Difundir bulos se ha convertido en una forma más de hacer política, una forma natural de comunicar. Entre los negacionistas de la pandemia, los terraplanistas y los bulos ultras (tres conceptos que muy a menudo van unidos) no da tiempo a rebatir tanta trola. Es una avalancha, ganan por acumulación.
Veo un vídeo que se difunde bajo el título “Prestigiosa abogada invitada por Irene Montero le mete un monumental zasca”. Excepto el nombre de Irene Montero, todas las palabras de esa frase son falsas. El vídeo, un vergonzoso alegato neoliberal que cuenta que hombres y mujeres somos ya tan iguales que da asco, está editado chapuceramente: se ha añadido mediante Photoshop un cartelito lila en una esquina que da cuenta (falsa) de la organización del acto por parte del Ministerio de Igualdad y se ha recortado la imagen para que solo aparezca la ponente, evitando que se vean sus acompañantes y el nombre de la conferencia, que incluye la palabra Liberty en la base de la imagen, según intuimos, aunque está cortada por la mitad. Son chapuceros, pero no tontos. ¿Por qué quieren evitar que se vea la palabra Liberty? Porque no sería coherente con un supuesto discurso organizado por la izquierda. En este tiempo de mentiras y mixturas, la derecha y la ultraderecha española, la alt right americana (que es lo mismo que decir ultraderecha) y el fascismo planetario en general, se han apropiado de la palabra libertad como si la hubieran inventado precisamente ellos, liberticidas, pervirtiéndola y retorciéndola para que este valioso concepto pase a significar lo que ellos quieren que signifique: libertad para no pagar impuestos, libertad para llevar las fortunas a paraíso fiscales, libertad para no obedecer leyes laborales. Libertad para que lo individual prevalezca sobre lo colectivo sabiendo que eso solo favorece a los que más tienen.
Volviendo al vídeo, el discurso de la señora va dirigido a un público de aplauso fácil, un relato que convierte las excepciones en reglas (y en el que con todo descaro se pone a sí misma como ejemplo de esa excepción), en el que los problemas estructurales son ignorados y todo se vuelve pura meritocracia. No resiste un debate mínimamente serio. Es un discurso de barra de bar y cuarto cubata. Pero ese es el problema precisamente, ahí nos arrastran, al barro de las discusiones estériles basadas en mentiras descaradas.
La cultura del bulo crece, alimentada en granjas de bots. Por su brevedad y atractivo (comida basura informativa) las fake news se propagan a una velocidad casi diez veces mayor que las noticias reales. La Asociación de Internautas ha realizado un estudio que demuestra que cerca de un 70 % de los usuarios no sabe distinguir entre información veraz y bulo.
El bulo es una enfermedad que el capitalismo de la comunicación ha inoculado en la noticia; una hipertrofia, tejido que crece sin control o lo que es lo mismo: cáncer. No podemos filtrar cada noticia que recibimos porque es materialmente imposible. Existen páginas dedicadas a desmontar bulos, pero incluso estas son puestas en cuestión porque a veces son dudosas. El bulo del bulo en un bucle infinito. En qué confiar entonces. La desafección política está así garantizada.
A veces se demuestra que una noticia es falsa y aun así se sigue difundiendo porque lo importante no es la noticia sino el mensaje que transmite y la emoción que refleja. El problema es que el ser humano no es un buscador de verdad sino un dador de sentido. Por eso, cualquier cosa que nos confirme en nuestros miedos y nuestras certitudes, en nuestras fobias y nuestras filias (sesgo de confirmación se llama este fenómeno), se da por bueno, aunque se vea a la legua que es más falso que un billete de 23 euros. Eso sumado a la avalancha de información y desinformación que sufrimos y que ya tiene hasta nombre: infoxicación, generan un cansancio y un hastío que conducen a la población a un negacionismo generalizado: todos los políticos son iguales, no se puede confiar en los medios de comuncación ni en las instituciones, todo está perdido, no hay esperanza. Este no es un fenómeno aleatorio. La desafección política, que es lo que persiguen estas estrategias, favorecen ampliamente a los partidos ultras, la otra pandemia.
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