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Ni idea de qué es la salud pública pero no la necesitamos

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Hace dos noches me vi a mí mismo escribiendo en una especie de foro en redes sociales. Diría que la mía fue una intervención puntual en este grupo, un grupo del tipo “Tu no eres de (el lugar geográfico en cuestión) si no…”, pero eso sería quitarle importancia al hecho de que intervine, me acosté pensando en el grupo, soñé con el grupo y lo primero que hice por la mañana fue seguir contestando, explicando, diciendo cosas en él.

Normalmente no escribo en este grupo, estoy en él porque me gusta leer las pequeñas noticias que se dan entre sí los vecinos, los anuncios de los comercios locales, los avisos..., mensajes tipo “ayer me dejé las gafas en el banco del parque...” y cosas así. Un uso sencillo y humano, entrañable, de las nuevas tecnologías, me parece a mí. Quizá sea de ser un poco cotilla este interés mío por las pequeñas cosas de los otros, “pulsión escoptofílica” lo llaman algunos, o voyerismo, pero a veces creo sinceramente que estos usos inocentes de lo nuevo son los que podrían salvarnos, y me gusta saber que existen.

Mi intervención estuvo motivada por una oferta de trabajo para médico municipal, con labores de salud pública, y la encuesta que montó una persona (que, presumo, tiene relación con un partido de signo contrario al que gobierna, aunque no se identifica como tal). La encuesta la creó en este grupo a partir de una pregunta capciosa sobre la oferta de empleo, ocultando información y dirigiendo las respuestas.

En realidad mi intervención no estuvo motivada directamente por esto. El motivo fue el resultado de la encuesta (que sigue abierta: por ahora 636 votos de gente que piensa que “no hace falta un médico en el ayuntamiento” frente a 18 que sí) y los comentarios. Sobre todo los comentarios.

Fue como si nadie, ni quien había generado la encuesta ni quienes comentaban, se hubiese preocupado de leer las bases de la convocatoria, las funciones del médico o el tipo de trabajo que se ofertaba (temporal y a través de una bolsa de trabajo resultado de un concurso de méritos). Y si alguien lo había leído hacía como si no.

Es esa sensación de que quien está al otro lado está haciendo “como si no” lo verdaderamente frustrante. ¿Cómo mantener una conversación constructiva con quien se coloca en una posición de simulación? Frustración, impotencia y rabia, es lo que, creo que se pone en juego del lado del que trata de participar en un diálogo honesto.

Prácticamente sólo había quejas. Insultos y quejas. Tengo que admitir que más quejas que insultos. Y las quejas iban del tiempo de espera para ser atendido en el centro de salud (responsabilidad de la consejería de sanidad) a la posibilidad de contratar a enfermeras en las escuelas (responsabilidad de la consejería de educación), pasando por acusaciones gratuitas de nepotismo, enchufismo, querer tener un médico privado para “ellos” (el personal del ayuntamiento, supongo) o, directamente, negando la necesidad de un médico que haga algo, cualquier cosa, que no sea ver pacientes.

La acusación de “enchufismo” me parece enternecedora, menudo favor a un amigo, un trabajo temporal en salud pública en mitad de una pandemia con horario de lunes a domingo. Pero mi favorita es la de “nepotismo”, porque ¿qué posibilidad hay de que alguien con tantísimo poder como para amañar un concurso público de méritos tenga un familiar médico especialista en salud pública o de familia con experiencia en salud comunitaria? De existir alguien así, sus familiares estarían ya en grandes consejos de administración, seguro. O desheredados por haber elegido esas profesiones.

La salud pública tiene una larga trayectoria histórica y funciones bien definidas. Parece que poco conocidas y/o valoradas por la población general. También por las administraciones, casi siempre, que no suelen dotar de recursos suficientes a servicios de este tipo. Prevención, vigilancia de la salud, promoción de la salud, participación ciudadana, planificación y gestión… En fin, todo un mundo, con su propio cuerpo de conocimiento y sus técnicos formados para ejercer de la mejor forma posible tareas que muchas veces no parecen prioritarias pero que mejoran, está demostrado que lo hacen, la calidad de vida de las comunidades y los individuos.

Una mujer me dijo “hasta ahora no ha hecho falta tener un médico”, y entendí que lo decía de verdad, que lo creía así. Pero entonces las preguntas serían “¿Y cómo lo han hecho sin alguien que sepa lo que están haciendo? ¿Y cuál ha sido el resultado?”. Para valorar ambas cosas deberían contratar a alguien que pueda evaluar correctamente las dos, supongo.

Leo algunas reflexiones de Daniel Innenarity sobre este fenómeno de la desconfianza hacia las instituciones, hacia los especialistas, y supongo que nada de lo que estoy escribiendo va a sorprender a nadie. Quizá estoy haciendo una crónica de algo que todo el mundo ha vivido ya y a lo que estamos plenamente acostumbrados. Quizá lo único sorprendente en el artículo sea mi propia sorpresa, no sé.

Ni los enlaces a la convocatoria ni los pantallazos al documento (quizá ir al enlace era demasiado trabajo) ni las explicaciones bienintencionadas hicieron la más mínima mella.

Para mí ha sido toda una experiencia. De las de no repetir. Es muy cansado insistir en un mismo argumento sin obtener otro argumento como respuesta. Con quienes argumentan, aunque sea desde opiniones contrarias a las nuestras, podemos establecer un vínculo de respeto, incluso de simpatía. Con el silencio, la devaluación sistemática y la negación de lo dicho, ¿qué tipo de vínculo puede surgir?

Dos personas terminaron diciéndome que me presentase yo a la plaza, no animándome, más bien diciéndome que si era tan listo (la verdad es que mi intención pedagógica quizá me hizo incurrir en algún exceso argumentativo) me presentase yo. Mandándome a cagar, con perdón, me pareció, en el fondo. Otro me preguntó si estaba aburrido (demasiada insistencia por mi parte, quizá) y le contesté que no, sólo triste viendo tanta ignorancia y enfadado por la mala baba de algunos.

Y, efectivamente, podría presentarme a la plaza, cumplo los requisitos de formación (completamente) y experiencia (eso menos, aunque también) pero no, no iba a presentarme y, después de este interesante diálogo con buenas gentes del pueblo, hasta la fantasía de embarcarme en un proyecto que me había parecido interesante como aventura personal y como posibilidad de hacer algo distinto y significativo para la comunidad, aunque fuese durante algunos meses, había desaparecido. Si me presento igual me dan el trabajo. Quita, quita.

La verdad es que llegué a escribir que me habían convencido, que con tener veterinario municipal era suficiente, pero no lo pienso ahora ni lo pensaba entonces.

El tono que impera en las conversaciones nos termina afectando a casi todos, localicé a cuatro o cinco personas que argumentaban (con menos rabia que yo) a favor de la razón, de las opiniones informadas y basadas en datos, y deben de ser el tipo de personas con cuya existencia Abraham negoció con Dios que no destruyese una ciudad entera. Siento admiración por ellos. Les agradezco sus intentos y su ejemplo.

Hubo un comentario especialmente inquietante. Un hombre (no sé si amante de los cuerpos de seguridad del estado o fetichista de los cuerpos uniformados o las dos cosas) le decía al organizador de la encuesta (que recuerda al personaje de Felix Kendrickson en la película de Spike Lee “Infiltrado en el KKKlan”) que le felicitaba por el éxito de su iniciativa. ¿Éxito? ¿Cuál era el objetivo? Da para pensar.

Aunque sea evidente, y conocido y casi “normal”, quiero insistir en cómo las carencias en una administración generan animadversión (me permito el eufemismo) contra otras. Cómo la desconfianza en unas instituciones arrastra a la sospecha sobre otras. Cómo un equipo que es elegido con una mayoría de votos puede ser cuestionado de forma ruin, sin argumentos ni hechos, por una minoría que finge una votación democrática.

Qué difícil debe ser aguantar en mitad del ruido y seguir haciendo lo que se piensa que está bien.

Toda decisión es cuestionable pero con argumentos, no sin ellos. ¿Qué está bien? Me pregunto. Qué pregunta tan difícil. A nivel concreto (a nivel abstracto se me escapa) y en mitad de una pandemia, contratar a un técnico para tareas de salud pública no parece estar demasiado mal, creo. Diría que es hasta una buena idea. Me alegro de que quienes lo han decidido tengan una mayoría suficiente para hacerlo, al contrario que sus detractores aunque intenten hacer ver lo contrario.

Me vino a la cabeza “Un enemigo del pueblo”, de Ibsen. En esta obra, el protagonista denuncia que las aguas del balneario, del que vive el pueblo, están corrompidas y son un peligro para la salud. Todos se oponen a denunciarlo por miedo a perder sus ingresos y tratan de ocultarlo. Digamos que el protagonista no lo pasa bien a partir de aquí.

Salud y economía siempre, cambio climático y economía, salud y economía en la pandemia, incluso Mar Menor y agricultura industrial, falsas dicotomías a las que también les pega este drama. Ibsen es universal, sin duda.

Quizá compre un ejemplar del libro del dramaturgo noruego y se lo envíe al alcalde, para recordarle lo que podría ocurrir cuando uno piensa en la salud pública y no únicamente en recalificar los terrenos de quien corresponda. Y como humilde reconocimiento, claro.

Luego me he acordado de un artículo que leí hace unos años en la revista Estado Mental, de un chico que había escrito sobre las fiestas de un pueblo (no le habían gustado nada) y en el pueblo se indignaron mucho con él. Posteriormente volvió a publicar el artículo incluyendo las conversaciones en redes que había generado el artículo, donde primero le insultaban y, a base de la paciencia infinita que a mí me falta, terminó llegando a algunos acuerdos con sus lectores locales, incluido publicar las opiniones que le habían hecho llegar. Lo leí divertido en su momento. Se titula “Hinojares, Gramsci y Enrique Iglesias”, lo recomiendo. En su momento me pareció costumbrista, hoy lo calificaría de relato fantástico.

(Al terminar de escribir esto la encuesta va: 724 en contra vs 27 a favor).

Hace dos noches me vi a mí mismo escribiendo en una especie de foro en redes sociales. Diría que la mía fue una intervención puntual en este grupo, un grupo del tipo “Tu no eres de (el lugar geográfico en cuestión) si no…”, pero eso sería quitarle importancia al hecho de que intervine, me acosté pensando en el grupo, soñé con el grupo y lo primero que hice por la mañana fue seguir contestando, explicando, diciendo cosas en él.

Normalmente no escribo en este grupo, estoy en él porque me gusta leer las pequeñas noticias que se dan entre sí los vecinos, los anuncios de los comercios locales, los avisos..., mensajes tipo “ayer me dejé las gafas en el banco del parque...” y cosas así. Un uso sencillo y humano, entrañable, de las nuevas tecnologías, me parece a mí. Quizá sea de ser un poco cotilla este interés mío por las pequeñas cosas de los otros, “pulsión escoptofílica” lo llaman algunos, o voyerismo, pero a veces creo sinceramente que estos usos inocentes de lo nuevo son los que podrían salvarnos, y me gusta saber que existen.