En esta crisis económica, política, institucional y moral que tantas cosas se está llevando por delante, la ciudadanía ha centrado su ira principalmente en la figura de los políticos. Los administradores de lo público que han traicionado la confianza en ellos depositada. Corrupción y mala gestión en un contexto de paro y desigualdad ha tornado insoportable algo que anteriormente se miraba con benevolencia y hasta se premiaba electoralmente.
También los banqueros han sido parte del escrutinio general, dado que el origen de esta vorágine estuvo en las finanzas especulativas. Aspecto reforzado en tierras ibéricas ante los rescates millonarios, las tarjetas black y los incesantes desahucios.
Tanto en la política como en la sociedad, parecen estar dándose los pasos necesarios para sacar las conclusiones adecuadas a esta coyuntura que todo lo ha trastocado. Los vientos soplan a favor de la regeneración, acercando la política al ciudadano, implicándonos en la toma de decisiones y el control de lo público. Nos encaminamos sin remisión hacia un modelo más transparente, socialmente justo y sostenible en lo económico, hasta el punto de que el partido de Bárcenas, Matas, Fabra, Granados y el pequeño Nicolás, se ha apuntado a la moda de este otoño, donde las “transparencias” es lo que se lleva –a pesar de la dudosa credibilidad que pueden llegan a tener en ese aspecto-.
Pero en esta compleja ecuación que pretende despejar la sociedad española, falta un elemento indispensable que según creo, se nos está yendo de rositas en un momento en que todo debiera ser reestructurado y repensado.
¿Qué hay de ese partícipe indispensable de la trama corrupta como comprador de voluntades? ¿Qué hay de ese motor que hizo de España la patria del pelotazo en connivencia con el poder político?
El empresariado –o por lo menos una buena parte de él- ha sido otro de los grandes protagonistas de la crisis aunque se hayan querido poner de perfil en la foto. Ahí tenemos a todo un ex presidente de la CEOE en prisión, el señor Díaz Ferrán. A familias en otro tiempo todopoderosas que hoy están en entredicho, desde los Núñez a los Ruiz-Mateos. Incluso en nuestra Región Murciana, casos como los de Nicolás Mateos o el más reciente de Evedasto Lifante, nos enseñan esa cara menos mediática de las noticias corruptas con las que nos desayunamos prácticamente a diario.
Y es que resulta cuanto menos curioso que casi todo el mundo conozca a los políticos que aparecen en las archiconocidas notas de Bárcenas, pero pocos podrían enumerar a los más que ilustres donantes que en ella también se encuentran. Que son, como no, empresarios en busca de favores en este capitalismo de amiguetes del que hasta los más neoliberales deberían de abjurar.
Nos indignan los políticos con cuentas en Suiza o los que acaban en consejos de administración, pero los empresarios que lo hicieron posible o las compañías que evaden impuestos gracias a la arquitectura financiera pasan prácticamente desapercibidos del escrutinio público.
En el caso concreto de los empresarios murcianos, o por lo menos de sus organizaciones representativas, sorprende todavía más su enquistamiento en errores de planeamiento que parecían superados tras el tsunami vivido. Algo que nos indica que no sólo son necesarias las buenas prácticas que garanticen la libre concurrencia y eviten la corrupción en la empresa, sino que también resulta imperiosamente inaplazable un reciclaje en su mentalidad, incapaz de salir de un modelo de desarrollo totalmente caduco.
Tras la peor crisis de nuestra historia, con una planificación lamentable que no ha supuesto la consolidación turística de la “marca Murcia” sino que ha incidido en todo lo contrario –ya que nos ha hecho invisibles al no apostar por la calidad paisajística y la excelencia sino por el pelotazo fácil-, y que tampoco ha supuesto despegue económico alguno al acabar con el tejido industrial existente al apostarlo todo en sectores volátiles como el ladrillo; tienen el valor de seguir apoyando a estas alturas las puntas de lanza de un Antiguo Régimen hoy ya inexistente sin el menor asomo de autocrítica: como Marina de Cope, el Aeropuerto de Corvera o la dársena del Gorguel.
Pero eso sí, fieles como nadie a las directrices “de arriba”, en lo único en lo que casualmente se han bajado del burro es en el “Agua Para Todos” y en la furibunda apología trasvasista de tiempos pasados. Algo que ya ni nombran. Muestra más que evidente de una excesiva dependencia del poder que los desacredita por completo, y que nos hace dudar de que supongan una auténtica representación de todo ese sector productivo silente que no depende de tener dos aeropuertos en una misma provincia para sacar su negocio adelante, o de enladrillar el último tramo de costa virgen; algo que realmente sólo beneficia a los dueños del suelo y los promotores –entre ellos Iberdrola-, pero no a la sociedad tal y como hemos podido comprobar en centenares de casos durante todos estos años.
Si la política y los sindicatos están siendo reformulados –o lo estarán en breve-, dada la regeneración en la que está inmersa el país, también lo debería ser esa otra pata fundamental de la estructura económica y social como es el empresariado. Sobre todo esas organizaciones de representación cercanas a la política y al poder con la que sin duda han compartido errores. Sin olvidarnos de esas empresas, cercanas también a los centros de decisión, que han sido partícipes de la debacle y la desfachatez.