7:30h de la mañana. Los murcianos, ya despiertos, se preparan para comenzar su jornada: algunos van rumbo a sus puestos de trabajo, otros a sus estudios o citas médicas. Se suben al autobús, que ya está casi completo, y eso que estamos en la primera parada. Dos paradas más adelante, el autobús ya no puede acoger a nadie más; está lleno a reventar, convertido en una auténtica lata de sardinas.
Desde la ventana, observo con incredulidad cómo en la carretera de El Palmar, especialmente los niños, se quedan de pie en la parada, esperando que el próximo autobús los recoja. “El siguiente”, les dice el conductor con resignación, mientras ve cómo la línea está saturada. No es solo un problema de hoy, es algo recurrente.
Las caras de aquellos que no logran subirse al autobús son un poema. Todos en el bus pensamos lo mismo: van a llegar tarde a su destino. “Qué pena”, comentan entre los pasajeros. La situación se agrava cuando uno reflexiona sobre el impacto real que esto tiene, especialmente en los más jóvenes. Nos preguntamos: ¿qué pensarán los padres cuando reciban la notificación de la ausencia o el retraso de sus hijos en el colegio o instituto? Otra vez, el autobús impide que se cumpla un derecho básico y constitucional, el derecho a la educación.
Lo más preocupante es que la situación antes no era así. Silvia, una habitual de esta línea que trabaja en el centro de Murcia, me comenta: “Antonio, hace unos años los autobuses de esta línea pasaban cada diez minutos, y ya iban llenos; ahora pasan cada quince, es normal que vaya más abarrotado”. Y ahí está el problema: menos frecuencias, más saturación.
Después de lo que vi ayer, acompañando a mi hijo en su primer día de instituto, no me queda duda de lo que ya pensaba: Murcia tiene un grave problema con el transporte público. Es evidente que no se invierte lo suficiente en un servicio que, además de ser más económico y ecológico, es fundamental para el funcionamiento de una ciudad moderna. Y lo peor es que tampoco se está pensando en el futuro.
En lugar de mejorar el transporte, se han eliminado carriles bus que funcionaban bien y que facilitaban la movilidad de esos trabajadores que, todos los días, luchan por sortear un laberinto de coches y calles congestionadas. Todo son trabas.
Cada día tengo más claro que si aquellos que toman las decisiones tuvieran que coger el autobús en hora punta, otro gallo cantaría. Pero claro, ahora todos se piensan que son alguien, y aunque alguno tome el autobús, no se van a quejar. Total, para qué. Lo que tenemos en Murcia es un exceso de coches oficiales, poco trabajo real y aún menos inversión en transporte público, pero claro aquí nadie apunta al que de verdad tiene la culpa: López Miras, por inacción y Ballesta, por consentidor.
Este verano me quedó todo aún más claro: el grupo de gobierno, que antaño defendía los autobuses sobre los tranvías, ha terminado incentivando a los murcianos a usar más el coche, inundando las calles con tráfico. Incluso han cambiado los semáforos para favorecer la fluidez del coche privado. Si hay contaminación, que lo solucione otro.
La esperanza que tenía en la mejora del transporte público se ha desvanecido por completo. Le hemos dado la bienvenida al tráfico y al humo, y quizás, al final, hasta nos cueste dinero si tenemos que devolver los fondos destinados a las obras de movilidad sostenible que nunca se llegaron a implementar correctamente.
No tenemos remedio.
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