sus objetivos, los que nos gobiernan, ejecutivos de las grandes empresas, tienen que falsear la misma ciencia, nosotros, para defender la educación de la gran mayoría, tenemos que hacer de la ciencia nuestra bandera. Como docentes, como alumnos, como madres y padres de la pública, como trabajadores que necesitamos y creemos en el derecho universal a la educación, tenemos que ejercitar esa ciencia y deshacer los entuertos en los que nos quieren meter.
Si como dijo George Owel, “en una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario”, seamos revolucionaros, y parafraseando al gran Voltaire, no nos dejemos engañar por aquellos quienes utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos.