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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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¿Por qué me ha fascinado `Clavícula´?

Félix L. Crespo Ramos

Estaba empezando la carrera de Medicina y mi hermana Mari me dijo que le dolía el hígado. Mi contestación, desde la certeza, la autoridad y el conocimiento de unos meses de anatomía fue “el hígado no duele, no tiene receptores para el dolor”. Y su respuesta, “pues a mí, sí”.

Y bueno, tuvieron que pasar algunos años, demasiados, para que me diese cuenta realmente de lo estúpido de mi respuesta.

Luego me he acordado muchas veces del episodio. Cuando en Urgencias atendía dolores que desafiaban a las áreas anatómicas, por supuesto, pero también cuando leí La sociedad del cansancio, de Byung-chul Han, con su referencia inicial al hígado de Prometeo, condenado a que un ave se lo arrancase a trozos cada día para que se le regenerara durante la noche, y los ciclos infernales a los que nos vemos encadenados con frecuencia desde entonces.

También cuando leí Clavícula recordé la conversación con mi hermana. Y las conversaciones igual de estúpidas por mi parte que he mantenido con muchísimos pacientes, demasiados, con los que a veces me gustaría disculparme, un poco como el protagonista de Mi nombre es Earl con su “lista del karma” por haberles impuesto una explicación sobre lo que les ocurría antes de enterarme de lo que realmente les pasaba y de la explicación que se daban a sí mismos.

Como Marta Sanz no estaba delante cuando leí su libro, no tuve oportunidad de dejarme llevar por viejos hábitos, por la tentación de cortarla (de media los médicos tardamos unos veinte segundos en interrumpir a nuestros pacientes…) para contarle mi versión razonada, muy profesional y muy científica, de lo que ella había vivido. Menos mal.

Porque la tentación es mucha para quienes nos hemos entrenado en resolver problemas más que en escuchar quejas. Las quejas además están muy mal vistas, son cosa de quejosos o quejicas, pero suelen tener mala fama porque se las confunde con otras cosas, cuando en realidad, como dice Julian Baggini en La Queja, deberíamos reivindicarlas y recuperar el derecho a los pequeños lamentos tanto como a las protestas reivindicativas.

Como profesional con poco tiempo y mucho trabajo uno tiende a buscar problemas con solución. La vida es, o aparenta ser, mucho más fácil cuando las cosas son sencillas. Y a uno le asaltan de vez en cuando las ganas de decir cosas tipo “¿Quiere consultar por la tos o por la rodilla? Elija…” para no tener que afrontar que los pulmones y los cartílagos forman parte de una misma realidad.

Igual que, para desconsuelo del amante de lo simple, los terceros sin ascensor, las alergias al polen, el tabaquismo, la obesidad, las familias que no ayudan o estorban o son una carga o un apoyo o todo eso al mismo tiempo, la artrosis, la soledad y los trabajos extenuantes, que no dejan tiempo ni energías para cuidarse uno mismo y, la mayoría de las veces, no dan dinero para hacer viajes gratificantes o dietas sanas, ni ofrecen siquiera la posibilidad de una identidad fuerte ligada a lo laboral, como contaba Sennett en La corrosión del carácter.

Las cosas son complejas aunque uno intente no escucharlas, y si no las escucha y las recuerda, y puede pensar luego en ellas es imposible que pueda construirse una imagen que sirva para ayudar a entender lo global desde lo fragmentario. Porque la vida es compleja y lo complejo siempre está compuesto de partes, fragmentos, que se relacionan entre sí, generando un todo que necesita ser elaborado. Lo peor de las intervenciones que reducen a la simplicidad, es que impiden que tanto el profesional como el paciente elaboren esa imagen.

Así que me leo el relato fragmentario de Clavícula pensando en estas cosas y en el heteropatriarcado, y en lo que dice Franco Berardi sobre el capitalismo que niega lo corporal y los afectos, y la diferenciación que marca Santiago Alba Rico entre “carne”, que es lo que tienen los animales, y “cuerpo”, que es lo que tendríamos los seres humanos por acción del lenguaje.

Sylvia, una compañera escritora, me dice que eso es Chomsky. Concha, una poeta psicoanalista lacaniana, me dice, claro, que eso es Lacan. Yo no niego lo que me dicen y pienso también en una paciente que me pone al día de la serie Puente viejo cada vez que viene a consulta y que mejora cuando en su relato, de la serie, aparece “la suegra mala”, que es un personaje muy interesante y con muchos matices y, para ella, una identificación que le viene muy bien, mucho mejor que cuando me hablaba de “el cura joven” que, sospecho, era una identificación que tenía mucho más que ver conmigo que con ella.

Termino el libro de Marta Sanz entusiasmado. Dándole vueltas al párrafo en el que la autora dice con ironía “qué caras les salimos las locas a la seguridad social”. Dándole vueltas a ese “locas” que en realidad hace referencia a las mujeres que , una y otra vez a lo largo de la historia de la medicina, han sufrido tratamientos inservibles, para cosas que no eran enfermedades, confrontando a los médicos con los límites de sus conocimientos y lo inadecuado de las narraciones prefabricadas que han manejado para ellas.

En medio de este entusiasmo no me puedo callar y machaco a mis compañeros con el libro de Marta Sanz. Creo que para ellos es un alivio que al menos haya cambiado de libro y no siga con lecturas de la Dra. Rita Charon y su máster en “Medicina Narrativa” de la Universidad de Columbia, inalcanzable (salvo que alguien nos financie un año en Nueva York) pero con una amplia bibliografía recomendada que vamos adquiriendo y traduciendo poco a poco.

Que tienen que leerlo, que es fantástico.

Y termino proponiéndoles que pongamos algo de dinero para invitar a la autora a Murcia que, como cuenta Luis López Carrasco en su artículo en relación a quienes hacen cine, los escritores también están en precario y seguro que salimos a poco. Y así hablamos con ella y comentamos lo que ha escrito y lo que nosotros hemos leído. Al tiempo, se lo proponemos a otras personas, compañeros de un curso de escritura, amigos, familiares… Un crowdfunding de andar por casa que nos evita el, en otras ocasiones anteriores ya infructuoso, inútil trabajo de solicitar financiación a instituciones que tienen sus propias limitaciones para entender de qué les hablamos.

Para mí sorpresa, a mis compañeros y al resto de gente les parece buena idea no solo poner dinero, sino ponerlo para que la charla sea pública y gratuita y abierta a todo el mundo.

“Abierto a todo el mundo, incluidos profesionales de la salud”, escribimos. Y Javi, un amigo, me dice que suena raro puesto así. Pero está muy pensado, le digo, pensado antes de escribirlo o escrito después de pensarlo, que diría Rajoy, y la extrañeza surge de poner por delante de los profesionales a “todo el mundo”. Pero de eso va la cosa.

Contactamos con Marta Sanz a través de Miguel Ángel Hernández y Leonardo Cano. Contactamos con Lola López Mondejar, la mejor interlocutora que podríamos imaginar para dialogar con Marta, en su doble papel de escritora y psicoanalista. Releo estos días páginas sueltas de Una espina en la carne. Psicoanálisis y creatividad, uno de sus últimos libros, y sonrío para mí mismo imaginando ya la charla. Contactamos con el Hospital Reina Sofía, porque nos pareció simbólico que fuese en un hospital, templo de lo biotecnológico, donde se desplegase un discurso que habla de lenguaje y de relatos, de lo subjetivo del malestar frente a lo “objetivable”. Simbólico y un poco subversivo quizá. Y todos ellos dijeron que sí.

Así que el próximo jueves, 29 de junio, a las 20h, podremos charlar con Marta y con Lola sobre Clavícula, en el Salón de Actos del Hospital Universitario Reina Sofía, en Murcia.

Estáis todos invitados, a leer Clavícula y a la charla. Incluidos profesionales.

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