Este fin de semana han sido las elecciones al colegio de la abogacía de Murcia, una institución antigua en todos los sentidos en la que ha resultado ganadora la lista más conservadora, pero presidida por una mujer. El colegio de la abogacía de Murcia tiene a la primera decana de su historia, cuestión que, sinceramente, me alegra.
Esto resultará curioso a mucha gente, porque la letrada que os escribe estaba en las elecciones en la lista contraria, la que planteaba un cambio más radical en cuanto al funcionamiento del colegio. Cambio que no ha podido ser, pero no en vano, hemos puesto sobre la mesa debates importantes y hemos contagiado propuestas que espero se ejecuten.
Los cambios sociales vienen dados por el empuje de propuestas y opiniones más radicales para avanzar sin prisa y sin pausa hasta ahondar en instituciones como de la que hoy os hablo. El cambio que supone tener a Doña Maravillas hoy de decana me reconforta.
Me reconforta porque hace tan solo 20 años atrás creo que no habría sido posible escribir que hay una nueva decana, ni habría sido posible tener en primer plano a mujeres como yo, jóvenes, madres recientes y con opinión propia, haciendo política en una institución rigurosamente conservadora. Estos cambios son posibles gracias a que existen opiniones que perturban los privilegios establecidos y siembran incomodidad, opiniones como la que hoy os escribo.
A riesgo de perder followers os tengo que decir, que he sacado dos conclusiones de este proceso: que la abogacía es de las profesiones más hostiles para conciliar y que hoy día ya no es necesario que las mujeres que queremos maternar renunciemos a nuestra carrera profesional, a ser protagonistas, a estar en el primer plano social en el que nunca hemos estado.
Sobre la primera, los compañeros y compañeras con hijos (y que cumplen su papel en la crianza) lo tenemos más difícil para todo. En mi profesión los plazos procesales y los juicios no se suspenden por una criatura enferma, los clientes no esperan, la competición en el mercado es violenta, ya que hay otros abogados llamando a tus clientes para captarlos, no los puedes descuidar. Hemos hecho campaña conciliando con nuestros hijos en los actos, correteando por en medio y con una compresión de tribu apreciable.
Sobre la segunda, la que más me mueve hoy al escribir, han sido decenas las compañeras abogadas que me han hablado de lo admiradas que estaban al verme trabajar en la campaña y en mi despacho, teniendo una niña pequeña. Las que me han contado sus historias de renuncia al desarrollo profesional mientras criaban años atrás, las que me han contado que han renunciado a vivir la experiencia de criar para sacar su proyecto adelante y estar a la altura de sus compañeros hombres.
He tenido el privilegio de hacer política en estas elecciones desde un primer plano, no desde la foto que te hacen para cumplir expediente porque necesitan mujeres en la candidatura, algo tan común como rancio. He sido parte activa, he creado discurso ideológico, he transmitido mensajes, he hecho propuestas que se han ejecutado y he gestionado actos como cualquier otro.
Digo “otro” con intención. Porque las felicitaciones por la buena visibilidad de mi trabajado entrañan dos cosas: una sorpresa por mi capacidad, las mujeres siempre tenemos que demostrar lo que a los compañeros se les presupone, y por mi disponibilidad ¿con quién habrá dejado a la niña de año y medio?
Lo que sucede, es que hace 20 años no se esperaba que una mujer hiciera política sin renunciar porque no se esperaba que un hombre hiciera su papel de cuidados en casa sin rechistar.
La novedad, realmente, no es que yo haya montado un despacho exitoso o haya salido a escena política demostrando tener capacidad como cualquier “otro”, es que lo he hecho sin renunciar a vivir la experiencia de ser madre y esto hoy es posible porque existen cada vez más hombres capaces de entrar a las casas y hacerse cargo de la parte que les corresponde como progenitores. Renunciando, obviamente, al privilegio de ocupar todo el espacio público, para cederlo en pro de atesorar un espacio íntimo en los cuidados no reconocidos e invisibilizados socialmente.
Es más, hay hombres capaces de cubrir esos cuidados de forma gozosa, desde la humildad y el cariño, sin pedir un pin del Betis por cada lavadora que ponen o cada pañal que cambian. Sin duda, a mi esto me ayuda a rebajar la culpa materna que todas sufrimos.
Por eso quiero aclarar, que no he podido con todo, que he podido con mi parte, porque hay alguien cumpliendo la suya a pesar de conciliar en un mundo hostil. Todas las mujeres que han tenido que renunciar a vivir la maternidad o a su desarrollo profesional son las que tienen un valor inestimable y poco reconocido, por eso las ensalzo.
De estas palabras saldrán ofendidos porque que te señalen los privilegios no gusta. Pero, yo que estoy opinando aquí como cualquier “otro”, tenía que dejar constancia en algún sitio de que mi mérito no es mayor que el de mis compañeras que tanto admiraban mi capacidad en campaña.
Así pues, os dejo mis conclusiones en este espacio porque hacen falta opiniones muy radicales para que en otros 20 años no sea una sorpresa que los hombres entren a los cuidados de las casas y las mujeres salgan a la vida pública sin una doble carga de trabajo, haciendo una campaña política notable.